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martes, 29 de noviembre de 2011

El llanto de un niño

Stephano siguió aquel humo. Su intuición le decía que debía marcharse, pero su curiosidad podía con su sentido común. Se acercó sigilosamente, escuchó voces y no quería llamar la atención. Había muchos matorrales altos. Eran buenos para esconderse, pero le tapaban la visión. Tenía que acercarse mucho para descubrir que era aquello. Casi a ras de suelo iba avanzando. ¿Acaso alguien estaría provocando un incendio?.
Estaba apenas a unos metros cuando escuchó claramente las palabras. Eran en latín. Distinguió el idioma, pero no el significado. Se acercó aún más. Se quedó petrificado cuando se dio cuenta de que encontraba ante un ritual. Cinco mujeres y un clérigo estaban ante una pequeña hoguera. En sus manos tenían un niño. Dormía apaciguadamente. A Stephano no le hizo falta mucho tiempo para averiguar lo que estaba sucediendo. El niño representaba el sacrificio. Era magia negra lo que practicaban. De todo el cántico que le siguió, tan solo comprendió la palabra rey. El clérigo sacó una daga de su cinto.
Stephano se alarmó. No sabía que hacer. No quería llamar demasiado la atención, pero tampoco podía dejar que se produjese aquel acto.  Adelantó un par de pasos hasta que quedó al descubierto. Hubo un momento de confusión entre las mujeres. Parecían muy cuidadas. Demasiado para ser simples sirvientas. Allí se estaba cocinando algo más grave. El clérigo enseguida salió en defensa de ellas. Comenzó a atacar con la daga que tenía. Era larga y afilada. Stephano no quiso herirle. En el fondo le provocaba algo de respeto la iglesia, a pesar de que su confianza hacia la institución era nula. ¿Qué era lo que casi había presenciado? . Mientras estaba evitando las envestidas del clérigo, la mujer que tenía en manos al niño salió corriendo. Stephano se alarmó. Tenía que recuperarlo. Escuchó su llanto a lo lejos. Se le encogió el alma. El resto de las mujeres se colocaron enfrente, al lado del clérigo. ¿Qué era aquello? Stephano estaba alucinando. No sabía que pensar. Parecían unas fieras a punto de estrangularle.

viernes, 1 de julio de 2011

Humo rojo

Uno de los hombres que estaban en el centro del ritual, se levantó bruscamente. Ella se asustó y pensó que la había visto. Se acurrucó detrás de la columna en la que estaba escondida. Sus nervios estaban a flor de piel. Afortunadamente era una falsa alarma, el hombre fue hacia una antorcha y la cogió. Volvió hacia el círculo y prendió fuego a algo que se encontraba en el centro.
Los cánticos cada vez eran más fuertes y con un tono más grave. El fuego se empezó a avivar.  Un denso humo empezó a inundar toda la estancia.  Cuando toda la estancia estuvo sumida en humo, el fuego se apagó repentinamente. Los cánticos también cesaron. Poco a poco algunos miembros se empezaron a acercar donde estaban las cenizas consumidas y empezaron a cantar una nueva melodía. Las voces eran dulces, eran mujeres todas las que cantaban. Ella se asomó para ver un poco más y notó un cierto pesar. ¿A qué se debía esa sensación?, se preguntó a si misma. 
Cuando las mujeres volvieron otra vez a su posición inicial, el humo empezó a cambiar de color para pasar a ser rojo. Ella se quedó inquieta, se dio cuenta como los ojos negros la estaban observando desde la lejanía. Se puso muy nerviosa, pero ya no podía volver atrás. Se había adentrado demasiado en aquella cueva y seguramente que sí se movía, todos notarían su presencia.