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jueves, 27 de octubre de 2011

Paseos nocturnos

El noble no se encontraba cómodo con Stephano mirándole todo el rato. Le mandó fuera. Stephano al no ser más que un criado, no podía sino hacer caso. Los minutos que pasó allí se le hicieron eternos. Tan solo esperaba que no se excediese en sus labores de entrevista.  Estaba impaciente andando de un lado hacia otro. Se sentía como un león en una jaula.
Poco tiempo después salió Ella. Tenía una sonrisa en la cara. Según pasó a su lado, le guiñó un ojo y le señaló que la acompañase. Formaron una fila, con el noble en cabeza. Anduvieron por unos pasillos muy largos y estrechos. Debían tener menor rango que los anteriores, porque estaban decorados de forma muy sencilla. Ella esperaba ver adornos y estancias pomposas, pero no era así. El noble los estaba llevando al otro ala del palacio. Allí es dónde se alojaría Ella durante su estancia en Versailles. Por su parte, Stephano se alojaría en un cuarto pequeño compartido con más sirvientes.
Cuando llegaron a la habitación, Ella se quedó impresionada. Estaba enteramente decorada de tonos dorados y verdes. El noble se despidió y la dijo que al día siguiente por la había planeada una cacería. Por el momento la dejaría descansar y tendría a su disposición una doncella si la necesitaba, ya que no la acompañaba ninguna. Miró con desprecio a Stephano y le dijo que le acompañase. Ella se quedó sola en la habitación con sus pensamientos. ¿Acaso podría aguantar aquella mentira durante mucho tiempo?, ¿tan malo era vivir de aquella manera? se sentía como una princesa. Alguien cuidaba de ella y la mimaba. ¿Acaso no era aquello lo que buscaban todas las personas románticas? Estaba demasiado confundida. Con todas aquellas preguntas se quedó dormida. Mentir tanto era muy sacrificado para ella. La dejaba agotada.
Por la noche escuchó ruidos. Se despertó sobresaltada. Alguien abría la puerta. Se agazapó detrás de la cama. Tenía miedo y estaba todo oscuro. Una silueta oscura se dibujó en el horizonte. Ella pegó un grito. El corazón la latía a mil por hora. Iba a salirse de su pecho. Tenía toda la tensión acumulada en su cuerpo. Respiró relajada cuando distinguió los rizos oscuros de Stephano. Pero.. ¿¿qué hacía allí??

jueves, 20 de octubre de 2011

Vestido nuevo

- ¿Sabes coser?- preguntó Stephano por detrás de los matorrales, a la mañana siguiente.
- De pequeña se me daba bien, ¿por?- preguntó Ella extrañada.
- Pues aquí te traigo cosas- y se mostró a la luz cargado con un vestido de tonos dorados y telas rojas- también tenemos un sitio para quedarnos. Una posada no muy lejos de aquí.. Reservé la habitación más alejada del resto y les pagué un extra para que  no nos molestasen- sonrió.
Los dos emprendieron el camino, por primera vez relajados. Ella se dio cuenta de que Stephano cojeaba un poco en la pierna en la que había sido mordido. Se lamentó por ello, sabía que no había sido su culpa, pero a pesar de ello, tenía remordimientos.  Cuando llegaron a la posada se sintió totalmente dichosa. Sobre todo después de darse un baño y sentirse libre de toda suciedad. Enseguida se puso manos a la obra para dejar aquel vestido dorado irreconocible. Pronto se dio cuenta de que si lo intentaba hacer como ella se había imaginado, el vestido aún quedaría reconocible. Por eso le pidió a Stephano que la trajese telas negras. Nunca lo hubiese pensado, pero aquel trabajo incluso la divertía. ¿Acaso estaba cambiando?, se miró al espejo, ¿debería cambiar también su aspecto? se quedó parada. Quizás sí, se parecía demasiado a Ágata, quizás alguien en la corte la pudiese reconocer.
Bajó con mucho cuidado, para no ser vista. Se fue hasta un campo cercano. Empezó a mirar a su alrededor. Esperaba tener una idea maravillosa. Se sentó en una piedra. Pasaron los minutos pero su cerebro seguía en blanco. ¿Acaso su ingeniosidad se había evaporado?, siguió mirando al horizonte. De repente se acordó de varias situaciones de su vida diaria. ¿Era su época una sociedad sin valores morales?, ahora todo lo veía más sencillo, se limitaba a sobrevivir. Antes de haber viajado hasta allí era una adicta a la tecnología, al igual que los demás.. ¿había perdido la inocencia de manera precoz? hizo un breve repaso a su vida. Justo en el momento que estaba llegando a su época de instituto se acordó de algo. Enseguida se levantó de la piedra. Sus zapatos rojos la llevaron hacia un lugar cercano lleno de camomila. Sonrió para sus adentros y la cogió.
Volvió corriendo a posada. Cogió los ingredientes que necesitaba. En el instituto había tenido una profesora de química que estaba loca. Además de ello, estaba obsesionada con la belleza y la edad, y una vez en el laboratorio les enseñó a elaborar un tinte casero. En aquella época pensó que aquello jamás la sucedería. ¿Acaso todo servía para algo?, por segunda vez en el día sonrió para sí.  Mientras tanto, volvió Stephano con las telas que ella necesitaba.  Le había preguntado como las había conseguido, pero él se limitó a decir que no quería que fuese cómplice de sus delitos. Sin más preguntas se sentó a terminar el vestido. Le pidió que la dejase sola, para estar más tranquila. Estaba demasiado ocupada con todo lo que tenía que hacer, como para que su presencia la distrajese. Tras cuatro horas de duro trabajo se tiñó el pelo y se puso el vestido. Miró al espejo y se sintió muy satisfecha. El corpiño rojo la sentaba como un guante. La falda del vestido era negro, contrastaba con su blanca piel. Con el pelo rubio se hizo un moño alto. Estaba preparada para hacer su presentación.



jueves, 13 de octubre de 2011

Camino a Versailles

Empezaron a caminar. Llegaron a una calle muy ancha. Tenían la esperanza de encontrar un medio de transporte. Sabían que era muy tarde, pero tenían fe en que a aquellas horas muchos hombres volvían a sus hogares. Sobre todo aquellos que habían pasado un par de horas en el burdel. Al pensar en aquello Ella se estremeció. No quería volver a vivir una experiencia parecida.
Después de esperar durante una hora más o menos, encontraron un carruaje. No era muy lujoso. Todo lo contrario, pero estaba dispuesto a llevarles hasta su destino. Ella se levantó un poco el vestido, y sus zapatos rojos procedieron a subir las escaleras. Dentro los sillones estaban rajados, pero era lo que menos la importa. ¿Acaso nunca iba a terminar aquella pesadilla? se dijo a sí misma. Stephano se sentó a su lado. No la miró en ningún momento. Sacó la cabeza y le gritó al cochero que ya estaban listos. El coche se puso en marcha. El suelo empedrado hizo que los pasajeros se moviesen con violencia. Ella se movía hacia los lados con mucha fuerza. Ni con eso Stephano hizo el más mínimo gesto. ¿Qué le estaba pasando?.
Faltaba poco para el amanecer. Ver París con la bruma mañanera era mágico. Ella se quedó hipnotizada con las calles, con todo lo que la rodeaba y con el leve murmullo del río. Stephano no escuchaba aquellas cosas. Tenía la cabeza en otras historias. Siempre había tenido una vida fácil. Nunca había tenido problemas que no pudiese solucionar con una buena sonrisa, o a lo malo un buen abogado. Esto se le había escapado de las manos. ¿Acaso no era capaz de cuidar de sí mismo? ¿Acaso no era capaz de cuidar de aquella mujer que le tenía loco?, estaba furioso consigo mismo. Sus pensamientos siempre acababan en el mismo tema. Cuando se quiso dar cuenta, Ella se había dormido y se había caído en su hombro. Aprovechó para sacar el  papel rojo de los pliegues de su vestido. La releyó muchas veces. Si de verdad había algún tipo de intriga palaciega, se tenían que adentrar en palacio. Tenía que pensar en alguna estrategia.

martes, 11 de octubre de 2011

Explicaciones de historia

El dolor de manos y rodillas de Ella era horrible. Llevaban tanto tiempo a gatas, que se le había echo eterno. Tenía la sensación que nunca saldrían de allí. La estaba empezando a entrar claustrofobia. Por su parte, Stephano no decía nada. Estaba serio y callado. Le notaba totalmente distante y carente de cualquier tipo de sentimiento. No estaba acostumbrada a aquello. 
Stephano tenía una conversación mental con si mismo muy seria. Por una parte el calor interno le producía molestias enormes. El calor interno de saber que tenía a aquella mujer que le volvía loco detrás. El frío de saber que si sucumbía a sus instintos perdería la concentración. En unos momentos así era lo que más necesitaba, concentración y cabeza fría para sacarles del problema en el que se habían metido.
Cuando llevaban ya tres horas de tránsito, el camino al fin cambio. Aparecieron unas escaleras que llevaban a la superficie. Con una meticulosidad extrema subieron e intentaron salir. Nada más pisar tierra una gran alegría invadió a Ella.  Se encontraban en los jardines de Louvre. Justo donde necesitaban llegar. Se sintió feliz, por fin la suerte les sonreía. A pesar de que todas las luces estaban apagadas, y no se veía nada. Se apresuraron a esconderse detrás de unos árboles. Se acercaron poco a poco. 
-Parece que no hay nadie- susurró Stephano.
- Ayer estaba lleno- le contestó Ella sorprendida.
-¿Qué mes es?- preguntó de repente él.
-Octubre-
- Entiendo- reflexionó Step- si no recuerdo mal, leí en algún libro que en Octubre toda la corte se traslada a Versailles, debemos ir hacia allí- volvió a susurrar- vamos allá-.
- ¿Por qué a Versailles?- se extrañó Ella.
-Es el lugar preferido del rey y en otoño hace muchas obras de teatro y espectáculos- la explicó brevemente- ahora tenemos que buscar un medio de transporte-

domingo, 9 de octubre de 2011

Minúsculo pasillo

Stephano se estaba desesperando. Había llegado al punto en el que no tenía cuidado con las cosas. Las tiraba por el suelo en busca de alguna puerta secreta. Parecía totalmente ido. Ella incluso tenía miedo decirle algo. Por su parte ella buscó con mucho ahínco en el lado contrario. No habían pasado muchos minutos, aunque la búsqueda se hacía eterna. La desesperación se apoderaba de Stephano. Ella no sabía mucho de historia, pero observando las reacciones de su compañero, la guardia del cardenal debía de ser muy peligrosa.
Se apoyó en la estantería más cercana. Necesitaba pensar, aclarar sus ideas. La llamó la atención uno de los libros que estaba en el segundo estante. Tenía bordado un hilo muy fino de color rojo. Se agachó para cogerlo. Según lo sacó de su sitio, un ruido se escuchó. Era un ruido leve, seco pero firme. Stephano la miró. Enseguida se acercó a ella y miró el espacio vacío que había dejado el libro. Había una pequeña palanca que se había quedado al descubierto. La tocó otra vez pero no sucedió nada. Empezaron a seguir su instinto. Por donde el recuerdo les decía que el ruido se había producido.
Salieron de la habitación y volvieron a la estancia principal. Miraron intensamente a su alrededor. Ella se dio cuenta de que la cómoda se había movido. Se acercó. Enseguida llamó a Stephano. Entre los dos retiraron la cómoda. Allí encontraron una entrada, y unas escaleras que conducían hacia abajo.
-Esto nos lleva hacia abajo-  dijo Stephano.
-¿Más abajo de lo que estamos?- preguntó Ella.
-Vamos, rápido, ellos se acercan-  la empujó hacia el agujero. Ella se metió sin más dilación. Mientras tanto, Stephano colocó las cosas tal y como estaban.
Ella llegó al fondo. No era muy profundo. Esperó pacientemente a Stephano. Se tenía que acostumbrar a la oscuridad. Cuando bajó su compañero se acercaron a una pequeña puerta. La abrieron. El espacio era pequeño, pero ya no tenían vuelta atrás. En el exterior se escuchó un ruido desmesurado. Los guardias ya habían llegado a la habitación. Stephano entró primero. Debían ir a gatas. No había más espacio.Se adentraron en lo desconocido, en la oscuridad. Los olores eran insoportables, pero no tenían otra opción.

martes, 4 de octubre de 2011

Despertar

Se sentía mojada. Estaba en mitad de un océano. Sola y desamparada. Tensión y miedo era lo que sentía. Así se despertó Ella. El pecho de Stephano estaba empapado en sudor. Ahora estaba sudando mucho. Aunque al principio se asustó, vio que su color había mejorado. Ya no estaba tan pálido. Aquellos sudores entonces debían ser buena señal.  Se quedó mirándolo. No sabía cuanto tiempo pasó, pero al fin abrió los ojos.
Al principio Stephano estaba confundido. Había tenido sueños extraños durante varias noches. Unas veces el calor que tenía le llevaba a experimentar el viaje de Dante en el Inferno. Otras veces tenía tanto frío que se sentía como si fuese Robert Peary y acabase de conquistar el Polo Norte. Estaba algo confuso. No sabía donde estaba. Tan solo veía la cara soñolienta y sonriente de Ella. Aquello le bastaba para sentirse bien. Sentía calor en su cuerpo. Incluso excitación. No quería demostrarlo.
-Hola- le dijo Ella con un tono de voz muy musical.
-¿Dónde estoy?- la contestó Stephano con una voz seca. Al principio Ella se mostró molesta por la reacción. Sus ilusiones románticas se habían esfumado en tan solo un segundo. El hombre que tenía enfrente era tan frío y duro como una piedra. Se enfadó consigo misma, a pesar del calor que estaba desprendiendo su cuerpo. Todavía tenía el vestido roto y con la emoción de verle no se dio cuenta de que se veía mucha más piel de lo que ella quería.
- Estas en la guarida de una sanadora, amiga de Ágata- le comenzó a explicar Ella. Stephano no podía concentrarse en sus palabras. Su cuerpo se estaba desatando. Se sentía incómodo. Se repetía a si mismo que no debía mirar por debajo de la barbilla, pero sus ojos se desviaban sin su permiso. Se levantó violentamente. A pesar del mareo que sintió, procuró enderezarse. La pierna le ardió. Un dolor agudo recorrió todo su cuerpo. Escuchó a medias lo que le estaba contado Ella. No estaba muy seguro de lo que estaba pasando. Estaba en París si, pero en otra época. Había llegado allí desde su casa. Y luego le había atacado un perro. Si, ya las cosas le cuadraban. Ahora debían salvar a Ágata y desmontar alguna intriga palaciega en la que estaba metida la iglesia. Estaba convencido de que se había quedado con lo esencial. Estaban solos en aquel antro. Se levantó para cambiarse el vendaje. Debían empezar a arreglar las cosas.

jueves, 22 de septiembre de 2011

Corriendo hacia la puerta

Eran momentos de desesperación. Ahora tenían a cuatro guardias corriendo detrás de ellas. Los invitados se quedaron tan sorprendidos que ni se movieron. Cuando se les pasó el susto algunos empezaron a aplaudir. Quizás pensasen que seguía siendo parte de la función. Mientras tanto, Ella estaba al borde de un ataque de nervios.  La estaban pisando los talones y la puerta seguía estando muy lejos. O sucedía un milagro o las atraparían. No quería ni pensar lo que podría pasar en ese caso. La mazmorra en la que estuvo probablemente la parecería un cuento de hadas.
Los segundos pasaban y su situación empeoraba. Ella intentaba mirar a los lados, pero no había otra alternativa. Repentinamente Ágata se tropezó. Cayó de bruces al suelo. Ella mantuvo el equilibrio porque dio un salto. Se dio la vuelta para ayudarla.
-Corre, sálvate, si nos cogen a las dos no tendremos ninguna opción- gritó Ágata.
Ella se quedó sin saber que hacer. Miró a su compañera. Quería ayudarla pero volvió a gritarla otra vez lo mismo. Con todo su pesar siguió corriendo hacia la puerta. Los guardias se entretuvieron con la caída de Ágata. Ella pudo alcanzar la puerta. Miró una última vez atrás y salió de allí. Se encontró en una gran sala. Estaba decorada con un gusto impecable. Intentó despertar de aquel sueño momentáneo.  Buscó una ventana. La distancia hasta abajo era mayor de lo que esperaba. Tenía que saltar. Abrió la ventana con mucha dificultad. Saltó con dificultad. Fue a parar a unos matorrales que amortiguaron la caída. Salió corriendo hacia la oscuridad. Escuchó gritos detrás de ella.

martes, 20 de septiembre de 2011

L'École des femmes (La escuela de las mujeres)

Cuando llegamos a nuestro destino, su corazón latía a mil por hora. Era una sensación muy rara. Se sentía extranjera paseando por los sitios que tantas veces había visitado. Cada pisada que daba era a la vez nueva y vieja.  Se encontró en el centro de un gran acontecimiento. Por un lado había elegantes damas de la mano de apuestos caballeros. Por otro lado devotos y beatos gritaban a pleno pulmón que era una obra obscena e irreligiosa.  Ella buscó en los archivos de su memoria. Recordó que a este dramaturgo siempre le consideraron libertino. Esbozó una sonrisa. Sabía más detalles de lo que pasaría después de lo que los asistentes sabrían jamás.
Ágata se dio prisa en coger unos asientos adecuados. Quería tener la visión perfecta de todo lo que acontecía. Mucho antes de que empezase la obra, todo el mundo ocupaba sus posiciones. El primer acto me absorbió por completo en la historia. En la segunda parte de la obra mi compañera comenzó a hablarme. Me mostró quienes eran los nobles de más importancia. Cuales lo de menor rango. Quién tenía influencia sobre el rey, y quien no. Las presentaciones eran muy divertidas. Cuando acabó la obra todos se retiraron. Ya que el rey no pudo asistir, organizó una fiesta en honor del artista. Todos los nobles se regocijaban de estar invitados. Ellas no eramos tan afortunadas. Tenían que volver. Pero antes de eso, Ágata habló con una de las criadas. Al parecer podría colarla en la fiesta. A cambio quería una joya de gran valor. Después de vacilar unos segundos, se la dio.
Con mucho sigilo se adentraron en una gran sala. Era tan ostentosa que parecía irreal. No podían estar allí mucho tiempo sin llamar la atención, por lo que tenían que actuar deprisa. No dio ningún tipo de explicación, así que Ella estaba bastante perdida. Le pareció ver al rey al final de la sala. Se quedó impresionada por su presencia y por la gran peluca que portaba. Mirarle era entender lo que era la majestuosidad.
Mientras soñaba, notó un fuerte tirón en la manga. Ágata por fin había encontrado lo que estaba buscando. La obligó a mirar a la derecha. Allí observó a un alto clérigo. Andaba con aires de superioridad y daba órdenes a todos los que se cruzaban en su camino. Según la explicó más tarde, aquel hombre era el que estaba preparando la conspiración contra el rey. Ellas debían evitarlo, aunque no tenían la menor idea de como. El hombre se dio cuenta de que estaba siendo observado. Al ver a Ágata sus ojos estallaron en furia. En seguida llamó a gritos a los guardias. Ella empezó a correr detrás de su compañera. Detrás se escuchaban gritos de "herejía".

sábado, 17 de septiembre de 2011

Un disfraz

De repente Ágata se levantó y desapareció por la puerta. La dejó sola con la anciana y el jorobado. Era una situación tensa. Seguía sin confiar en ellos. Sabía que intentaban cuidar de Stephano, pero aún así había algo en ellos que no la convencía. Quizás las intenciones ocultas de por que les ayudaban. Dado que no tenía mucho que hacer, rebuscó entre los papeles algo que pudiese ser válido para atar cabos.  Encontró varios escritos que estaban relacionados con el rey, la corte y las fiestas. También encontró un libro lleno de diminutas ilustraciones. Estaba en latín y aunque no entendía nada, por las ilustraciones dedujo que se trataba de un libro religioso. Intentaba no mirar a Stephano. Cada segundo que pasaba y él no reaccionaba su cuerpo se quedaba sin aliento.  ¿Podían estar el amor y el odio unidos eternamente?, ¿podían caminar de la mano y ser un sentimiento tan real como el respirar?, las mismas preguntas rondaban por su mente una y otra vez.
Pasaron horas hasta que volvió Ágata. Cuando por fin escuchó sus pasos, fue corriendo a su encuentro. Llevaba un gran saco, la ayudó a llevarlo. Lo pusieron encima de la mesa y sacaron de allí dos vestidos. Tenían un acabado majestuoso. El corsé llevaba pliegues dorados y había puntadas de hilo rojo oscuro. Eran los vestidos más impresionantes que Ella había visto en su vida.
-Vamos a ir a ver la obra "La escuela de las mujeres", debemos ir presentables- la comunicó.
-¿Te refieres a la obra de Molière?- preguntó Ella impresionada.
-Sí, hoy es el estreno- la contestó sin mucho entusiasmo- va a ir allí toda la corte y es preciso que te ponga en aviso quién es quién y te explique la situación-.
-¿Qué va a pasar con él?- dijo Ella preocupada mirando a Stephano.
-De momento no puede ir a ningún lado- contestó la anciana- no os sirve para nada en este estado-.
Aquel comentario la ofendió. Lo había dicho con tanta despreocupación, que tenía dejarle allí. Sentía que no tenía otra opción. Se fue a otra estancia y se cambió de ropa. Ágata tuvo que ayudarla con todos los cordones y diferentes estructuras que había. Cuando nadie estaba mirando, se escondió la carta del papel rojo entre la falda. No sabía cuando podría ser útil aquella información.  Una hora después, salieron allí. Un carruaje las estaba esperando a unos metros de la salida. Se adentraron y los caballos empezaron a trotar. La emoción invadía a Ella.

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Los ropajes de una anciana

Ella se agachó enseguida para intentar reanimarle. Se quedó paralizada cuando vio que no se movía. No sabía que hacer. Ágata se estaba poniendo nerviosa por momentos. Si se quedaban mucho más tiempo allí, llamarían demasiado la atención.  Buscó rápidamente un lugar donde se pudiesen esconder.  Encontró un callejón no muy lejos. Volvió corriendo hacia donde estaba Ella con el cuerpo. Lo cogieron de los brazos y lo arrastraron hacia aquel lugar.  Según le movían la pierna se llenaba de polvo. Ella se arrancó un trozo de su vestido, y le vendó todo. Aún así el vendaje se empapó de sangre. Stephano seguía inconsciente.  A Ella le hirvió la sangre por verle así. 
Cuando le arrastraron se agachó y le colocó la cabeza sobre su regazo con delicadeza. Mientras tanto, Ágata intentó cubrirlos con trozos de madera que había encontrado. De esta manera no serían tan visibles. Aquello era un contratiempo con el que no contaba. Estaba muy nerviosa andando de un lado hacia otro. Estaba segura de que el muchacho se pondría bien, pero debía idear un plan. Quería aprovechar la muchedumbre para deslizarse por las calles de París. 
-Acabo de tener una idea- gritó repentinamente Ágata- pero os tengo que dejar aquí solos bastante tiempo-.
-¿Dónde vas?- la preguntó Ella asustada.
-Voy a buscar a una amiga, volveré- dijo rápidamente y desapareció entre las sombras.
Ella se quedó con la palabra en la boca. Por un momento sintió que todo era una pesadilla. ¿Acaso estaba viviendo un sueño?. Se sentía totalmente despierta, pero aún así, todo era demasiado confuso. Las voces de la muchedumbre se oían a lo lejos. ¿Cómo era posible que las personas disfrutasen con aquel espectáculo tan macabro?.
Intentó cambiar el vendaje. Era algo complicado, tenía miedo de tocarle y hacerle daño. Miró al cielo, se estaba haciendo de noche. Habían pasado muchas horas desde que Ágata desapareció. Ella intentó moverse un poco, tenía todo el cuerpo entumecido. Stephano parecía dormido. Respiraba profundamente, pero no había manera de despertarle. 
Cuando estaba a punto de desfallecer debido al agotamiento. Escuchó unas voces que se acercaban. Miró a lo lejos pero no era capaz de distinguir nada. Se tranquilizó cuando escuchó la voz de Ágata. Alguien la acompañaba. Cuando se acercó, vio a una anciana. Ella se quedó estupefacta. Parecía una indigente. Toda su ropa estaba rasgada y parecía sucia. ¿De que manera iba a poder ayudarles?. desconfió de ella.

viernes, 2 de septiembre de 2011

Cambios de vestuario

La mujer cogió la piedra de Ella y la acercó a las suyas. Las dejó a poca distancia y se alejó. Esperó pacientemente. Pocos minutos después un destelló apareció en una de las piedras. Esta se empezó a mover hacia la otra. Cuando se juntaron, una nueva chispa surgió. En la piedra de Ella se produjo una pequeña rotura. En la piedra de la mujer creció un fino saliente. Las dos se entrelazaron y se produjo un gran estallido de luz. Inundó toda la estancia y cegó a los presentes.
- Las piedras se han reconocido, eso es buena señal. Ahora somos hermanas de la misma causa- sonrió la mujer mirando hacia Ella- por cierto, mi nombre es Ágata. Con paso acelerado salió un momento de la habitación.
-¿Tú entiendes algo?-preguntó Ella a Stephano, el cual negó con la cabeza.
Sin tiempo para más, Ágata regresó con una gran caja entre manos. La abrió y sacó un vestido igual que el suyo. Lo puso encima de mesa. Hizo salir al hombre de la cicatriz. Cuando salió, se quedaron los tres en silencio.
-Hay ciertos rumores en palacio- empezó a hablar Ágata- hasta ahora no le daba mucha importancia. Tu visita, ha cambiado mucho las cosas- respiró profundamente- eres la mensajera. El problema es que no sabes que mensaje tenías que transportar-.
Se quedó pensativa. Stephano y Ella seguían callados. ¿Acaso era verdad que habían llegado a otra época para solventar un problema?, ¿ese era el destino turbulento que la esperaba a Ella?. Por un momento pasaron por su mente momentos de lo que consideraba su transición. Cuando aquella mujer extraña le dio las piedras, el pequeño hombre que la avisó para que tuviese cuidado. Las cosas parecían tener más concordancia. Cogió el vestido y entró en otra habitación para ponérselo. Tenía demasiadas capas, y un corsé ajustado. Tuvo que pedir ayuda a Ágata. No tenía muy claro que la esperaba, pero no tenía otra opción.  Cuando salió Stephano comenzó a mirar al suelo. Ella sonrió, la gustaba aquella sensación. Se recogió el pelo, y se adentró en el nuevo siglo.
Cuando estuvieron listos salieron de aquella casa. Llegaron hasta la orilla del río Sena. Esta vez, no podían atravesar la ciudad de forma subterránea. Los vestidos eran demasiado elaborados y unos disfraces perfectos para pasar desapercibidos. No podían arriesgarse a estropearlos.
Tuvieron que esperar mucho hasta que llegó un carruaje. Ágata se estaba empezando a poner nerviosa. Miraba constantemente al cielo y decía que se estaba haciendo tarde. En cuanto subieron al carruaje, le dio una bolsa de monedas al cochero para que fuese lo más deprisa posible. Supieron que estaban cerca de su destino cuando un griterío inundó sus oídos.
-Vamos, tenemos que bajar o nos perderemos la ejecución- dijo Ágata con naturalidad.
-¿Qué? - preguntó Ella con el terror dibujado en los ojos. Miró a su alrededor, estaba en una Plaza de la Bastilla a rebosar. En el centro, una gran plataforma de madera con una persona en el centro. Tenía la cabeza cubierta por una  tela negra. Una lágrima resbaló por la mejilla de Ella.



miércoles, 31 de agosto de 2011

El origen

Ella estaba sentada y magullada. Miró a Stephano, tenía una cara impasible. En un primer momento, se alegró mucho de verle. Incluso él parecía contento. Pero al segundo le cambió la cara, se volvió frío como una piedra. Se acercó a ella y la dio la mano. Se la estrechó con fuerza.
-Hola, me alegra verte a salvo- la dijo secamente. Aquello la mató. No entendía nada. Hacía días la había llevado a su casa, estando ella inconsciente. Había sido desagradable y la había tratado con rudeza. En cambio, tenía fuego en la mirada cuando sus ojos se cruzaban. Lo había dado por imposible. Justo cuando cogió aire para responder, la puerta se abrió. La mujer entró.
Ella se quedó totalmente petrificada. Las dos eran idénticas. Pequeños detalles las diferenciaban. Ella tenía   la piel menos bronceada y el pelo más claro que la mujer, pero todo lo demás era similar. Los ojos de Ella fueron a parar al suelo. La mujer comprendiendo el gesto se levantó un poco el vestido. Dejó sus pies al descubierto. Sus pequeños zapatos rojos se asomaron al instante. Al ver la cara de asombro de sus invitados sonrió, y se levantó más la falda. Dejó al descubierto su pequeño tatuaje. Enseguida Ella se llevó la mano a la espalda. Su tatuaje la empezó a picar.
- Sí las dos llevamos los mismos rasgos distintivos- empezó a hablar la mujer- pertenecemos a la misma orden- y se acercó a Ella- yo soy tu antepasada, y al igual que tú, soy una mensajera- la dijo con mucha  calma.
-¿Cómo hemos llegado hasta aquí?- preguntó Ella.
-Las mensajeras solo podemos viajar en el tiempo cuando alguien nos necesita- dijo preocupada la mujer- y tal solo hacia épocas pasadas, que estés tu aquí no presagia nada bueno- reflexionó- por lo que veo se sigue conservando la manía por el color rojo- sonrió intentando quitar un poco de dramatismo a la conversación.
A continuación sacó de un bolsillo escondido un trozo de ámbar. Lo puso encima de la mesa. De otro bolsillo extrajo una piedra de cuarzo rosa. También lo puso sobre la mesa y sonrió. Ella seguía con la boca abierta. Rebuscó en los bolsillos. Sacó sus propias piedras. Ante su asombro su pequeño cuarzo ya no estaba partido.
-Todo estaba predestinado- la guiñó un ojo la mujer.

sábado, 20 de agosto de 2011

El primer viaje de Stephano

Cuando la figura se materializó del todo, la vio a Ella. Pero el pelo era diferente, grandes tirabuzones de un color rojizo más oscuro.  Su vestido era de una época diferente. Se encontraba muy confundido. Miró a su alrededor y se pellizcó, por si estaba dormido. Volvió a mirarla, era Ella si. Se acercó con paso decidido. Parecía confusa.
-Tienes que venir, tienes que ayudarme- le suplicó. Stephano se quedó hechizado por sus palabras. Dio un par de pasos y se adentró en el círculo. Sintió como su cuerpo se desintegraba. Un dolor profundo le resquebrajaba la columna vertebral. Gritó con todas sus fuerzas, pero no consiguió ningún alivio. Le traspasó el cerebro y sintió como todo su ser estallaba en millones de células. 
Perdió el conocimiento. Todo lo que paso después, era como una telaraña de sensaciones lejana. Se despertó en una cama extraña. Miró a su alrededor y no vio nada familiar. Pensó que se había dado un golpe muy fuerte en la cabeza y tenía alucinaciones. Se sentó encima de la cama y observó todo detenidamente. Estaba rodeado por muebles recargados, con incrustaciones de pan de oro. No muy lejos de allí se encontraba una sala de baño. Nunca había visto nada semejante. 
Se levantó y se encontró con que había una nota escrita en papel rojo.  La cogió y leyó atentamente "Aseaos y cambiaos de ropa mi señor, hablaremos más tarde".  Se quedó boquiabierto. No comprendía nada.

jueves, 18 de agosto de 2011

Una visita para Stephano

En vez de volver a la fiesta la siguió de lejos. Stephano no quería dejarla sola pero tampoco se atrevía a estar a su  lado todo el rato. No le gustaba la sensación de estar poseído por la idea del roce de su piel. Aquella locura le estaba taladrando la cabeza. Se despistó un momento y la perdió de vista. No podía haber ido muy lejos. Se apresuró para ir tras sus pasos. Se fijó en que había  luz debajo de una de las puertas. La abrió bruscamente y se encontró con una puerta circular reluciente. Ella estaba cerca del interior. La gritó, Ella se dio la vuelta pero no fue hacia él. Titubeó un poco y se metió dentro de aquella masa extraña. Desapareció al instante. Stephano corrió hacia la puerta. Intentó atravesarla tal y como había  hecho ella. Le fue imposible, una fuerza invisible le impedía avanzar. Lo intentó varias veces, pero cada una de ellas se dio contra aquel muro. Lo único que consiguió fue magulladuras en su hombro izquierdo. 
Se sentó a esperar por si volvía Ella. Estuvo horas allí, pero no sucedía nada. La puerta seguía reluciente y con aquella masa extraña en el interior. 
Pensó en la fiesta. Ya debía de haber concluido y él que era el anfitrión no estaba para despedir a sus huéspedes. Quizás el champagne les haría olvidar aquel pequeño detalle. Sonrió para sus adentros. Cogió su pequeño amuleto de ámbar verde y lo estrujó entre sus dedos. No sabía que tenía aquella piedra pero era muy especial para él. Nunca se había separado de ella. Mientras su concentración estaba puesta en su mano, la puerta empezó a lanzar chispas. Se levantó de un salto. Una figura estaba apareciendo poco a poco.

martes, 16 de agosto de 2011

Una habitación silenciosa

Mucha gente hablaba en susurros. Ella no entendía nada. Pero no la importaba, intentaba no moverse en absoluto, para que la diesen por muerta. Iba chocando contra objetos que no reconocía. Se movía hacia un lado y hacia otro lado.  Aquel hombre no era nada cuidadoso con ella. Pero cualquier cosa era mejor que acabar en la hoguera o en cualquier otro sitio. No parecía estar en un sitio muy civilizado.
Sintió todo tipo de olores. La mayoría eran muy fuertes y confusos. La llenaban las fosas nasales y revolvían el estomago. Esperaba salir pronto de ahí, no podría contener su malestar durante mucho tiempo. Cuando sintió que los brazos que la sostenían se relajaban sintió como una ola de tranquilidad se apoderó de ella. Empezaron a subir unas escaleras que parecían muy empinadas. El murmullo ya había cesado. Un inquietante silencio se apoderó de todo. Abrió los ojos lentamente y se encontró en una pequeña habitación. Sus ojos se tenían que acostumbrar a la luz, pero no parecía que hubiese muchos muebles.
Levantó la mirada, pero no vio al hombre, era muy alto. La sombra se proyectaba sobre su cara. No podía verle, eso no me gustó. Intenté soltarme, pero sus brazos la agarraban con fuerza. Como si fuese una muñeca la depositó encima de una mesa.                                          

viernes, 12 de agosto de 2011

En brazos de un desconocido

La puerta se abrió bruscamente. El chorro de luz que iluminó la estancia hizo que todos se quedasen ciegos por un momento.  Se sintió mareada y se desmayó. Sintió como alguien la cogía en brazos. Vio algo de luz, pero luego la oscuridad se cernió sobre Ella. Cuando se despertó, sintió como unos brazos fuertes la sostenían. Por más que miraba, no podía ver lo que había a su alrededor, había demasiada luz.
-Estás muy pálida- le dijo una voz masculina- hazte la muerta o no saldremos de aquí-.
Hizo caso de cada palabra que la dijo aquel hombre. No sabía quien era, pero seguramente su destino no fuese peor que el de quedarse en aquella mazmorra. A pesar de que sus ojos estaban cerrados, en todo momento fue consciente donde estaba. Sus demás sentidos estaban a pleno funcionamiento. Se cruzaron con muchas personas. Por el olor corporal dedujo que todos eran hombres. Bajaron por muchas escaleras, allí el alboroto estaba mucho más presente.
Notó el aire fresco de alguna especie de espacio abierto. No estaba del todo segura. Algunas personas le rozaron los pies, pero la mayoría se apartaban a su paso. Notaba como su piel fría se apretujaba contra aquel hombre desconocido. Sin haberle visto nunca, tenía confianza en él.




domingo, 7 de agosto de 2011

Manos de hollín

-¿Quién eres? - la preguntó el hombre con un tono inquisidor.
- Soy la nueva sirvienta- dijo ella tartamudeando, intentando buscar alguna salida a su alrededor. Demasiadas mesas la rodeaban, llenas de enormes cazuelas hirviendo. No tenía posibilidad alguna de salir de ahí. Intentó relajarse y hablar más pausadamente para que no se notase su miedo. ¿Cómo había llegado hasta allí?, no tenía respuesta para aquella pregunta.
-Tus ropajes son muy extraños- la dijo y la cogió fuertemente del brazo. Zarandeó con ella como si fuese un peso muerto y la llevó arrastrándola por el suelo.  Sus quejidos no sirvieron de nada. El la trataba como si fuese nada.  Sus gritos llamaron la atención de algunos sirvientes. Una de ellas prestó especial atención en Ella. Les siguió con cautela para que aquel soldado lleno de arrogancia no la descubriese.
La llevó hacia una sala llena de mujeres, la empujó hacia el centro y se dio la vuelta. Las mujeres la manosearon y le rompieron su vestido por todos lados. Nunca se había sentido tan expuesta, toda su intimidad estaba siendo descubierta y ella no tenía como protegerse. Forcejeó con ellas, pero la fue en vano. Eran demasiadas. Estaban muy sucias y tenían las manos llenas de hollín. La pusieron ropas igual de sucias que las suyas. Lo único que la dejaron puesto eran sus zapatos rojos.
Cuando estuvo lista, el soldado se dio la vuelta y otra vez la cogió a la fuerza. La arrastró hacia la cocina y llamó al jefe de cocina. Estuvo hablando con el unos minutos y después de que el cocinero negase con la cabeza, se acercó a ella otra vez.
-No saben quien eres, nunca te han visto, a las mazmorras vas, sucia mujerzuela- la gritó y golpeó en la mejilla. Ella intentó librarse, pero la fue imposible. Aquel hombre era demasiado fuerte para aguantar sus envestidas. No estaba acostumbrada a aquel maltrato, perdió el conocimiento por unos segundos. El hombre la empezó a arrastrar por el suelo del brazo, mientras se quitaba algunos cabellos de su víctima. Lo que no vio es que unos ojos no dejaban de vigilarle.

jueves, 4 de agosto de 2011

En la cocina real

Salió de la habitación. Se encontró en un amplio pasillo lleno de grandes cuadros. Eran muy pintoresco y recargado. Había mesas alargadas con jarrones cada pocos metros. No había nadie, así que tuvo tiempo para fijarse en cada detalle. Tenía la sensación de haber viajado en el tiempo. Tenía muchas ganas de abrir cada una de las puertas, pero su instinto la decía que estaba en peligro. Cuando llegó a una nueva ventana se asomó. Vio el mismo paisaje que hacía unos minutos pero desde otro ángulo.  Llegó al final del pasillo. Unas escaleras muy empinadas bajaban hacia algún lugar. Miró atrás. No tenía otra opción. Intentó bajar sin hacer ruido. Las escaleras de mármol hacían resonar sus tacones por todos lados.
Llegó hasta una sala muy grande llena de puertas. Siguiendo su instinto entró en la segunda puerta. Fue a parar a una cocina con un ritmo frenético. Nadie se percató de su presencia, incluso la trataron como si fuese un pinche más. Para no llamar la atención, actuó como tal. No tuvo problemas hasta el final, cuando un hombre de uniforme se acercó a ella.

lunes, 1 de agosto de 2011

Primeras impresiones

Vio luz, luego oscuridad. Otra vez luz, y luego otra vez oscuridad. Destellos de colores aparecían delante de ella. Cuando por fin consiguió restablecerse vio una sala de color verde pálido. Era pequeña pero acogedora. Sintió algo en su mano, se la miró y encontró con que tenía su pequeño ámbar entre los dedos. Se intentó levantar muy lentamente. La costó mucho porque se encontraba débil. Cuando su cuerpo se deshizo en partículas perdió mucha energía. 
Se arrastró hasta llegar a una ventana. Apoyándose en una pequeña mesa de madera consiguió levantarse y mirar por ella.. Se encontraba en el Louvre, pensó feliz. Tampoco estaba tan lejos de casa. ¿Por qué había carruajes en el patio? , se aclaró los ojos. Cuando volvió a mirar, exquisitas damas paseaban con grandes paraguas blancos. Se volvió a aclarar los ojos, pero seguía viendo lo mismo. Su pulso se aceleró, ¿Acaso estaba teniendo alucinaciones? ¿se estaba celebrando alguna fiesta?. Intentó tranquilizarse y ponerse de pie. Se miró en un espejo cercano, seguía con su vestido rojo y sus zapatos de tacón. Se acercó a la puerta, pero al escuchar un ruido no muy lejano no se atrevió a abrirla. Esperó a no oír nada, y después con mucho cuidado abrió la puerta.

miércoles, 27 de julio de 2011

Explosión de partículas

Aquel círculo proyectaba una extraña energía. Venció su miedo y se acercó. Cuanto más estaba en contacto con aquella luz, más quería. Era algo totalmente adictivo. 
Las piedras que estaban incrustadas relucían con un brillo cegador. Todo la invitaba a avanzar hacia allí.  Se acercó hasta el límite. Intentó frenar, pero algo se lo impedía.  Metió una mano dentro del círculo, después metió la otra. Y en menos de un minuto estaba entera dentro del círculo. En ese momento escuchó un ruido. La puerta de salida se abrió bruscamente y Stephano entró corriendo. La estaba gritando algo, pero Ella ya no le escuchaba. Estaba concentrada en un suave canto que salía de la puerta circular. Se adentró más. Aquel canto la relajaba hasta límites insospechados.  
Repentinamente el canto cesó y notó como su cuerpo explotaba en mil pedazos. Se dividió en millones de partículas que empezaron a chocar entre sí. Se estaban volviendo locas, igual que ella. Aunque en aquel momento Ella ya no existía, tan solo quedaban aquellas partículas y su esencia. 
Por un momento se paró todo. Fueron tan solo unos segundos porque enseguida aquellas partículas se empezaron a adentrar más y más en la puerta circular. La sensación allí dentro empezó a ser agobiante. Atravesaba masas de diferentes colores a una velocidad supersónica. Empezó sentirse mareada. Aunque su cuerpo se hubiese descompuesto, su esencia seguía viva y entera.