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domingo, 20 de noviembre de 2011

Intentos fallidos

Stephano había conseguido poner la mente en blanco. Había cabalgado muchos minutos. Se encontraba a una buena distancia de allí. Eso le había permitido aclarar sus ideas. No entendía del todo de dónde venían sus impulsos posesivos, ¿qué le estaba pasando?, la dueña de los zapatos rojos le había hipnotizado. Siguió cabalgando sin rumbo. Llegó al pueblo. Allí sin pensarlo se dirigió a la primera taberna que encontró. Un par de cervezas le sentarían bien. Se sentó pesadamente en una silla. Vino una camarera y le trajo directamente una gran jarra de cerveza.  Stephano perdió la cuenta de cuantas más jarras le siguieron.  Llegó un punto en el que la camarera se unió a él. Era una chica joven, de largas piernas y generoso escote. Lo que Stephano no se dio cuenta es de que llevaba una cinta amarilla cosida a sus ropas.  La mujer le besó con pasión. Él le correspondió el beso. Estaba demasiado borracho como para que aquel escote no nublase su vista.
Se levantó y la siguió por las escaleras. Ella las subió moviendo todo su cuerpo con armonía. No podía dejar que él perdiese su interés. Cada pocas escaleras hacía rozar sus caderas contra él. Sabía que le volvería loco. Se tomó su tiempo en coger una habitación. Se cuidó de que él no perdiese su interés. Había dado por hecho que era extranjero. Eso significaba que tenía dinero. Que le podría desplumar mientras durmiese. Stephano no se daba cuenta de ello. Estaba nublado por aquel escote y por el ritmo de sus caderas. Además el alcohol en sangre le ralentizaba sus pensamientos. Llegaron a una habitación. Ella se desnudó con tanta habilidad que a Stephano no le dio ni tiempo a respirar. Era tan agresiva que él no estaba acostumbrado a eso. Se dejaba llevar. Le excitaba aquella sensación. No tomaba la iniciativa en nada. Era algo nuevo. Se sentía como un muñeco. No le importaba. En cuanto se adentró en ella, abrió los ojos como platos. Por un momento la cara de la mujer había cambiado. Había aparecido la de Ella. No podía hacerlo. Se odió a sí mismo. Salió con brusquedad de allí. Se vistió. La mujer intentaba por todos los medios que no se fuese. El comprendió la situación. Al fin y al cabo no era culpa de ella. La tiró unas monedas. La mujer le arañó con furia. El salió corriendo de allí. La cerveza había desaparecido de su sangre de un plumazo. ¿Por qué no había sido capaz de hacer aquello?, la mujer era de muy buen ver, podía haber sido fácil. Se montó en su caballo y comenzó a cabalgar otra vez. Nuevamente iba sin rumbo. Se adentraba en la maleza. La cabeza le iba a estallar de dolor.
De repente el caballo se detuvo. Él ni se había dado cuenta dónde estaba. Miró a su alrededor. No conocía aquella zona. Se había perdido. Se bajó del caballo. A lo lejos había visto humo. Tenía que averiguar que era. 

jueves, 17 de noviembre de 2011

Camas enrevesadas

Stephano sintió que le faltaba el aire. Su odio hacia el rey fue tan grande que se alejó entre los matorrales. Sabía que Ella no corría peligro. No mientras la corte estuviese allí. Por la noche ya sería otro cantar. Esperaba que no mandasen a buscarla. El rey no solo tenía esposa, sino también amante. ¿Para qué querría otra más? Intentó quitarse todos aquellos pensamientos de la cabeza. La quería solo para él. No podía ni quería compartirla con nadie. Se detuvo. ¿Qué estaba pensando? ¿Desde cuándo era tan  posesivo?, aquella mujer le estaba volviendo loco. Cogió su caballo y se fue galopando lejos. Tenía que calmar sus pensamientos. Quizás en el pueblo encontrar alguna  dama interesante que le quitase aquellas cosas de la cabeza. Sí, aquella era la mejor opción, pensó. 
Mientras tanto, Ella se encontraba en el centro de atención. Era la comidilla de los presentes y eso no la gustaba nada. ¿Por qué no había podido ser mas discreta? Supuso que sería porque era nueva. Una especie de juguete nuevo que en cuanto se dejase ver un par de veces, los demás ya no prestarían atención. Avanzaba entre sonrisas, pero se sentía sola entre tanta gente. La caza se estaba prolongando más allá de su gusto. Aunque en realidad no sabía quién cazaba, si todos se encontraban allí, bebiendo y comiendo. Se rió para sus adentros. En algunos aspectos la sociedad no había cambiado a pesar de los cientos de años que habían pasado. 
Caminaba entre los nobles. Se daba aires de superior, tal y como la habían aconsejado. Quería irse, quizás si se ponía enferma, entonces podría escaparse. Justo cuando estaba ideando su plan apareció una persona. No esperaba encontrarse con ella. El cardenal en persona se unió a la ceremonia. La miró de arriba- abajo con ojos inquisidores. Estaba claro que Ella no le había gustado. Ella por su parte intentó esconderse entre la gente para poder observar mejor. El cardenal la perdió de vista. Parecía más cómodo ahora. Cuando creyó que nadie le miraba se acercó a la amante del rey. Un brillo de lujuria apareció en los ojos de aquella mujer. Ella no les quitaba ojo. Los ojos de él no se apartaban de los pechos de ella. Todo aquel lenguaje no verbal evidenciaba una cosa. La mujer no tan solo era la amante del rey. Las camas allí estaban demasiado enrevesadas. ¿Acaso estaría aquello relacionado con la carta? ¿Estaba la amante del rey también metida en la conspiración?, cada vez había más preguntas sin respuesta. 

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Trotando hacia la corte

Se quedó atónita. Se esperaba un comité enorme. Cuando se adentró en la sala solo se encontró con un par de personas tomando el desayuno y charlando animosamente. El mayordomo la acompañó hasta ellos. Cuando percibieron su presencia se mostraron sorprendidos. Los hombres sonrieron enseguida. Las mujeres se mostraron algo más reacias a mostrar agrado. Ella se sentía muy incomoda. No la gustaba ser el centro de atención. Se sentó al otro lado de la mesa y con un asentimiento de cabeza, comenzó a tomarse el té que la había traído el mayordomo. Al principio estaban bastante interesados por la nueva invitada, pero viendo que ella intentaba pasar desapercibida, siguieron con sus asuntos.
Cuando terminó de desayunar el mayordomo la informó que toda la corte había salido a cazar. Ella detestaba la violencia, pero no la quedaba más remedio que aceptar la proposición. Se levantó y siguió a los demás. Se dirigieron hacia dónde estaban atados los caballos. De reojo vio a Stephano. La dio un vuelco al corazón. Esperaba algún tipo de señal. Estaba segura de que la había visto. Estaba ensillando su caballo.
Ni se inmutó. Estaba demasiado ocupado. El corazón se le rompió en mil pedazos. Cuando pasó por su lado ni siquiera la miró. Las lágrimas se agolparon en los ojos de Ella. Pero no podía dejar que saliesen de allí. No quería mostrarse vulnerable a sus desplantes. Si para él no había significado nada aquella noche, no le daría la satisfacción de demostrarle que para ella si. Sin dirigirle la palabra se montó en su caballo y salió veloz de allí. La daba igual dónde ir. Tan solo quería escapar lo más lejos posible.
Uno de los nobles la siguió y paró su caballo. Muy amablemente la indicó por dónde debía seguir el camino. Incluso se ofreció a acompañarla. Estuvieron trotando todo el rato. Avanzaban a bastante velocidad. Pronto Ella descubrió delante de sí una multitud de gente elegante. La entró miedo. Estaba acostumbrada a tratar con gente importante, pero no con la nobleza. Debía conseguir de alguna manera que la presentaran ante el rey. Suponía que era una tarea muy complicada. Debía intentarlo.

martes, 1 de noviembre de 2011

Noche bañada por la luna

-¿Qué haces aquí?- le preguntó extrañada.
-Vine a verte, nunca habíamos pasado tanto tiempo separados- contestó él.
- Es tarde- replicó Ella temblando. Se encontraba como una colegiala ante un gran reto.
- Sí quieres te canto una nana para que te duermas- se rió Stephano con ironía- ya que es tarde.. los dibujos acabaron hace horas-.
-Vaya, vaya.. estas gracioso- se molestó Ella justo en el momento que Stephano fue bañado por la luz de la luna. Los rizos se agolparon en su cara. Tenía la cabeza agachada. La levantó en un movimiento brusco. Dejó toda su cara al descubierto. La miraba fijamente. Ella se estremeció. Estaba demasiado cerca. Su corazón se empezaba a acelerar. No sería capaz de contenerse por mucho tiempo. ¿Qué era lo que quería en realidad? ¿por qué la castigaba con su presencia? la boca se la estaba resecando. El pulso cada vez lo tenía más rápido.
Stephano por su parte, estaba muy tranquilo parado a unos metros de ella. No dijo más. Tan solo la miraba con intensidad. Tampoco avanzó más. Estaba parado como una estatua. Sus ojos desprendían un calor infinito. Ella estaba con el corazón totalmente desbocado. No se dijeron nada. Apenas pasaron segundos. Parecieron eternas horas.
Stephano dio un paso hacia delante. Todo su cuerpo fue bañado por la luz de la luna. Tenía la camisa desabrochada. Se podía ver perfectamente su piel tostada por el sol. Los músculos firmes. No dijo nada. Tan solo la miró. Dio un paso más. Ella no se escondió. Seguía parada detrás de la cama. Nuevos segundos de incertidumbre. Cruce de miradas. Ella salió de su escondite. Ahora tan solo les separaba un metro de distancia. Stephano dio un paso más. El podía sentir la respiración de Ella en la nuca. Dio el último paso. Sus cuerpos chocaron. Stephano quería desatar su lado más salvaje. Sus instintos estaban descontrolados. Tenía que respirar hondo. Delante de sí tenía una muchacha de mirada tierna y piel delicada. Se agachó y se perdió en su cuello. Ella echó la cabeza para atrás. Se dejó llevar por las emociones.

lunes, 24 de octubre de 2011

Adentrándose en lo desconocido

Al día siguiente se prepararon para su presentación. Stephano por suerte entendía mucho de historia, así que se inventó una bastante creíble sobre quien era Ella. Se vistieron sin prisa, querían estar impecables. Stephano encontró en algún lugar, sería alguno de esos de los que no quería hablar a Ella, un traje bastante decente. Él se haría pasar por su mayordomo de una Dama de la alta sociedad francesa del sur. Probablemente la tomarían como una noble de provincia, pero era la única manera de entrar. Las nobles de París conocían muy bien a las que pertenecían a las provincias del norte. Solo tenían una oportunidad, tenía que aprovecharla al máximo.
Cuando salieron de allí, alquilaron un carruaje un poco más vistoso y más caro. Ella se sorprendía de dónde sacaba tanto dinero. Había intentado preguntárselo un par de veces, pero él siempre había contestado de manera muy violenta. Por eso había desistido. En realidad necesitaban aquel dinero y aquellas prendas. Se presentaron ante la puerta principal. Ella estaba muy nerviosa. Nunca se había hecho pasar por otra persona. Estaba temblando.
- Voy a ir delante para presentarte- la dijo Stephano cuando estuvieron a escasos minutos de su destino.
-Va va va vale- dijo Ella tartamudeando
-Tienes que estar segura de ti misma, presumida, altiva, como si fueses una noble de alta cuna- la regañó Stephano. Ella nunca se había sentido tan insegura. Normalmente era una persona que sabía lo que quería, cuando lo quería y cómo lo quería, pero allí estaba perdida.
Salió detrás de él, respiró hondo, empezó a caminar. Se la abrieron las puertas de par en par. Los guardias se la quedaron mirando boquiabiertos. Intentaron disimular, pero les fue complicado. Era la mujer más bella que habían visto desde la antigua amante del rey. Esta había muerto de una larga enfermedad crónica. Por lo menos esa había sido la versión oficial. Todos sabían que aquello no era cierto. Había enfermado misteriosamente después de una pomposa cena. Se creía que la habían envenenado con un derivado del cianuro. Definitivamente aquella joven que pasaba a su lado les había  cautivado.
Ella se sorprendió de la facilidad con la que había sido adentrarse en aquel magnífico palacio. Se adentró y esperó en una pequeña sala contigua. Stephano se acercó minutos después. No la pudo decir mucho, tan solo que esperase allí que iba a ser recibida por alguien. Este decidiría si podía pasar a la zona dónde estaban los demás nobles o no. Se sentía peor que en una entrevista de trabajo. Ante ella se presentó un hombre. La hizo mucha gracia su vestimenta. Era muy diferente a lo que estaba acostumbrada. El estilo pomposo de aquel hombre hacía que sus movimientos fuesen algo torpes. Se sentó en un canapé y la invitó a sentarse con él. Stephano se colocó a su lado, ni muy cerca ni lejos. Tenía miedo por ella. Iba demasiado despampanante.

lunes, 17 de octubre de 2011

Llegada a palacio

Se cayó otro mechón de pelo en su cara. Stephano se dio cuenta otra vez. La cara de Ella ya estaba totalmente cubierta. Debía quitárselos de encima, tampoco quería que se ahogase o algo así. No sabía muy bien como funcionaba el cuerpo de una mujer, pero seguramente tener la cara cubierta aunque fuese con su propio pelo no era bueno. "Mujeres.. la sencillez de lo complejo" pensó para sus adentros. Tan fácil conquistarlas, y tan difícil de verlas interesantes para más de un mes. Con alguna había tenido una relación incluso de un año, pero había sido demasiado sencillo, vivían en polos opuestos del país. No se veían mucho, entonces no había habido problemas Por lo menos, esa había sido siempre su tónica. Esta vez sentía que era diferente y eso le asustaba.
Le apartó el primer mechón de los ojos. Parecía tan inocente dormida. La apartó un segundo mechón. ¿Acaso había maldad en aquella mujer?, ¿era posible ser tan bella?, había conocido a muchas mujeres guapas, pero eran eso, guapas. Ella al contrario era bella. Por primera vez en su vida se dio cuenta de la diferencia entre aquellas dos palabras. Con mucho cuidado se agachó. Se acercó a sus labios. Prestó atención. Seguía dormida, no habría peligro. Cerró los ojos y la besó. Fue tierno y delicado, como el beso de un niño inocente. Enseguida se apartó. Lo sintió demasiado puro, como si hubiese profanado algo sagrado.
El carruaje dio varios saltos. Parecía que ya estaban llegando a su destino. Ella se despertó. Miró a su alrededor extrañada, había tenido un sueño de lo más raro. No recordaba exactamente que era, pero estaba inquieta. Miró a Stephano, no la hizo ni el más mínimo caso. Su mirada ausente se perdía en el horizonte del paisaje verde.
-He pensado en un plan- la dijo de repente.
-¿A sí?- contestó educadamente Ella.
- Debemos adentrarnos en el palacio, saber sus entresijos, encontrar el engranaje perfecto para nuestra historia, para comprender que hacemos aquí y averiguar también donde está Ágata-
¿Y cómo lo vamos a hacer?- quiso saber Ella.
-Te harás pasar por una noble europea, todavía no se cómo lo haremos, pero lo tenemos que conseguir- dijo firmemente Stephano. Y dicho esto, saltó del carruaje y lo paró. Pagó el dinero acordado al cochero y la hizo descender a Ella también. Se adentraron en los jardines de Versailles. Tan bonitos como lo recordaba. Escondidos entre los setos iban avanzando. Deberían hacerse con un séquito, pero no tendrían tiempo para tanto. Después de mucho pensar, decidieron que tendrían que tomarlo prestado todo. ¿Acaso no es el sueño de toda niña vestirse como una princesa? se preguntó Ella a sí misma. Sonrió. Sabía que todo lo que les quedaba por delante era peligroso, sobre todo si les descubrían, pero por lo menos intentaría buscarle su lado bonito y romántico. ¿Cómo era posible que su destino estuviese tan enrevesado?. 

jueves, 13 de octubre de 2011

Camino a Versailles

Empezaron a caminar. Llegaron a una calle muy ancha. Tenían la esperanza de encontrar un medio de transporte. Sabían que era muy tarde, pero tenían fe en que a aquellas horas muchos hombres volvían a sus hogares. Sobre todo aquellos que habían pasado un par de horas en el burdel. Al pensar en aquello Ella se estremeció. No quería volver a vivir una experiencia parecida.
Después de esperar durante una hora más o menos, encontraron un carruaje. No era muy lujoso. Todo lo contrario, pero estaba dispuesto a llevarles hasta su destino. Ella se levantó un poco el vestido, y sus zapatos rojos procedieron a subir las escaleras. Dentro los sillones estaban rajados, pero era lo que menos la importa. ¿Acaso nunca iba a terminar aquella pesadilla? se dijo a sí misma. Stephano se sentó a su lado. No la miró en ningún momento. Sacó la cabeza y le gritó al cochero que ya estaban listos. El coche se puso en marcha. El suelo empedrado hizo que los pasajeros se moviesen con violencia. Ella se movía hacia los lados con mucha fuerza. Ni con eso Stephano hizo el más mínimo gesto. ¿Qué le estaba pasando?.
Faltaba poco para el amanecer. Ver París con la bruma mañanera era mágico. Ella se quedó hipnotizada con las calles, con todo lo que la rodeaba y con el leve murmullo del río. Stephano no escuchaba aquellas cosas. Tenía la cabeza en otras historias. Siempre había tenido una vida fácil. Nunca había tenido problemas que no pudiese solucionar con una buena sonrisa, o a lo malo un buen abogado. Esto se le había escapado de las manos. ¿Acaso no era capaz de cuidar de sí mismo? ¿Acaso no era capaz de cuidar de aquella mujer que le tenía loco?, estaba furioso consigo mismo. Sus pensamientos siempre acababan en el mismo tema. Cuando se quiso dar cuenta, Ella se había dormido y se había caído en su hombro. Aprovechó para sacar el  papel rojo de los pliegues de su vestido. La releyó muchas veces. Si de verdad había algún tipo de intriga palaciega, se tenían que adentrar en palacio. Tenía que pensar en alguna estrategia.

martes, 11 de octubre de 2011

Explicaciones de historia

El dolor de manos y rodillas de Ella era horrible. Llevaban tanto tiempo a gatas, que se le había echo eterno. Tenía la sensación que nunca saldrían de allí. La estaba empezando a entrar claustrofobia. Por su parte, Stephano no decía nada. Estaba serio y callado. Le notaba totalmente distante y carente de cualquier tipo de sentimiento. No estaba acostumbrada a aquello. 
Stephano tenía una conversación mental con si mismo muy seria. Por una parte el calor interno le producía molestias enormes. El calor interno de saber que tenía a aquella mujer que le volvía loco detrás. El frío de saber que si sucumbía a sus instintos perdería la concentración. En unos momentos así era lo que más necesitaba, concentración y cabeza fría para sacarles del problema en el que se habían metido.
Cuando llevaban ya tres horas de tránsito, el camino al fin cambio. Aparecieron unas escaleras que llevaban a la superficie. Con una meticulosidad extrema subieron e intentaron salir. Nada más pisar tierra una gran alegría invadió a Ella.  Se encontraban en los jardines de Louvre. Justo donde necesitaban llegar. Se sintió feliz, por fin la suerte les sonreía. A pesar de que todas las luces estaban apagadas, y no se veía nada. Se apresuraron a esconderse detrás de unos árboles. Se acercaron poco a poco. 
-Parece que no hay nadie- susurró Stephano.
- Ayer estaba lleno- le contestó Ella sorprendida.
-¿Qué mes es?- preguntó de repente él.
-Octubre-
- Entiendo- reflexionó Step- si no recuerdo mal, leí en algún libro que en Octubre toda la corte se traslada a Versailles, debemos ir hacia allí- volvió a susurrar- vamos allá-.
- ¿Por qué a Versailles?- se extrañó Ella.
-Es el lugar preferido del rey y en otoño hace muchas obras de teatro y espectáculos- la explicó brevemente- ahora tenemos que buscar un medio de transporte-

domingo, 9 de octubre de 2011

Minúsculo pasillo

Stephano se estaba desesperando. Había llegado al punto en el que no tenía cuidado con las cosas. Las tiraba por el suelo en busca de alguna puerta secreta. Parecía totalmente ido. Ella incluso tenía miedo decirle algo. Por su parte ella buscó con mucho ahínco en el lado contrario. No habían pasado muchos minutos, aunque la búsqueda se hacía eterna. La desesperación se apoderaba de Stephano. Ella no sabía mucho de historia, pero observando las reacciones de su compañero, la guardia del cardenal debía de ser muy peligrosa.
Se apoyó en la estantería más cercana. Necesitaba pensar, aclarar sus ideas. La llamó la atención uno de los libros que estaba en el segundo estante. Tenía bordado un hilo muy fino de color rojo. Se agachó para cogerlo. Según lo sacó de su sitio, un ruido se escuchó. Era un ruido leve, seco pero firme. Stephano la miró. Enseguida se acercó a ella y miró el espacio vacío que había dejado el libro. Había una pequeña palanca que se había quedado al descubierto. La tocó otra vez pero no sucedió nada. Empezaron a seguir su instinto. Por donde el recuerdo les decía que el ruido se había producido.
Salieron de la habitación y volvieron a la estancia principal. Miraron intensamente a su alrededor. Ella se dio cuenta de que la cómoda se había movido. Se acercó. Enseguida llamó a Stephano. Entre los dos retiraron la cómoda. Allí encontraron una entrada, y unas escaleras que conducían hacia abajo.
-Esto nos lleva hacia abajo-  dijo Stephano.
-¿Más abajo de lo que estamos?- preguntó Ella.
-Vamos, rápido, ellos se acercan-  la empujó hacia el agujero. Ella se metió sin más dilación. Mientras tanto, Stephano colocó las cosas tal y como estaban.
Ella llegó al fondo. No era muy profundo. Esperó pacientemente a Stephano. Se tenía que acostumbrar a la oscuridad. Cuando bajó su compañero se acercaron a una pequeña puerta. La abrieron. El espacio era pequeño, pero ya no tenían vuelta atrás. En el exterior se escuchó un ruido desmesurado. Los guardias ya habían llegado a la habitación. Stephano entró primero. Debían ir a gatas. No había más espacio.Se adentraron en lo desconocido, en la oscuridad. Los olores eran insoportables, pero no tenían otra opción.

jueves, 6 de octubre de 2011

Contratiempos

Antes de irse, investigaron todo lo que había en la guarida. Ella le mostró el papel que tenía escondido. Se mostró un poco reticente, tenía miedo de cómo pudiese reaccionar. No sabía por qué pero no la gustaba la actitud que había adoptado desde que se despertó. Frío y distante. Ella tenía la esperanza de que una vez pasado el susto las cosas fuesen más normales entre ellos. Pasó todo lo contrario. Se enfrió. Incluso notó como su mirada se había transformado en hielo. Procuró no pensar en ello.
Encontraron varios libros relacionados con la historia Francia. Los ojearon muy por encima. No había nada  que les pudiese servir. Al final encontraron un par de mapas. Eran de hace bastantes años pero quizás les pudiesen servir. Justo cuando iban a salir, se toparon con el hombre jorobado. Ella retrocedió atrás de un salto. El aspecto de aquel hombre era lamentable. Estaba lleno de heridas profundas. La sangre seca le cubría todo el rostro y un hueso le sobresalía por el codo. ¿Qué había pasado?, Ella sujetó a Stephano aterrada.
-Nos han tendido una emboscada, a mi ama la han matado y ahora vienen a por vosotros, debéis escapar- masculló el hombre- rápido.
-¿Quién nos persigue?- preguntó Stephano.
-La guardia del cardenal- contestó el hombre- herejes- añadió Antes de que pudiese decir más empezó a tener convulsiones muy violentas. Cayó al suelo, ya no tenía salvación. En pocos minutos se quedó fulminado. ¿Por qué les estaban persiguiendo? ¿les consideraban herejes? ¿por qué?.
A lo lejos escucharon como alguien estaba golpeando la piedra de entrada. La entrada estaba bloqueada. ¿Por dónde tenían que salir?, estaban muy confusos. Entraron en la habitación de al lado. Empezaron a revolverlo todo. Si la mujer había sido una especie de hechicera, probablemente tendría otra salida. Stephano se mostraba furioso, jamás le había visto tan violento. Mientras revolvían las cosas, Ella encontró unos zapatos rojos para cambiarse. Por fin un poco de luz entre la oscuridad. En cuanto se los cambió se sintió mejor. ¿Su fuerza se encontraba en llevar unos zapatos rojos? se rió de si misma por un segundo. No le duró mucho tiempo porque enseguida tuvo que volver a la realidad. Empezó a tocar todo lo que había cerca. Quizás encontrase algo que la llamase la atención. Tenía fe en la astucia de la anciana. ¿Existía su ansiado plan B?.

sábado, 1 de octubre de 2011

Al otro lado del río

De pronto se paró. Se encontraba en un puente. Sus pensamientos se fueron con el suave circular del Sena. Miró hacia el suelo, una lejana luz hizo brillar sus zapatos. Aquellos zapatos rojos con los que estaba obsesionada toda su vida. Por lo menos había descubierto el misterio de su manía.  Por un momento se había acordado de aquel puente que estaba lleno de candados. Siempre le había parecido una cosa curiosa. Le encantaba ese puente. Otra vez deseó estar en su casa y mirar por su ventana como se encendía por la noche la Torre Eiffel.
Escuchó voces a lo lejos. Una voz conocida de hecho. Aquello la devolvió a la realidad. Eran los hombres de la función. Seguían buscándola. Ella se asustó. Se ajustó el vestido y empezó a correr. Tenía que llegar al refugio subterráneo lo antes posible. Sus zapatos rojos la llevaron a mucha velocidad a una zona segura. Corrió y corrió hasta que no sintió como sus zapatos cedían. Algo se había roto. Miró a su alrededor. Por suerte se encontraba cerca de su destino. Había multitud de casas impresionantes en aquel lado del río. Lo malo que eran similares, y que fuese de noche no ayudaba en absoluto. Andaba con todos sus sentidos alerta. Por un lado tenía que escapar de los hombres, por otro buscar su cobijo. Con el siguiente paso, se le rompió definitivamente el zapato. Tendría que continuar descalza. Por un momento se acordó de las pestes que sacudieron a Europa. Intentó desechar aquella idea atroz enseguida.
Cuando al fin encontró lo que buscaba se zambulló bajo tierra enseguida. En cuanto sus pies tocaron el  embarrado suelo, un ejército de escalofríos recorrió su cuerpo. En la vida había sentido repugnancia por algo. Escuchó el rápido correteo de algo. Procuró no imaginarse que eran ratas. Empezó a correr. En su vida había corrido tan rápido. Cuando llegó a la guarida no encontró a nadie. Se adentró buscando el canapé. Allí estaba Stephano, de su frente seguían cayendo gotas de sudor, pero por lo menos no se veía tan pálido. Se acercó temblando hacía él. Tenía miedo de perderle. En realidad estaba aterrada. Se acordó entonces de Ágata. Ella sola no podría salvarla. Le necesitaba. Y con ese pensamiento se durmió en su regazo.

martes, 27 de septiembre de 2011

Casa de los placeres ocultos

De repente los segundos se hicieron horas.  Los hombres la estaban contemplando. Dijeron unas palabras entre sí que Ella no entendía. Sus sonrisas eran inquietantes y sus ojos desprendían fuego malicioso. Intentó soltarse pero no podía. Aquellas manos mugrientas la agarraban con fuerza. Una de las manos se acercó a su pecho. Ella se esperaba lo peor. La dieron arcadas cuando los dedos del hombre rozaron su piel. 
La rompieron todo el corsé y la estaban empezando a subir la falda. Ella sintió como todo su mundo se venía abajo. No tenían ningún tipo de respeto hacia ella. La veían como una mujer de compañía más. Intentó luchar con todas sus fuerzas, pero los tres hombres eran más fuertes que ella. Las lágrimas inundaban sus ojos. Les suplicó, pero ellos ya ni siquiera escuchaban. Estaban demasiado ocupados admirando lo que tenían enfrente. Los comentarios rudos de como se encontraban de calientes eran espinas para los oídos de Ella. Después empezaron a discutir quién sería el primero, mientras se aflojaban los pantalones. Ella se estaba volviendo loca. Para ella era la mayor de las torturas. Justo en el momento en el que se decidieron los turnos, una segunda mujer apareció. 
- Vamos caballeros, ¿los tres para una sola dama?- les replicó, colocándose entre Ella y los hombres. 
- Quita puta- dijo uno de ellos borracho y violento. 
- En vez de alguien experimentado como yo, ¿os aprovecháis de una pobre desgraciada? - comenzó a decir y a juguetear con ellos- Necesitáis una mujer, no una niña que no sabe lo que es el placer- 
- ¿Qué me ofreces? - dijo el segundo hombre bajándose los pantalones - ¿la pondrás contenta?- señaló a su miembro. 
- Estáis en la casa de los placeres ocultos mi señor- contestó la mujer agachándose. 
El hombre empezó a gritar de placer. Lo que llamó la atención de otros clientes. Una segunda mujer se acercó y se desquitó el vestido. Los otros dos hombres se abalanzaron sobre ella. Uno se colocó delante y otro detrás. La primera mujer aprovechó el momento para hacer un gesto con la mano a Ella.  Se levantó y se puso de espaldas al hombre. Ella se lo agradeció con la mirada. ¿Por qué la había ayudado aquella mujer?. Se apoyó contra la pared y empezó a moverse sigilosamente. No quería llamar la atención. Tenía que llegar a la puerta cuanto antes. 

jueves, 15 de septiembre de 2011

El contenido de la carta

Sacó el papel rojo del sobre. El sello real se representaba en todo su esplendor. Cuando lo miró fijamente se dio cuenta de que era una carta. No entendía muy bien lo que ponía. Los trazos de la letra eran tan elaborados que resultaba complicado leerlo. Empezaba como una carta de amor, para después convertirse en un relato de conspiraciones varias.
Hablaba del amor que alguien de la realeza procesaba a una campesina. Después algunos intentos fallidos de envenenamientos. Por último la traición del clero. Había palabras que daban a entender la gran ambición que tenían algunos miembros en hacerse con el poder no solo de la iglesia francesa, sino de influir en las decisiones del rey. Era todo una telaraña de malos propósitos y frases a medio decir. Parecía que las intrigas palaciegas estaban a la orden del día en lo que a problemas se refería.
Cuando estaba acabando la carta una ráfaga de viento agitó su pelo. Se dio la vuelta, era imposible que en una cueva existiese viento. Miró por todos lados pero nada la llamó la atención. Sin soltar aquella carta buscó a la anciana y a su ayudante. No estaban allí. Aprovechó para acercarse a Stephano. Yacía inmóvil en el diván. Se agachó para mirarle más de cerca. ¿Por qué no se despertaba?.
-Aguanta mi niño-  le dijo con dulzura acercándose a su pecho para escuchar su respiración- podremos con esto juntos, ya lo verás- apartó los rizos rebeldes de su cara, pero él no se movió.
Se quedó a su lado, mientras se sumía en un profundo sueño. Su mente se relajó y la hormona de la felicidad buscó un hueco en su mente para liberarse. Bailes de máscaras venecianas pasaron por su mente, una mirada misteriosa de ojos negros que la perseguía. Imágenes agradables la hicieron relajar todos sus músculos por primera vez en todo aquel viaje. Pero cuando estaba en la cúspide de su felicidad todo cambió. Los asistentes al baile perdieron sus máscaras. La angustia invadió su cuerpo. En vez de humanos, hienas aparecieron ante ella. Salió corriendo por un pasillo largo, pero los animales la siguieron. Cuando miró atrás vio que pronto la alcanzarían. Instó a sus zapatos rojos a que corriesen a más velocidad. Repentinamente apareció una puerta ante ella. La abrió con fuerza y se abalanzó dentro. Con las prisas no se dio cuenta de que delante de ella había un gran agujero. Se precipitó en una caída sin límites. En aquel momento se despertó sobresaltada. Stephano tenía convulsiones. Estaba empeorando. Buscó a la anciana. La llamó a gritos. Apareció minutos después y la gritó que había hecho. ¿Qué estaba sucediendo?, intentó no ponerse histérica. Se concentró en la carta nuevamente.

sábado, 10 de septiembre de 2011

Un pasillo oscuro

Cogieron a Stephano por los brazos y los pies. Le llevaron hasta el final de la calle. Allí les esperaba un hombre con un carro. Cuando le miró Ella, sintió una punzada en el pecho. Era un hombre pequeño y jorobado. Cuando la miró, todos sus sentimientos se entremezclaron. Tenía la mitad de la cara quemada. Parecía envejecido y arrugado. No sabía si sentía temor o compasión.
Aquel hombre se acercó a Stephano y lo colocó en el carro. No tuvo ningún tipo de delicadeza. Los vendajes que tenía en la pierna se le tiñeron de sangre.  Se sentía totalmente hundida. ¿Qué iba a hacer ella si aquel misterio de pelo negro y rizado no sobrevivía?. Corrió hasta el carro olvidándose de todo lo demás. Le agarró con fuerza. Intentó reanimarle presa de la desesperación. Las lágrimas resbalaron por sus mejillas.
El hombre tiró violentamente del carro. Ella perdió el equilibrio y cayó al suelo bruscamente. Ágata la cogió del brazo y la ayudó a levantarse. La anciana  la miró con desprecio y comenzó a caminar detrás del carro. Pasaron por varias calles paralelas a la Bastilla. Según la comentó Ágata, iban camino del Jardín de Luxemburgo. Ella no lo entendía muy bien, aquella zona era demasiado lujosa para la anciana. A pesar de ello no hizo ningún comentario. Iban caminando en silencio, por calles secundarias para no llamar la atención. Aquella ciudad estaba muy distinta de lo que Ella conocía. Las calles estaban más abandonadas, la basura tirada por todos lados. Los olores fuertes se mezclaban unos con otros.
Cuando por fin llegaron a su destino, Ella se quedó petrificada. Se pararon delante de una lujosa casa. La estuvieron observando unos instantes. Parecía que nadie estaba en ella. ¿Acaso la anciana vivía allí?, enseguida desechó esa pregunta de su cabeza. Era algo imposible. No se equivocaba, prosiguieron su camino, pero, no avanzaron mucho cuando la anciana se paró nuevamente. Estábamos en los límites de la casa señorial. El hombre jorobado tocó unas piedras del suelo y las levantó. Ante ellos se abrió un gran agujero, apenas iluminado por unas velas gastadas.  Unas escaleras empinadas hacían las veces de entrada. Ella miró a Ágata con cara de interrogación. Esta hizo un gesto de afirmación y comenzó a bajar las escaleras. Ella esperó unos segundos. Después miró a la anciana desconcertada. La dijo unas palabras que no comprendió y la señaló las escaleras. Ella se acercó y comenzó a bajarlas.
Numerosos ruidos retumbaron en sus oídos. Estaba asustada. Cuando bajó, se encontró con un pasillo muy largo. Una gran rata pasó a su lado. Ella gritó con todas sus fuerzas. Se apresuró a adentrarse en aquel pasillo. Las velas consumidas mostraban sombras extrañas en las paredes. Cuanto más se adentraba en aquel sitio más humedad sentía en sus huesos. Las velas en esta parte eran más grandes. Podía ver mejor lo que la rodeaba. Se encogió aún más. Se sentía como en una película de terror.

lunes, 29 de agosto de 2011

Reencuentro

Los pies le pesaban, pero había visto un destello a lo lejos. Tenía la esperanza de que fuese la salida. El aire estaba demasiado cargado y aquello era difícil de llevar. Cuando llegó al final de aquel túnel, le llenó una esperanza renovada.  Miró a su alrededor, se encontraba en la orilla del río Sena.  Miró algo confundido. No sabía exactamente en que parte se encontraba. Las cosas eran muy diferentes en la época en la que él vivía y en la que se encontraban actualmente. Intentó no quedarse atrás, para no perderse. Siguió a la mujer, y, subió unas escaleras muy empinadas. Se encontró enfrente de una zona muy marginal. Más incluso que la anterior. Apretó el paso. Se metió en uno de los edificios. Subió unas escaleras y se adentró en una casa. La mujer le indicó que se sentase y le dio al hombre de la cicatriz una joya. Stephano no sabía muy bien que pensar de todo aquello. Se sentó e intentó quedarse tranquilo.
-Hemos ideado un plan para intentar salvar a Ella- le empezó a explicar la mujer - no sabemos si saldrá adelante- y después de un largo suspiro añadió- esperemos que sí, si no, estamos perdidos-.
-¿Cómo hemos llegado hasta aquí? y ¿por qué te pareces tanto a Ella?- preguntó Stephano.
- Vamos a dejar las explicaciones para más adelante ¿de acuerdo?- le dijo la mujer- ahora descansa un poco, que no sabemos lo que nos van a deparar las próximas horas- le dijo y le dejó solo en la habitación.
Las horas siguientes se le hicieron eternas. El sol estaba en lo más alto. Sus pensamientos divagaban por todas las direcciones posibles. Se despertó de su trance cuando escuchó un ruido. Debía ser la puerta principal al cerrarse bruscamente. Se levantó de la silla en la que estaba sentado. Corrió a la puerta y la abrió.
Su pulso se aceleró. Enfrente estaba Ella. Magullada y muy sucia pero igual de bella que siempre. Definitivamente estaba enfadado con ella. Pero se perdió en sus ojos. Aquello no le gustaba, le daba miedo. Siempre había conseguido la mujer que había querido. Nunca se había implicado emocionalmente. Simplemente cogía lo que le interesaba, se lo pasaba bien y tan rápido como empezaba acababa. La imagen de Ella le mataba, la sangre le hervía. La odiaba.

martes, 23 de agosto de 2011

La senda de los tatuajes

-Ya es hora de que salgamos de aquí mi señor- le dijo una voz a Stephano. Aquello le hizo sobresaltar y darse la vuelta enseguida. Sus ojos se abrieron como platos, allí estaba Ella. Su voz sonaba diferente, y el color de su pelo era más oscuro, pero tenía que ser ella.
-Te he estado buscando, ¿que te ha pasado?- la preguntó cogiéndola del brazo con fuerza.
-Vuestra amiga necesita ayuda. No soy la persona que buscáis, pero debemos darnos prisa. Mañana por la mañana la quieren quemar en la plaza pública- aclaró la mujer.
-No entiendo nada, ¿donde estoy?, ¿quién eres tú?- pero no había tiempo para más explicaciones. Terminó de ponerse la ropa que tenía encima de la cama y salió corriendo detrás de aquella mujer. Bajaron deprisa unas escaleras secundarias y entraron en otro pasillo. La mujer se levantó el vestido para no arrastrarlo por el suelo y así poder correr mejor. Al igual que Ella, llevaba unos zapatos rojos. Stephano se quedó boquiabierto. Intentó poner sus pensamientos en orden. Algo importante estaba sucediendo y él no era capaz de comprender nada. Algo reclamó su atención e inconscientemente giró su cabeza hacia abajo. Miró el tobillo de la joven. Sus ojos se agrandaron hasta el infinito, allí había un pequeño tatuaje. Era idéntico que el que tenía Ella en la espalda.
Salieron al exterior. La majestuosidad del Louvre le dejó atónito,pero no tenía tiempo para admirarlo. Cruzó el río Sena y se adentró en un laberinto de calles. Todas eran muy estrechas y mal olientes. El calor del día anterior hacía mella en la putrefacción de los alimentos. Un hombre con un tatuaje se cruzó conmigo, después otro y más tarde uno nuevo. Sus caras estaban demacradas. No estaba acostumbrado a aquel tipo de paisaje. Intentó ocultar su rosto detrás de su brazo para no mostrar su repulsión. ¿Dónde le llevaba aquella mujer?.

jueves, 18 de agosto de 2011

Una visita para Stephano

En vez de volver a la fiesta la siguió de lejos. Stephano no quería dejarla sola pero tampoco se atrevía a estar a su  lado todo el rato. No le gustaba la sensación de estar poseído por la idea del roce de su piel. Aquella locura le estaba taladrando la cabeza. Se despistó un momento y la perdió de vista. No podía haber ido muy lejos. Se apresuró para ir tras sus pasos. Se fijó en que había  luz debajo de una de las puertas. La abrió bruscamente y se encontró con una puerta circular reluciente. Ella estaba cerca del interior. La gritó, Ella se dio la vuelta pero no fue hacia él. Titubeó un poco y se metió dentro de aquella masa extraña. Desapareció al instante. Stephano corrió hacia la puerta. Intentó atravesarla tal y como había  hecho ella. Le fue imposible, una fuerza invisible le impedía avanzar. Lo intentó varias veces, pero cada una de ellas se dio contra aquel muro. Lo único que consiguió fue magulladuras en su hombro izquierdo. 
Se sentó a esperar por si volvía Ella. Estuvo horas allí, pero no sucedía nada. La puerta seguía reluciente y con aquella masa extraña en el interior. 
Pensó en la fiesta. Ya debía de haber concluido y él que era el anfitrión no estaba para despedir a sus huéspedes. Quizás el champagne les haría olvidar aquel pequeño detalle. Sonrió para sus adentros. Cogió su pequeño amuleto de ámbar verde y lo estrujó entre sus dedos. No sabía que tenía aquella piedra pero era muy especial para él. Nunca se había separado de ella. Mientras su concentración estaba puesta en su mano, la puerta empezó a lanzar chispas. Se levantó de un salto. Una figura estaba apareciendo poco a poco.

martes, 16 de agosto de 2011

Una habitación silenciosa

Mucha gente hablaba en susurros. Ella no entendía nada. Pero no la importaba, intentaba no moverse en absoluto, para que la diesen por muerta. Iba chocando contra objetos que no reconocía. Se movía hacia un lado y hacia otro lado.  Aquel hombre no era nada cuidadoso con ella. Pero cualquier cosa era mejor que acabar en la hoguera o en cualquier otro sitio. No parecía estar en un sitio muy civilizado.
Sintió todo tipo de olores. La mayoría eran muy fuertes y confusos. La llenaban las fosas nasales y revolvían el estomago. Esperaba salir pronto de ahí, no podría contener su malestar durante mucho tiempo. Cuando sintió que los brazos que la sostenían se relajaban sintió como una ola de tranquilidad se apoderó de ella. Empezaron a subir unas escaleras que parecían muy empinadas. El murmullo ya había cesado. Un inquietante silencio se apoderó de todo. Abrió los ojos lentamente y se encontró en una pequeña habitación. Sus ojos se tenían que acostumbrar a la luz, pero no parecía que hubiese muchos muebles.
Levantó la mirada, pero no vio al hombre, era muy alto. La sombra se proyectaba sobre su cara. No podía verle, eso no me gustó. Intenté soltarme, pero sus brazos la agarraban con fuerza. Como si fuese una muñeca la depositó encima de una mesa.                                          

viernes, 12 de agosto de 2011

En brazos de un desconocido

La puerta se abrió bruscamente. El chorro de luz que iluminó la estancia hizo que todos se quedasen ciegos por un momento.  Se sintió mareada y se desmayó. Sintió como alguien la cogía en brazos. Vio algo de luz, pero luego la oscuridad se cernió sobre Ella. Cuando se despertó, sintió como unos brazos fuertes la sostenían. Por más que miraba, no podía ver lo que había a su alrededor, había demasiada luz.
-Estás muy pálida- le dijo una voz masculina- hazte la muerta o no saldremos de aquí-.
Hizo caso de cada palabra que la dijo aquel hombre. No sabía quien era, pero seguramente su destino no fuese peor que el de quedarse en aquella mazmorra. A pesar de que sus ojos estaban cerrados, en todo momento fue consciente donde estaba. Sus demás sentidos estaban a pleno funcionamiento. Se cruzaron con muchas personas. Por el olor corporal dedujo que todos eran hombres. Bajaron por muchas escaleras, allí el alboroto estaba mucho más presente.
Notó el aire fresco de alguna especie de espacio abierto. No estaba del todo segura. Algunas personas le rozaron los pies, pero la mayoría se apartaban a su paso. Notaba como su piel fría se apretujaba contra aquel hombre desconocido. Sin haberle visto nunca, tenía confianza en él.




viernes, 22 de julio de 2011

Una sombra entre los festejos

Intentó camuflarse entre la gente para buscar una salida. No veía ninguna puerta cercana. El salón daba a largos pasillos y Ella no sabía cual elegir. Por lo menos había conseguido perder a Stephano de su vista. Eso era una buena señal, quizás por fin las cosas la empezaban a salir bien. Cruzó todo el salón mientras sonaban lentas canciones que hacían que todo el mundo saliese a la pista a bailar. A su paso miraba a cada una de las damas, eran de una delicadeza excepcional. Se adentró en uno de los pasillos. Intentó ser cauta para que nadie la viese. ¿Acaso lograría salir de allí?.
A lo lejos vio como algo producía destellos. Aceleró el paso, había una gran puerta al final. Era su oportunidad perfecta para escapar. Pero una sombra se cruzó en su pasillo. Se quedó petrificada cuando el gran cuerpo de Stephano apareció ante ella impidiendola el paso.
-Te dije que no intentases escapar- le dijo enfadado.
-No soy tu prisionera- le contestó Ella bruscamente.
-Pues considérate como mi invitada- y la cogió por la cintura y subió a sus brazos. No iba a dejar que se escapase, ya no sabía si para que no desvelase la reunión que había visto o porque la quería para si mismo.
Por unos pasillos colindantes a la sala de baile la llevó hacia las grandes escaleras de caracol. La dejó en el suelo y la dijo que o bien podía subir a su cuarto o seguir en el baile, pero tenía prohibido salir de ahí. Con esas palabras se fue. Ella se quedó pensativa, hasta que se fijó en que una sombra se estaba moviendo  no muy lejos de ella.