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sábado, 26 de noviembre de 2011

Proposición indecente

Ella se dio cuenta de que llamaba demasiado la atención.  Había conseguido pasar desapercibida durante buena parte de la tarde. Ahora caía la noche. El rey había vuelto a reclamar sus atenciones. Incluso ahora lo hacia de manera más llamativa. Eso no era buena señal. Su amante seguía ocupada con el cardenal. Él estaba solo. Rodeado solo por hombres. Sus ministros. Todos borrachos. Ella miró a su alrededor. En la mañana había visto por ahí rondando a Stephano. ¿Dónde estaba ahora?, ¿por qué la había abandonado? ¿tan poco le importaba?, estaba hecha un lío.
-Eleonora ven- la llamó una de las damas. Al principio no hizo caso, pero ya a la tercera vez que escuchó ese nombre cayó en la cuenta de que es el nombre que había dado. Eleonora de Rambouillet. Pariente lejana de Catalina de Vivonne. En cuanto se presentó así, nadie dudó de su autenticidad. Todos la respetaban. Aunque ella se encontraba de viaje en Roma en aquellos momentos. Fue su lugar de nacimiento y allí es dónde tenía que ir por motivos que nadie conocía.
Se acercó a la dama. Parecía tener gran rango, o por lo menos un gran ego. Trataba a todos con una inferioridad demasiado visible. En cambio con Ella había sido demasiado cortés. ¿Acaso esperaba conseguir algo con aquella apariencia de amistad?. No se fiaba de ella. Procuró poner su mejor sonrisa y se acercó.
-El rey está preguntando por tus orígenes- la comentó al oído cuando Ella se situó a su lado.
-Que gran honor hacia mí- la contestó con una sonrisa.
-Quizás te debas volver a palacio y prepararte-  Ella se estremeció al escuchar aquellas palabras. Había huido de ellas desde que intuyó que el rey la prestaba demasiada atención. Aún así decidió darle las gracias a la dama por su advertencia y la hizo caso. Se disculpó de algunos de los presentes. No la quedaba otra opción. Tenía que coger el caballo y volver a palacio. No podía abandonar ahora que había llegado tan lejos. Por desgracia aquel plan no la gustaba nada. Por un momento se sintió como una cortesana. No podía evitarlo. Galopó rápido. Quería que el aire la golpease en la cara. Necesitaba despejar su mente. ¿Dónde estaba Stephano? ¿La había dejado sola entre tanta confusión? 

domingo, 20 de noviembre de 2011

Intentos fallidos

Stephano había conseguido poner la mente en blanco. Había cabalgado muchos minutos. Se encontraba a una buena distancia de allí. Eso le había permitido aclarar sus ideas. No entendía del todo de dónde venían sus impulsos posesivos, ¿qué le estaba pasando?, la dueña de los zapatos rojos le había hipnotizado. Siguió cabalgando sin rumbo. Llegó al pueblo. Allí sin pensarlo se dirigió a la primera taberna que encontró. Un par de cervezas le sentarían bien. Se sentó pesadamente en una silla. Vino una camarera y le trajo directamente una gran jarra de cerveza.  Stephano perdió la cuenta de cuantas más jarras le siguieron.  Llegó un punto en el que la camarera se unió a él. Era una chica joven, de largas piernas y generoso escote. Lo que Stephano no se dio cuenta es de que llevaba una cinta amarilla cosida a sus ropas.  La mujer le besó con pasión. Él le correspondió el beso. Estaba demasiado borracho como para que aquel escote no nublase su vista.
Se levantó y la siguió por las escaleras. Ella las subió moviendo todo su cuerpo con armonía. No podía dejar que él perdiese su interés. Cada pocas escaleras hacía rozar sus caderas contra él. Sabía que le volvería loco. Se tomó su tiempo en coger una habitación. Se cuidó de que él no perdiese su interés. Había dado por hecho que era extranjero. Eso significaba que tenía dinero. Que le podría desplumar mientras durmiese. Stephano no se daba cuenta de ello. Estaba nublado por aquel escote y por el ritmo de sus caderas. Además el alcohol en sangre le ralentizaba sus pensamientos. Llegaron a una habitación. Ella se desnudó con tanta habilidad que a Stephano no le dio ni tiempo a respirar. Era tan agresiva que él no estaba acostumbrado a eso. Se dejaba llevar. Le excitaba aquella sensación. No tomaba la iniciativa en nada. Era algo nuevo. Se sentía como un muñeco. No le importaba. En cuanto se adentró en ella, abrió los ojos como platos. Por un momento la cara de la mujer había cambiado. Había aparecido la de Ella. No podía hacerlo. Se odió a sí mismo. Salió con brusquedad de allí. Se vistió. La mujer intentaba por todos los medios que no se fuese. El comprendió la situación. Al fin y al cabo no era culpa de ella. La tiró unas monedas. La mujer le arañó con furia. El salió corriendo de allí. La cerveza había desaparecido de su sangre de un plumazo. ¿Por qué no había sido capaz de hacer aquello?, la mujer era de muy buen ver, podía haber sido fácil. Se montó en su caballo y comenzó a cabalgar otra vez. Nuevamente iba sin rumbo. Se adentraba en la maleza. La cabeza le iba a estallar de dolor.
De repente el caballo se detuvo. Él ni se había dado cuenta dónde estaba. Miró a su alrededor. No conocía aquella zona. Se había perdido. Se bajó del caballo. A lo lejos había visto humo. Tenía que averiguar que era. 

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Trotando hacia la corte

Se quedó atónita. Se esperaba un comité enorme. Cuando se adentró en la sala solo se encontró con un par de personas tomando el desayuno y charlando animosamente. El mayordomo la acompañó hasta ellos. Cuando percibieron su presencia se mostraron sorprendidos. Los hombres sonrieron enseguida. Las mujeres se mostraron algo más reacias a mostrar agrado. Ella se sentía muy incomoda. No la gustaba ser el centro de atención. Se sentó al otro lado de la mesa y con un asentimiento de cabeza, comenzó a tomarse el té que la había traído el mayordomo. Al principio estaban bastante interesados por la nueva invitada, pero viendo que ella intentaba pasar desapercibida, siguieron con sus asuntos.
Cuando terminó de desayunar el mayordomo la informó que toda la corte había salido a cazar. Ella detestaba la violencia, pero no la quedaba más remedio que aceptar la proposición. Se levantó y siguió a los demás. Se dirigieron hacia dónde estaban atados los caballos. De reojo vio a Stephano. La dio un vuelco al corazón. Esperaba algún tipo de señal. Estaba segura de que la había visto. Estaba ensillando su caballo.
Ni se inmutó. Estaba demasiado ocupado. El corazón se le rompió en mil pedazos. Cuando pasó por su lado ni siquiera la miró. Las lágrimas se agolparon en los ojos de Ella. Pero no podía dejar que saliesen de allí. No quería mostrarse vulnerable a sus desplantes. Si para él no había significado nada aquella noche, no le daría la satisfacción de demostrarle que para ella si. Sin dirigirle la palabra se montó en su caballo y salió veloz de allí. La daba igual dónde ir. Tan solo quería escapar lo más lejos posible.
Uno de los nobles la siguió y paró su caballo. Muy amablemente la indicó por dónde debía seguir el camino. Incluso se ofreció a acompañarla. Estuvieron trotando todo el rato. Avanzaban a bastante velocidad. Pronto Ella descubrió delante de sí una multitud de gente elegante. La entró miedo. Estaba acostumbrada a tratar con gente importante, pero no con la nobleza. Debía conseguir de alguna manera que la presentaran ante el rey. Suponía que era una tarea muy complicada. Debía intentarlo.

jueves, 20 de octubre de 2011

Vestido nuevo

- ¿Sabes coser?- preguntó Stephano por detrás de los matorrales, a la mañana siguiente.
- De pequeña se me daba bien, ¿por?- preguntó Ella extrañada.
- Pues aquí te traigo cosas- y se mostró a la luz cargado con un vestido de tonos dorados y telas rojas- también tenemos un sitio para quedarnos. Una posada no muy lejos de aquí.. Reservé la habitación más alejada del resto y les pagué un extra para que  no nos molestasen- sonrió.
Los dos emprendieron el camino, por primera vez relajados. Ella se dio cuenta de que Stephano cojeaba un poco en la pierna en la que había sido mordido. Se lamentó por ello, sabía que no había sido su culpa, pero a pesar de ello, tenía remordimientos.  Cuando llegaron a la posada se sintió totalmente dichosa. Sobre todo después de darse un baño y sentirse libre de toda suciedad. Enseguida se puso manos a la obra para dejar aquel vestido dorado irreconocible. Pronto se dio cuenta de que si lo intentaba hacer como ella se había imaginado, el vestido aún quedaría reconocible. Por eso le pidió a Stephano que la trajese telas negras. Nunca lo hubiese pensado, pero aquel trabajo incluso la divertía. ¿Acaso estaba cambiando?, se miró al espejo, ¿debería cambiar también su aspecto? se quedó parada. Quizás sí, se parecía demasiado a Ágata, quizás alguien en la corte la pudiese reconocer.
Bajó con mucho cuidado, para no ser vista. Se fue hasta un campo cercano. Empezó a mirar a su alrededor. Esperaba tener una idea maravillosa. Se sentó en una piedra. Pasaron los minutos pero su cerebro seguía en blanco. ¿Acaso su ingeniosidad se había evaporado?, siguió mirando al horizonte. De repente se acordó de varias situaciones de su vida diaria. ¿Era su época una sociedad sin valores morales?, ahora todo lo veía más sencillo, se limitaba a sobrevivir. Antes de haber viajado hasta allí era una adicta a la tecnología, al igual que los demás.. ¿había perdido la inocencia de manera precoz? hizo un breve repaso a su vida. Justo en el momento que estaba llegando a su época de instituto se acordó de algo. Enseguida se levantó de la piedra. Sus zapatos rojos la llevaron hacia un lugar cercano lleno de camomila. Sonrió para sus adentros y la cogió.
Volvió corriendo a posada. Cogió los ingredientes que necesitaba. En el instituto había tenido una profesora de química que estaba loca. Además de ello, estaba obsesionada con la belleza y la edad, y una vez en el laboratorio les enseñó a elaborar un tinte casero. En aquella época pensó que aquello jamás la sucedería. ¿Acaso todo servía para algo?, por segunda vez en el día sonrió para sí.  Mientras tanto, volvió Stephano con las telas que ella necesitaba.  Le había preguntado como las había conseguido, pero él se limitó a decir que no quería que fuese cómplice de sus delitos. Sin más preguntas se sentó a terminar el vestido. Le pidió que la dejase sola, para estar más tranquila. Estaba demasiado ocupada con todo lo que tenía que hacer, como para que su presencia la distrajese. Tras cuatro horas de duro trabajo se tiñó el pelo y se puso el vestido. Miró al espejo y se sintió muy satisfecha. El corpiño rojo la sentaba como un guante. La falda del vestido era negro, contrastaba con su blanca piel. Con el pelo rubio se hizo un moño alto. Estaba preparada para hacer su presentación.