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jueves, 27 de octubre de 2011

Paseos nocturnos

El noble no se encontraba cómodo con Stephano mirándole todo el rato. Le mandó fuera. Stephano al no ser más que un criado, no podía sino hacer caso. Los minutos que pasó allí se le hicieron eternos. Tan solo esperaba que no se excediese en sus labores de entrevista.  Estaba impaciente andando de un lado hacia otro. Se sentía como un león en una jaula.
Poco tiempo después salió Ella. Tenía una sonrisa en la cara. Según pasó a su lado, le guiñó un ojo y le señaló que la acompañase. Formaron una fila, con el noble en cabeza. Anduvieron por unos pasillos muy largos y estrechos. Debían tener menor rango que los anteriores, porque estaban decorados de forma muy sencilla. Ella esperaba ver adornos y estancias pomposas, pero no era así. El noble los estaba llevando al otro ala del palacio. Allí es dónde se alojaría Ella durante su estancia en Versailles. Por su parte, Stephano se alojaría en un cuarto pequeño compartido con más sirvientes.
Cuando llegaron a la habitación, Ella se quedó impresionada. Estaba enteramente decorada de tonos dorados y verdes. El noble se despidió y la dijo que al día siguiente por la había planeada una cacería. Por el momento la dejaría descansar y tendría a su disposición una doncella si la necesitaba, ya que no la acompañaba ninguna. Miró con desprecio a Stephano y le dijo que le acompañase. Ella se quedó sola en la habitación con sus pensamientos. ¿Acaso podría aguantar aquella mentira durante mucho tiempo?, ¿tan malo era vivir de aquella manera? se sentía como una princesa. Alguien cuidaba de ella y la mimaba. ¿Acaso no era aquello lo que buscaban todas las personas románticas? Estaba demasiado confundida. Con todas aquellas preguntas se quedó dormida. Mentir tanto era muy sacrificado para ella. La dejaba agotada.
Por la noche escuchó ruidos. Se despertó sobresaltada. Alguien abría la puerta. Se agazapó detrás de la cama. Tenía miedo y estaba todo oscuro. Una silueta oscura se dibujó en el horizonte. Ella pegó un grito. El corazón la latía a mil por hora. Iba a salirse de su pecho. Tenía toda la tensión acumulada en su cuerpo. Respiró relajada cuando distinguió los rizos oscuros de Stephano. Pero.. ¿¿qué hacía allí??

jueves, 20 de octubre de 2011

Vestido nuevo

- ¿Sabes coser?- preguntó Stephano por detrás de los matorrales, a la mañana siguiente.
- De pequeña se me daba bien, ¿por?- preguntó Ella extrañada.
- Pues aquí te traigo cosas- y se mostró a la luz cargado con un vestido de tonos dorados y telas rojas- también tenemos un sitio para quedarnos. Una posada no muy lejos de aquí.. Reservé la habitación más alejada del resto y les pagué un extra para que  no nos molestasen- sonrió.
Los dos emprendieron el camino, por primera vez relajados. Ella se dio cuenta de que Stephano cojeaba un poco en la pierna en la que había sido mordido. Se lamentó por ello, sabía que no había sido su culpa, pero a pesar de ello, tenía remordimientos.  Cuando llegaron a la posada se sintió totalmente dichosa. Sobre todo después de darse un baño y sentirse libre de toda suciedad. Enseguida se puso manos a la obra para dejar aquel vestido dorado irreconocible. Pronto se dio cuenta de que si lo intentaba hacer como ella se había imaginado, el vestido aún quedaría reconocible. Por eso le pidió a Stephano que la trajese telas negras. Nunca lo hubiese pensado, pero aquel trabajo incluso la divertía. ¿Acaso estaba cambiando?, se miró al espejo, ¿debería cambiar también su aspecto? se quedó parada. Quizás sí, se parecía demasiado a Ágata, quizás alguien en la corte la pudiese reconocer.
Bajó con mucho cuidado, para no ser vista. Se fue hasta un campo cercano. Empezó a mirar a su alrededor. Esperaba tener una idea maravillosa. Se sentó en una piedra. Pasaron los minutos pero su cerebro seguía en blanco. ¿Acaso su ingeniosidad se había evaporado?, siguió mirando al horizonte. De repente se acordó de varias situaciones de su vida diaria. ¿Era su época una sociedad sin valores morales?, ahora todo lo veía más sencillo, se limitaba a sobrevivir. Antes de haber viajado hasta allí era una adicta a la tecnología, al igual que los demás.. ¿había perdido la inocencia de manera precoz? hizo un breve repaso a su vida. Justo en el momento que estaba llegando a su época de instituto se acordó de algo. Enseguida se levantó de la piedra. Sus zapatos rojos la llevaron hacia un lugar cercano lleno de camomila. Sonrió para sus adentros y la cogió.
Volvió corriendo a posada. Cogió los ingredientes que necesitaba. En el instituto había tenido una profesora de química que estaba loca. Además de ello, estaba obsesionada con la belleza y la edad, y una vez en el laboratorio les enseñó a elaborar un tinte casero. En aquella época pensó que aquello jamás la sucedería. ¿Acaso todo servía para algo?, por segunda vez en el día sonrió para sí.  Mientras tanto, volvió Stephano con las telas que ella necesitaba.  Le había preguntado como las había conseguido, pero él se limitó a decir que no quería que fuese cómplice de sus delitos. Sin más preguntas se sentó a terminar el vestido. Le pidió que la dejase sola, para estar más tranquila. Estaba demasiado ocupada con todo lo que tenía que hacer, como para que su presencia la distrajese. Tras cuatro horas de duro trabajo se tiñó el pelo y se puso el vestido. Miró al espejo y se sintió muy satisfecha. El corpiño rojo la sentaba como un guante. La falda del vestido era negro, contrastaba con su blanca piel. Con el pelo rubio se hizo un moño alto. Estaba preparada para hacer su presentación.



jueves, 13 de octubre de 2011

Camino a Versailles

Empezaron a caminar. Llegaron a una calle muy ancha. Tenían la esperanza de encontrar un medio de transporte. Sabían que era muy tarde, pero tenían fe en que a aquellas horas muchos hombres volvían a sus hogares. Sobre todo aquellos que habían pasado un par de horas en el burdel. Al pensar en aquello Ella se estremeció. No quería volver a vivir una experiencia parecida.
Después de esperar durante una hora más o menos, encontraron un carruaje. No era muy lujoso. Todo lo contrario, pero estaba dispuesto a llevarles hasta su destino. Ella se levantó un poco el vestido, y sus zapatos rojos procedieron a subir las escaleras. Dentro los sillones estaban rajados, pero era lo que menos la importa. ¿Acaso nunca iba a terminar aquella pesadilla? se dijo a sí misma. Stephano se sentó a su lado. No la miró en ningún momento. Sacó la cabeza y le gritó al cochero que ya estaban listos. El coche se puso en marcha. El suelo empedrado hizo que los pasajeros se moviesen con violencia. Ella se movía hacia los lados con mucha fuerza. Ni con eso Stephano hizo el más mínimo gesto. ¿Qué le estaba pasando?.
Faltaba poco para el amanecer. Ver París con la bruma mañanera era mágico. Ella se quedó hipnotizada con las calles, con todo lo que la rodeaba y con el leve murmullo del río. Stephano no escuchaba aquellas cosas. Tenía la cabeza en otras historias. Siempre había tenido una vida fácil. Nunca había tenido problemas que no pudiese solucionar con una buena sonrisa, o a lo malo un buen abogado. Esto se le había escapado de las manos. ¿Acaso no era capaz de cuidar de sí mismo? ¿Acaso no era capaz de cuidar de aquella mujer que le tenía loco?, estaba furioso consigo mismo. Sus pensamientos siempre acababan en el mismo tema. Cuando se quiso dar cuenta, Ella se había dormido y se había caído en su hombro. Aprovechó para sacar el  papel rojo de los pliegues de su vestido. La releyó muchas veces. Si de verdad había algún tipo de intriga palaciega, se tenían que adentrar en palacio. Tenía que pensar en alguna estrategia.

domingo, 9 de octubre de 2011

Minúsculo pasillo

Stephano se estaba desesperando. Había llegado al punto en el que no tenía cuidado con las cosas. Las tiraba por el suelo en busca de alguna puerta secreta. Parecía totalmente ido. Ella incluso tenía miedo decirle algo. Por su parte ella buscó con mucho ahínco en el lado contrario. No habían pasado muchos minutos, aunque la búsqueda se hacía eterna. La desesperación se apoderaba de Stephano. Ella no sabía mucho de historia, pero observando las reacciones de su compañero, la guardia del cardenal debía de ser muy peligrosa.
Se apoyó en la estantería más cercana. Necesitaba pensar, aclarar sus ideas. La llamó la atención uno de los libros que estaba en el segundo estante. Tenía bordado un hilo muy fino de color rojo. Se agachó para cogerlo. Según lo sacó de su sitio, un ruido se escuchó. Era un ruido leve, seco pero firme. Stephano la miró. Enseguida se acercó a ella y miró el espacio vacío que había dejado el libro. Había una pequeña palanca que se había quedado al descubierto. La tocó otra vez pero no sucedió nada. Empezaron a seguir su instinto. Por donde el recuerdo les decía que el ruido se había producido.
Salieron de la habitación y volvieron a la estancia principal. Miraron intensamente a su alrededor. Ella se dio cuenta de que la cómoda se había movido. Se acercó. Enseguida llamó a Stephano. Entre los dos retiraron la cómoda. Allí encontraron una entrada, y unas escaleras que conducían hacia abajo.
-Esto nos lleva hacia abajo-  dijo Stephano.
-¿Más abajo de lo que estamos?- preguntó Ella.
-Vamos, rápido, ellos se acercan-  la empujó hacia el agujero. Ella se metió sin más dilación. Mientras tanto, Stephano colocó las cosas tal y como estaban.
Ella llegó al fondo. No era muy profundo. Esperó pacientemente a Stephano. Se tenía que acostumbrar a la oscuridad. Cuando bajó su compañero se acercaron a una pequeña puerta. La abrieron. El espacio era pequeño, pero ya no tenían vuelta atrás. En el exterior se escuchó un ruido desmesurado. Los guardias ya habían llegado a la habitación. Stephano entró primero. Debían ir a gatas. No había más espacio.Se adentraron en lo desconocido, en la oscuridad. Los olores eran insoportables, pero no tenían otra opción.

sábado, 1 de octubre de 2011

Al otro lado del río

De pronto se paró. Se encontraba en un puente. Sus pensamientos se fueron con el suave circular del Sena. Miró hacia el suelo, una lejana luz hizo brillar sus zapatos. Aquellos zapatos rojos con los que estaba obsesionada toda su vida. Por lo menos había descubierto el misterio de su manía.  Por un momento se había acordado de aquel puente que estaba lleno de candados. Siempre le había parecido una cosa curiosa. Le encantaba ese puente. Otra vez deseó estar en su casa y mirar por su ventana como se encendía por la noche la Torre Eiffel.
Escuchó voces a lo lejos. Una voz conocida de hecho. Aquello la devolvió a la realidad. Eran los hombres de la función. Seguían buscándola. Ella se asustó. Se ajustó el vestido y empezó a correr. Tenía que llegar al refugio subterráneo lo antes posible. Sus zapatos rojos la llevaron a mucha velocidad a una zona segura. Corrió y corrió hasta que no sintió como sus zapatos cedían. Algo se había roto. Miró a su alrededor. Por suerte se encontraba cerca de su destino. Había multitud de casas impresionantes en aquel lado del río. Lo malo que eran similares, y que fuese de noche no ayudaba en absoluto. Andaba con todos sus sentidos alerta. Por un lado tenía que escapar de los hombres, por otro buscar su cobijo. Con el siguiente paso, se le rompió definitivamente el zapato. Tendría que continuar descalza. Por un momento se acordó de las pestes que sacudieron a Europa. Intentó desechar aquella idea atroz enseguida.
Cuando al fin encontró lo que buscaba se zambulló bajo tierra enseguida. En cuanto sus pies tocaron el  embarrado suelo, un ejército de escalofríos recorrió su cuerpo. En la vida había sentido repugnancia por algo. Escuchó el rápido correteo de algo. Procuró no imaginarse que eran ratas. Empezó a correr. En su vida había corrido tan rápido. Cuando llegó a la guarida no encontró a nadie. Se adentró buscando el canapé. Allí estaba Stephano, de su frente seguían cayendo gotas de sudor, pero por lo menos no se veía tan pálido. Se acercó temblando hacía él. Tenía miedo de perderle. En realidad estaba aterrada. Se acordó entonces de Ágata. Ella sola no podría salvarla. Le necesitaba. Y con ese pensamiento se durmió en su regazo.

lunes, 12 de septiembre de 2011

Nuevas hojas rojas

El sonido de otro roedor la erizó el vello. Era tal el sentimiento de repulsión hacia aquella especie animal que aceleró el paso. ¿Dónde estaba su cómoda vida?, ¿Se había evaporado?, ¿Volvería a su hogar?. Buscaba a Ágata por todos lados, pero ni rastro de ella. Después de unos metros, al fin vio la luz.  Al principio, estaba totalmente cegada. Tardó mucho en recuperar la visión. Cuando abrió los ojos, se encontró en una amplia sala. Estaba llena de tarros de todos los colores. A lo lejos, había una gran mesa de madera. Era oscura y estaba llena de papiros de todo tipo. ¿Acaso era algún tipo de bruja?. Se acercó a la mesa y allí encontró a Ágata. Estaba tan concentrada en los papeles que tenía entre manos, que ni se dio cuenta de su presencia. Ella decidió que no la iba a molestar.
Miró los frascos que tenia a cada lado. Algunos tenían animales en su interior, otros tenían frutos secos nadando e incluso algunos tenían trozos de raíces.  Ruidos cercanos la devolvieron al mundo real. El hombre jorobado acercó a Stephano. Lo dejó en un diván cercano. Ella se acercó corriendo, pero la anciana la adelantó por un paso y se lo impidió. La empujó hacia la mesa y empezó a correr de un lado a otro. Abrió varios de los tarros y se untó las manos con ellos. Luego le aplicó esos ungüentos a Stephano. En pocas palabras me dijo que su sangre estaba envenenada. Algo extraño tenía aquel perro que le mordió.  Ella esta muy asustada.
Se acercó a Ágata, pero ésta no la hizo caso.  Miró los papeles que había encima de la mesa. La llamó la atención una pequeña esquina que sobresalía por un lado. Era papel rojo, y se encontraba debajo del todo. Cuando lo sacó se quedó con la boca abierta. Era el mismo tipo de papel que llevó a aquel anticuario de Montmartre. En una de las esquinas, aparecía el símbolo del ojo. Le dio la vuelta, allí encontró un mapa. Se lo enseñó a Ágata. Lo cogió con entusiasmo y empezó a estudiarlo. Dado que la dio la espalda, Ella se distrajo con los demás papeles. Todos estaban escritos en latín. 
Se zambulló en aquella mesa. Intentaba estar distraída para no pensar en Stephano. Le miró, seguía sin dar señales de vida. ¿Por qué le importaba tanto ese hombre?, sacudió la cabeza. Volvió a concentrarse en la mesa.  Un sobre caído la llamó la atención. Estaba a cierta distancia de donde se encontraba ella. Se acercó a cogerlo. Era de color verde, ¿otra coincidencia? se preguntó a sí misma. Sacó una nueva hoja roja. Esta vez vio un sello real al lado del dibujo del ojo negro.

viernes, 2 de septiembre de 2011

Cambios de vestuario

La mujer cogió la piedra de Ella y la acercó a las suyas. Las dejó a poca distancia y se alejó. Esperó pacientemente. Pocos minutos después un destelló apareció en una de las piedras. Esta se empezó a mover hacia la otra. Cuando se juntaron, una nueva chispa surgió. En la piedra de Ella se produjo una pequeña rotura. En la piedra de la mujer creció un fino saliente. Las dos se entrelazaron y se produjo un gran estallido de luz. Inundó toda la estancia y cegó a los presentes.
- Las piedras se han reconocido, eso es buena señal. Ahora somos hermanas de la misma causa- sonrió la mujer mirando hacia Ella- por cierto, mi nombre es Ágata. Con paso acelerado salió un momento de la habitación.
-¿Tú entiendes algo?-preguntó Ella a Stephano, el cual negó con la cabeza.
Sin tiempo para más, Ágata regresó con una gran caja entre manos. La abrió y sacó un vestido igual que el suyo. Lo puso encima de mesa. Hizo salir al hombre de la cicatriz. Cuando salió, se quedaron los tres en silencio.
-Hay ciertos rumores en palacio- empezó a hablar Ágata- hasta ahora no le daba mucha importancia. Tu visita, ha cambiado mucho las cosas- respiró profundamente- eres la mensajera. El problema es que no sabes que mensaje tenías que transportar-.
Se quedó pensativa. Stephano y Ella seguían callados. ¿Acaso era verdad que habían llegado a otra época para solventar un problema?, ¿ese era el destino turbulento que la esperaba a Ella?. Por un momento pasaron por su mente momentos de lo que consideraba su transición. Cuando aquella mujer extraña le dio las piedras, el pequeño hombre que la avisó para que tuviese cuidado. Las cosas parecían tener más concordancia. Cogió el vestido y entró en otra habitación para ponérselo. Tenía demasiadas capas, y un corsé ajustado. Tuvo que pedir ayuda a Ágata. No tenía muy claro que la esperaba, pero no tenía otra opción.  Cuando salió Stephano comenzó a mirar al suelo. Ella sonrió, la gustaba aquella sensación. Se recogió el pelo, y se adentró en el nuevo siglo.
Cuando estuvieron listos salieron de aquella casa. Llegaron hasta la orilla del río Sena. Esta vez, no podían atravesar la ciudad de forma subterránea. Los vestidos eran demasiado elaborados y unos disfraces perfectos para pasar desapercibidos. No podían arriesgarse a estropearlos.
Tuvieron que esperar mucho hasta que llegó un carruaje. Ágata se estaba empezando a poner nerviosa. Miraba constantemente al cielo y decía que se estaba haciendo tarde. En cuanto subieron al carruaje, le dio una bolsa de monedas al cochero para que fuese lo más deprisa posible. Supieron que estaban cerca de su destino cuando un griterío inundó sus oídos.
-Vamos, tenemos que bajar o nos perderemos la ejecución- dijo Ágata con naturalidad.
-¿Qué? - preguntó Ella con el terror dibujado en los ojos. Miró a su alrededor, estaba en una Plaza de la Bastilla a rebosar. En el centro, una gran plataforma de madera con una persona en el centro. Tenía la cabeza cubierta por una  tela negra. Una lágrima resbaló por la mejilla de Ella.



sábado, 20 de agosto de 2011

El primer viaje de Stephano

Cuando la figura se materializó del todo, la vio a Ella. Pero el pelo era diferente, grandes tirabuzones de un color rojizo más oscuro.  Su vestido era de una época diferente. Se encontraba muy confundido. Miró a su alrededor y se pellizcó, por si estaba dormido. Volvió a mirarla, era Ella si. Se acercó con paso decidido. Parecía confusa.
-Tienes que venir, tienes que ayudarme- le suplicó. Stephano se quedó hechizado por sus palabras. Dio un par de pasos y se adentró en el círculo. Sintió como su cuerpo se desintegraba. Un dolor profundo le resquebrajaba la columna vertebral. Gritó con todas sus fuerzas, pero no consiguió ningún alivio. Le traspasó el cerebro y sintió como todo su ser estallaba en millones de células. 
Perdió el conocimiento. Todo lo que paso después, era como una telaraña de sensaciones lejana. Se despertó en una cama extraña. Miró a su alrededor y no vio nada familiar. Pensó que se había dado un golpe muy fuerte en la cabeza y tenía alucinaciones. Se sentó encima de la cama y observó todo detenidamente. Estaba rodeado por muebles recargados, con incrustaciones de pan de oro. No muy lejos de allí se encontraba una sala de baño. Nunca había visto nada semejante. 
Se levantó y se encontró con que había una nota escrita en papel rojo.  La cogió y leyó atentamente "Aseaos y cambiaos de ropa mi señor, hablaremos más tarde".  Se quedó boquiabierto. No comprendía nada.

sábado, 9 de julio de 2011

El sirviente

No sabía cuanto tiempo llevaba sentada en la cama sin hacer nada, cuando se durmió otra vez. Soñó cosas extrañas, con castillos antiguos y luego con escenas del Fantasma de la Ópera. Se despertó sobresaltada, las imágenes que había visto eran demasiado reales, y no entendía muy bien su significado. La última vez que vio la película fue hace años.
De repente oyó un ruido en la puerta. Se giró asustada, alguien estaba abriendo el pomo de la puerta. Se asomó un hombre de pequeña estatura. Llevaba una máscara blanca que le tapaba media cara. Era inquietante mirarle. Con un gesto me invitó a que le siguiese. Me levanté de la cama y me acerqué a él.  Caminamos por unos largos pasillos. Había demasiada oscuridad, no veía muy bien por donde iba.
Entré en un gran comedor y el hombre me acompañó hasta la mesa. Me acercó una silla y me senté. Tenía una enorme rosa roja enfrente de mí.

sábado, 25 de junio de 2011

Un instante

No sabía si su respiración estaba agitada por la situación que había vivido o por los ojos que la estaban mirando.  La cueva estaba muy a oscuras, así que no le pudo ver bien. Pero se fijó en un mechón negro y ondulado que le cubría una parte de la cara. El resto del pelo lo llevaba recogido en una pequeña coleta.
Sus brazos fuertes la dejaron lentamente en el suelo y cogiendo la cuerda se metió en el agujero. Salió empapado unos segundos después. Llevaba en la mano el zapato rojo de Ella.
-Debes irte inmediatamente- la dijo con una voz muy grave. Y dicho esto la dio el zapato y desapareció entre las sombras. ¿Sería capaz de moverse después de que esos ojos la hubiesen dejado sin aliento y con las piernas temblando?, se preguntó a si misma.

sábado, 11 de junio de 2011

Un pequeño hombre

Algo mareada por el impacto de ver aquel tatuaje volvió a su dormitorio. Cuando llegó se paró enfrente de la mesilla de noche. Allí había un sobre rojo y una rosa que antes no había visto. Se sentó en la cama y empezó a abrir el sobre lentamente. Nuevamente un papel rojo se encontraba entre sus manos. "Gracias por encontrar mi ámbar verde. Es muy importante para mí. Pensé que lo había perdido". Enseguida se acercó a mirar donde lo había dejado. Ya no estaba allí.¿Qué estaba pasando?, se preguntaba una y otra vez, ¿quién tenía tanta facilidad para entrar en su casa?. Cogió entre sus manos su pequeño ámbar y las dos mitades de cuarzo rosa. ¿Se estaría cumpliendo la predicción de aquella vieja mujer? ¿Se estaba convirtiendo su vida en un caos lleno de peligros?.
Intentó curarse la herida del tatuaje lo mejor que pudo y se vistió. Su blusa roja disimulaba la hinchazón de su espalda. Después mientras desayunaba cogió el periódico para buscar el número de algún cerrajero. Tenía que cambiar la cerradura de su casa. Quizás incluso llamar a la policía. ¿Cómo era posible que la vida de alguien cambiase en tan poco tiempo?.
Se puso unas manoletinas rojas y salió de su casa a paso rápido. Cuando bajó a la calle, el aroma de las flores inundaron todo su ser. La hizo sentirse feliz. Empezó a caminar con algo más de optimismo. Justo antes de entrar en el metro un hombre que no sobrepasaba el medio metro de estatura la paró en seco.
-Hagas lo que hagas lleva tus amuletos- me dijo mirándome fijamente- y sobre todo ten cuidado con ellos- continuó- nada es lo que parece- . Sin darme tiempo a responder aquel hombre desapareció entre la multitud. Un sentimiento de pesadumbre invadió mi alma.

sábado, 4 de junio de 2011

El anticuario

Las paredes del pequeño anticuario estaban pintadas de rojo, y tenían grandes ventanales de madera. La puerta principal también era de madera y parecía muy vieja, así que tiró de ella cuidadosamente. Entró en una pequeña sala llena de diversos objetos, todos ellos relacionados con la Edad Media. Después de la sala había un pequeño pasillo, que la llevó a una sala más grande. Entró sin hacer mucho ruido para poder contemplar todo sin llamar demasiado la atención. Había varias personas curioseando objetos que parecían maravillas sacadas de un cuento.
Al fondo de la sala había una gran mesa de madera oscura. Detrás de ella, había un viejo señor de larga barba blanca y cejas pobladas. Llevaba unas gafas apoyadas sobre la nariz y estudiaba un documento con mucha atención. ¿Sería aquel el hombre al que estaba buscando?, ¿sabría ayudarla a descubrir que estaba pasando?.
Se acercó a la mesa con paso decidido. Saludó amablemente pero no la hizo caso, estaba muy concentrado en su lectura. Esperó callada a su lado sin saber muy bien que hacer.
-¿Para qué ha venido?- la preguntó repentinamente levantando la mirada.
-encontré su dirección en un papel y pensé que quizás me podría ayudar- y le entregó el papel rojo.
-Curioso- dijo nada más ver el papel- muy curioso- volvió a repetir y arrebató el papel de sus manos. Lo estudió unos minutos, después dijo alguna expresión que Ella no logró entender a la vez que sus ojos empezaban a brillar de alegría. Se levantó y desapareció detrás de una puerta dejándola atónita.

jueves, 2 de junio de 2011

En el salón

Entró con mucha cautela y sin hacer nada de ruido. Cogió un pequeño bate de madera que tenía cerca de la puerta, por si alguna vez surgía algún peligro. Se acercó lentamente a la cocina, pero no había nadie, después al dormitorio, pero las cosas también estaban en su sitio, por último entró en el salón y aparentemente tampoco vio nada extraño. ¿Entonces por qué sus llaves no estaban? ¿Por qué la puerta estaba abierta?. Se situó en el centro del salón, con el bate aún en la mano y empezó a mirar todo minuciosamente.
Cuando sus ojos repararon en la mesa central, se dio cuenta que había unas hojas de color rojo encima de ella. ¿Qué hacían allí esas extrañas hojas?. Se agachó y las cogió. No vio nada escrito, tan solo el símbolo del ojo negro en un margen del papel. Miró cada una de las hojas pero no encontró nada más hasta que llegó a la última. En esta, con escritura gótica, había una dirección, y nuevamente el ojo negro. Parecía la dirección de alguna tienda, llamada "El libro rojo", pero no sabía donde se encontraba. Decidió buscarla enseguida en un mapa.
Fue a cerrar la puerta para tener seguridad de que nadie iba a volver a entrar, empujó la puerta, pero no se cerraba. Empezó a mirar asustada otra vez por si había alguien, cuando vio algo. Se acercó a las escaleras y allí en el suelo encontró una pequeña piedra de ámbar verde, ¿estaban relacionadas las hojas rojas y el ámbar de alguna manera?, pensó.