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jueves, 17 de noviembre de 2011

Camas enrevesadas

Stephano sintió que le faltaba el aire. Su odio hacia el rey fue tan grande que se alejó entre los matorrales. Sabía que Ella no corría peligro. No mientras la corte estuviese allí. Por la noche ya sería otro cantar. Esperaba que no mandasen a buscarla. El rey no solo tenía esposa, sino también amante. ¿Para qué querría otra más? Intentó quitarse todos aquellos pensamientos de la cabeza. La quería solo para él. No podía ni quería compartirla con nadie. Se detuvo. ¿Qué estaba pensando? ¿Desde cuándo era tan  posesivo?, aquella mujer le estaba volviendo loco. Cogió su caballo y se fue galopando lejos. Tenía que calmar sus pensamientos. Quizás en el pueblo encontrar alguna  dama interesante que le quitase aquellas cosas de la cabeza. Sí, aquella era la mejor opción, pensó. 
Mientras tanto, Ella se encontraba en el centro de atención. Era la comidilla de los presentes y eso no la gustaba nada. ¿Por qué no había podido ser mas discreta? Supuso que sería porque era nueva. Una especie de juguete nuevo que en cuanto se dejase ver un par de veces, los demás ya no prestarían atención. Avanzaba entre sonrisas, pero se sentía sola entre tanta gente. La caza se estaba prolongando más allá de su gusto. Aunque en realidad no sabía quién cazaba, si todos se encontraban allí, bebiendo y comiendo. Se rió para sus adentros. En algunos aspectos la sociedad no había cambiado a pesar de los cientos de años que habían pasado. 
Caminaba entre los nobles. Se daba aires de superior, tal y como la habían aconsejado. Quería irse, quizás si se ponía enferma, entonces podría escaparse. Justo cuando estaba ideando su plan apareció una persona. No esperaba encontrarse con ella. El cardenal en persona se unió a la ceremonia. La miró de arriba- abajo con ojos inquisidores. Estaba claro que Ella no le había gustado. Ella por su parte intentó esconderse entre la gente para poder observar mejor. El cardenal la perdió de vista. Parecía más cómodo ahora. Cuando creyó que nadie le miraba se acercó a la amante del rey. Un brillo de lujuria apareció en los ojos de aquella mujer. Ella no les quitaba ojo. Los ojos de él no se apartaban de los pechos de ella. Todo aquel lenguaje no verbal evidenciaba una cosa. La mujer no tan solo era la amante del rey. Las camas allí estaban demasiado enrevesadas. ¿Acaso estaría aquello relacionado con la carta? ¿Estaba la amante del rey también metida en la conspiración?, cada vez había más preguntas sin respuesta. 

martes, 1 de noviembre de 2011

Noche bañada por la luna

-¿Qué haces aquí?- le preguntó extrañada.
-Vine a verte, nunca habíamos pasado tanto tiempo separados- contestó él.
- Es tarde- replicó Ella temblando. Se encontraba como una colegiala ante un gran reto.
- Sí quieres te canto una nana para que te duermas- se rió Stephano con ironía- ya que es tarde.. los dibujos acabaron hace horas-.
-Vaya, vaya.. estas gracioso- se molestó Ella justo en el momento que Stephano fue bañado por la luz de la luna. Los rizos se agolparon en su cara. Tenía la cabeza agachada. La levantó en un movimiento brusco. Dejó toda su cara al descubierto. La miraba fijamente. Ella se estremeció. Estaba demasiado cerca. Su corazón se empezaba a acelerar. No sería capaz de contenerse por mucho tiempo. ¿Qué era lo que quería en realidad? ¿por qué la castigaba con su presencia? la boca se la estaba resecando. El pulso cada vez lo tenía más rápido.
Stephano por su parte, estaba muy tranquilo parado a unos metros de ella. No dijo más. Tan solo la miraba con intensidad. Tampoco avanzó más. Estaba parado como una estatua. Sus ojos desprendían un calor infinito. Ella estaba con el corazón totalmente desbocado. No se dijeron nada. Apenas pasaron segundos. Parecieron eternas horas.
Stephano dio un paso hacia delante. Todo su cuerpo fue bañado por la luz de la luna. Tenía la camisa desabrochada. Se podía ver perfectamente su piel tostada por el sol. Los músculos firmes. No dijo nada. Tan solo la miró. Dio un paso más. Ella no se escondió. Seguía parada detrás de la cama. Nuevos segundos de incertidumbre. Cruce de miradas. Ella salió de su escondite. Ahora tan solo les separaba un metro de distancia. Stephano dio un paso más. El podía sentir la respiración de Ella en la nuca. Dio el último paso. Sus cuerpos chocaron. Stephano quería desatar su lado más salvaje. Sus instintos estaban descontrolados. Tenía que respirar hondo. Delante de sí tenía una muchacha de mirada tierna y piel delicada. Se agachó y se perdió en su cuello. Ella echó la cabeza para atrás. Se dejó llevar por las emociones.

jueves, 27 de octubre de 2011

Paseos nocturnos

El noble no se encontraba cómodo con Stephano mirándole todo el rato. Le mandó fuera. Stephano al no ser más que un criado, no podía sino hacer caso. Los minutos que pasó allí se le hicieron eternos. Tan solo esperaba que no se excediese en sus labores de entrevista.  Estaba impaciente andando de un lado hacia otro. Se sentía como un león en una jaula.
Poco tiempo después salió Ella. Tenía una sonrisa en la cara. Según pasó a su lado, le guiñó un ojo y le señaló que la acompañase. Formaron una fila, con el noble en cabeza. Anduvieron por unos pasillos muy largos y estrechos. Debían tener menor rango que los anteriores, porque estaban decorados de forma muy sencilla. Ella esperaba ver adornos y estancias pomposas, pero no era así. El noble los estaba llevando al otro ala del palacio. Allí es dónde se alojaría Ella durante su estancia en Versailles. Por su parte, Stephano se alojaría en un cuarto pequeño compartido con más sirvientes.
Cuando llegaron a la habitación, Ella se quedó impresionada. Estaba enteramente decorada de tonos dorados y verdes. El noble se despidió y la dijo que al día siguiente por la había planeada una cacería. Por el momento la dejaría descansar y tendría a su disposición una doncella si la necesitaba, ya que no la acompañaba ninguna. Miró con desprecio a Stephano y le dijo que le acompañase. Ella se quedó sola en la habitación con sus pensamientos. ¿Acaso podría aguantar aquella mentira durante mucho tiempo?, ¿tan malo era vivir de aquella manera? se sentía como una princesa. Alguien cuidaba de ella y la mimaba. ¿Acaso no era aquello lo que buscaban todas las personas románticas? Estaba demasiado confundida. Con todas aquellas preguntas se quedó dormida. Mentir tanto era muy sacrificado para ella. La dejaba agotada.
Por la noche escuchó ruidos. Se despertó sobresaltada. Alguien abría la puerta. Se agazapó detrás de la cama. Tenía miedo y estaba todo oscuro. Una silueta oscura se dibujó en el horizonte. Ella pegó un grito. El corazón la latía a mil por hora. Iba a salirse de su pecho. Tenía toda la tensión acumulada en su cuerpo. Respiró relajada cuando distinguió los rizos oscuros de Stephano. Pero.. ¿¿qué hacía allí??

jueves, 13 de octubre de 2011

Camino a Versailles

Empezaron a caminar. Llegaron a una calle muy ancha. Tenían la esperanza de encontrar un medio de transporte. Sabían que era muy tarde, pero tenían fe en que a aquellas horas muchos hombres volvían a sus hogares. Sobre todo aquellos que habían pasado un par de horas en el burdel. Al pensar en aquello Ella se estremeció. No quería volver a vivir una experiencia parecida.
Después de esperar durante una hora más o menos, encontraron un carruaje. No era muy lujoso. Todo lo contrario, pero estaba dispuesto a llevarles hasta su destino. Ella se levantó un poco el vestido, y sus zapatos rojos procedieron a subir las escaleras. Dentro los sillones estaban rajados, pero era lo que menos la importa. ¿Acaso nunca iba a terminar aquella pesadilla? se dijo a sí misma. Stephano se sentó a su lado. No la miró en ningún momento. Sacó la cabeza y le gritó al cochero que ya estaban listos. El coche se puso en marcha. El suelo empedrado hizo que los pasajeros se moviesen con violencia. Ella se movía hacia los lados con mucha fuerza. Ni con eso Stephano hizo el más mínimo gesto. ¿Qué le estaba pasando?.
Faltaba poco para el amanecer. Ver París con la bruma mañanera era mágico. Ella se quedó hipnotizada con las calles, con todo lo que la rodeaba y con el leve murmullo del río. Stephano no escuchaba aquellas cosas. Tenía la cabeza en otras historias. Siempre había tenido una vida fácil. Nunca había tenido problemas que no pudiese solucionar con una buena sonrisa, o a lo malo un buen abogado. Esto se le había escapado de las manos. ¿Acaso no era capaz de cuidar de sí mismo? ¿Acaso no era capaz de cuidar de aquella mujer que le tenía loco?, estaba furioso consigo mismo. Sus pensamientos siempre acababan en el mismo tema. Cuando se quiso dar cuenta, Ella se había dormido y se había caído en su hombro. Aprovechó para sacar el  papel rojo de los pliegues de su vestido. La releyó muchas veces. Si de verdad había algún tipo de intriga palaciega, se tenían que adentrar en palacio. Tenía que pensar en alguna estrategia.