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domingo, 20 de noviembre de 2011

Intentos fallidos

Stephano había conseguido poner la mente en blanco. Había cabalgado muchos minutos. Se encontraba a una buena distancia de allí. Eso le había permitido aclarar sus ideas. No entendía del todo de dónde venían sus impulsos posesivos, ¿qué le estaba pasando?, la dueña de los zapatos rojos le había hipnotizado. Siguió cabalgando sin rumbo. Llegó al pueblo. Allí sin pensarlo se dirigió a la primera taberna que encontró. Un par de cervezas le sentarían bien. Se sentó pesadamente en una silla. Vino una camarera y le trajo directamente una gran jarra de cerveza.  Stephano perdió la cuenta de cuantas más jarras le siguieron.  Llegó un punto en el que la camarera se unió a él. Era una chica joven, de largas piernas y generoso escote. Lo que Stephano no se dio cuenta es de que llevaba una cinta amarilla cosida a sus ropas.  La mujer le besó con pasión. Él le correspondió el beso. Estaba demasiado borracho como para que aquel escote no nublase su vista.
Se levantó y la siguió por las escaleras. Ella las subió moviendo todo su cuerpo con armonía. No podía dejar que él perdiese su interés. Cada pocas escaleras hacía rozar sus caderas contra él. Sabía que le volvería loco. Se tomó su tiempo en coger una habitación. Se cuidó de que él no perdiese su interés. Había dado por hecho que era extranjero. Eso significaba que tenía dinero. Que le podría desplumar mientras durmiese. Stephano no se daba cuenta de ello. Estaba nublado por aquel escote y por el ritmo de sus caderas. Además el alcohol en sangre le ralentizaba sus pensamientos. Llegaron a una habitación. Ella se desnudó con tanta habilidad que a Stephano no le dio ni tiempo a respirar. Era tan agresiva que él no estaba acostumbrado a eso. Se dejaba llevar. Le excitaba aquella sensación. No tomaba la iniciativa en nada. Era algo nuevo. Se sentía como un muñeco. No le importaba. En cuanto se adentró en ella, abrió los ojos como platos. Por un momento la cara de la mujer había cambiado. Había aparecido la de Ella. No podía hacerlo. Se odió a sí mismo. Salió con brusquedad de allí. Se vistió. La mujer intentaba por todos los medios que no se fuese. El comprendió la situación. Al fin y al cabo no era culpa de ella. La tiró unas monedas. La mujer le arañó con furia. El salió corriendo de allí. La cerveza había desaparecido de su sangre de un plumazo. ¿Por qué no había sido capaz de hacer aquello?, la mujer era de muy buen ver, podía haber sido fácil. Se montó en su caballo y comenzó a cabalgar otra vez. Nuevamente iba sin rumbo. Se adentraba en la maleza. La cabeza le iba a estallar de dolor.
De repente el caballo se detuvo. Él ni se había dado cuenta dónde estaba. Miró a su alrededor. No conocía aquella zona. Se había perdido. Se bajó del caballo. A lo lejos había visto humo. Tenía que averiguar que era. 

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