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martes, 29 de noviembre de 2011

El llanto de un niño

Stephano siguió aquel humo. Su intuición le decía que debía marcharse, pero su curiosidad podía con su sentido común. Se acercó sigilosamente, escuchó voces y no quería llamar la atención. Había muchos matorrales altos. Eran buenos para esconderse, pero le tapaban la visión. Tenía que acercarse mucho para descubrir que era aquello. Casi a ras de suelo iba avanzando. ¿Acaso alguien estaría provocando un incendio?.
Estaba apenas a unos metros cuando escuchó claramente las palabras. Eran en latín. Distinguió el idioma, pero no el significado. Se acercó aún más. Se quedó petrificado cuando se dio cuenta de que encontraba ante un ritual. Cinco mujeres y un clérigo estaban ante una pequeña hoguera. En sus manos tenían un niño. Dormía apaciguadamente. A Stephano no le hizo falta mucho tiempo para averiguar lo que estaba sucediendo. El niño representaba el sacrificio. Era magia negra lo que practicaban. De todo el cántico que le siguió, tan solo comprendió la palabra rey. El clérigo sacó una daga de su cinto.
Stephano se alarmó. No sabía que hacer. No quería llamar demasiado la atención, pero tampoco podía dejar que se produjese aquel acto.  Adelantó un par de pasos hasta que quedó al descubierto. Hubo un momento de confusión entre las mujeres. Parecían muy cuidadas. Demasiado para ser simples sirvientas. Allí se estaba cocinando algo más grave. El clérigo enseguida salió en defensa de ellas. Comenzó a atacar con la daga que tenía. Era larga y afilada. Stephano no quiso herirle. En el fondo le provocaba algo de respeto la iglesia, a pesar de que su confianza hacia la institución era nula. ¿Qué era lo que casi había presenciado? . Mientras estaba evitando las envestidas del clérigo, la mujer que tenía en manos al niño salió corriendo. Stephano se alarmó. Tenía que recuperarlo. Escuchó su llanto a lo lejos. Se le encogió el alma. El resto de las mujeres se colocaron enfrente, al lado del clérigo. ¿Qué era aquello? Stephano estaba alucinando. No sabía que pensar. Parecían unas fieras a punto de estrangularle.

sábado, 26 de noviembre de 2011

Proposición indecente

Ella se dio cuenta de que llamaba demasiado la atención.  Había conseguido pasar desapercibida durante buena parte de la tarde. Ahora caía la noche. El rey había vuelto a reclamar sus atenciones. Incluso ahora lo hacia de manera más llamativa. Eso no era buena señal. Su amante seguía ocupada con el cardenal. Él estaba solo. Rodeado solo por hombres. Sus ministros. Todos borrachos. Ella miró a su alrededor. En la mañana había visto por ahí rondando a Stephano. ¿Dónde estaba ahora?, ¿por qué la había abandonado? ¿tan poco le importaba?, estaba hecha un lío.
-Eleonora ven- la llamó una de las damas. Al principio no hizo caso, pero ya a la tercera vez que escuchó ese nombre cayó en la cuenta de que es el nombre que había dado. Eleonora de Rambouillet. Pariente lejana de Catalina de Vivonne. En cuanto se presentó así, nadie dudó de su autenticidad. Todos la respetaban. Aunque ella se encontraba de viaje en Roma en aquellos momentos. Fue su lugar de nacimiento y allí es dónde tenía que ir por motivos que nadie conocía.
Se acercó a la dama. Parecía tener gran rango, o por lo menos un gran ego. Trataba a todos con una inferioridad demasiado visible. En cambio con Ella había sido demasiado cortés. ¿Acaso esperaba conseguir algo con aquella apariencia de amistad?. No se fiaba de ella. Procuró poner su mejor sonrisa y se acercó.
-El rey está preguntando por tus orígenes- la comentó al oído cuando Ella se situó a su lado.
-Que gran honor hacia mí- la contestó con una sonrisa.
-Quizás te debas volver a palacio y prepararte-  Ella se estremeció al escuchar aquellas palabras. Había huido de ellas desde que intuyó que el rey la prestaba demasiada atención. Aún así decidió darle las gracias a la dama por su advertencia y la hizo caso. Se disculpó de algunos de los presentes. No la quedaba otra opción. Tenía que coger el caballo y volver a palacio. No podía abandonar ahora que había llegado tan lejos. Por desgracia aquel plan no la gustaba nada. Por un momento se sintió como una cortesana. No podía evitarlo. Galopó rápido. Quería que el aire la golpease en la cara. Necesitaba despejar su mente. ¿Dónde estaba Stephano? ¿La había dejado sola entre tanta confusión? 

domingo, 20 de noviembre de 2011

Intentos fallidos

Stephano había conseguido poner la mente en blanco. Había cabalgado muchos minutos. Se encontraba a una buena distancia de allí. Eso le había permitido aclarar sus ideas. No entendía del todo de dónde venían sus impulsos posesivos, ¿qué le estaba pasando?, la dueña de los zapatos rojos le había hipnotizado. Siguió cabalgando sin rumbo. Llegó al pueblo. Allí sin pensarlo se dirigió a la primera taberna que encontró. Un par de cervezas le sentarían bien. Se sentó pesadamente en una silla. Vino una camarera y le trajo directamente una gran jarra de cerveza.  Stephano perdió la cuenta de cuantas más jarras le siguieron.  Llegó un punto en el que la camarera se unió a él. Era una chica joven, de largas piernas y generoso escote. Lo que Stephano no se dio cuenta es de que llevaba una cinta amarilla cosida a sus ropas.  La mujer le besó con pasión. Él le correspondió el beso. Estaba demasiado borracho como para que aquel escote no nublase su vista.
Se levantó y la siguió por las escaleras. Ella las subió moviendo todo su cuerpo con armonía. No podía dejar que él perdiese su interés. Cada pocas escaleras hacía rozar sus caderas contra él. Sabía que le volvería loco. Se tomó su tiempo en coger una habitación. Se cuidó de que él no perdiese su interés. Había dado por hecho que era extranjero. Eso significaba que tenía dinero. Que le podría desplumar mientras durmiese. Stephano no se daba cuenta de ello. Estaba nublado por aquel escote y por el ritmo de sus caderas. Además el alcohol en sangre le ralentizaba sus pensamientos. Llegaron a una habitación. Ella se desnudó con tanta habilidad que a Stephano no le dio ni tiempo a respirar. Era tan agresiva que él no estaba acostumbrado a eso. Se dejaba llevar. Le excitaba aquella sensación. No tomaba la iniciativa en nada. Era algo nuevo. Se sentía como un muñeco. No le importaba. En cuanto se adentró en ella, abrió los ojos como platos. Por un momento la cara de la mujer había cambiado. Había aparecido la de Ella. No podía hacerlo. Se odió a sí mismo. Salió con brusquedad de allí. Se vistió. La mujer intentaba por todos los medios que no se fuese. El comprendió la situación. Al fin y al cabo no era culpa de ella. La tiró unas monedas. La mujer le arañó con furia. El salió corriendo de allí. La cerveza había desaparecido de su sangre de un plumazo. ¿Por qué no había sido capaz de hacer aquello?, la mujer era de muy buen ver, podía haber sido fácil. Se montó en su caballo y comenzó a cabalgar otra vez. Nuevamente iba sin rumbo. Se adentraba en la maleza. La cabeza le iba a estallar de dolor.
De repente el caballo se detuvo. Él ni se había dado cuenta dónde estaba. Miró a su alrededor. No conocía aquella zona. Se había perdido. Se bajó del caballo. A lo lejos había visto humo. Tenía que averiguar que era. 

jueves, 17 de noviembre de 2011

Camas enrevesadas

Stephano sintió que le faltaba el aire. Su odio hacia el rey fue tan grande que se alejó entre los matorrales. Sabía que Ella no corría peligro. No mientras la corte estuviese allí. Por la noche ya sería otro cantar. Esperaba que no mandasen a buscarla. El rey no solo tenía esposa, sino también amante. ¿Para qué querría otra más? Intentó quitarse todos aquellos pensamientos de la cabeza. La quería solo para él. No podía ni quería compartirla con nadie. Se detuvo. ¿Qué estaba pensando? ¿Desde cuándo era tan  posesivo?, aquella mujer le estaba volviendo loco. Cogió su caballo y se fue galopando lejos. Tenía que calmar sus pensamientos. Quizás en el pueblo encontrar alguna  dama interesante que le quitase aquellas cosas de la cabeza. Sí, aquella era la mejor opción, pensó. 
Mientras tanto, Ella se encontraba en el centro de atención. Era la comidilla de los presentes y eso no la gustaba nada. ¿Por qué no había podido ser mas discreta? Supuso que sería porque era nueva. Una especie de juguete nuevo que en cuanto se dejase ver un par de veces, los demás ya no prestarían atención. Avanzaba entre sonrisas, pero se sentía sola entre tanta gente. La caza se estaba prolongando más allá de su gusto. Aunque en realidad no sabía quién cazaba, si todos se encontraban allí, bebiendo y comiendo. Se rió para sus adentros. En algunos aspectos la sociedad no había cambiado a pesar de los cientos de años que habían pasado. 
Caminaba entre los nobles. Se daba aires de superior, tal y como la habían aconsejado. Quería irse, quizás si se ponía enferma, entonces podría escaparse. Justo cuando estaba ideando su plan apareció una persona. No esperaba encontrarse con ella. El cardenal en persona se unió a la ceremonia. La miró de arriba- abajo con ojos inquisidores. Estaba claro que Ella no le había gustado. Ella por su parte intentó esconderse entre la gente para poder observar mejor. El cardenal la perdió de vista. Parecía más cómodo ahora. Cuando creyó que nadie le miraba se acercó a la amante del rey. Un brillo de lujuria apareció en los ojos de aquella mujer. Ella no les quitaba ojo. Los ojos de él no se apartaban de los pechos de ella. Todo aquel lenguaje no verbal evidenciaba una cosa. La mujer no tan solo era la amante del rey. Las camas allí estaban demasiado enrevesadas. ¿Acaso estaría aquello relacionado con la carta? ¿Estaba la amante del rey también metida en la conspiración?, cada vez había más preguntas sin respuesta. 

domingo, 13 de noviembre de 2011

Seguimiento de Stephano

Las primeras mujeres con las que se encontró la miraron de arriba a abajo. Primero nació en ellas una expresión de asombro, para luego pasar a una mueca de desagrado. Ella se dio cuenta de que no la iba a ser fácil adentrarse en aquella sociedad. Se bajó del caballo a cierta distancia y continuó su camino a pie. El noble que la había acompañado fue al encuentro de su esposa, se había quedado sola otra vez.
No lejos de allí se encontraba Stephano. Estaba cepillando a un caballo real con furia. Aquella mañana se había encontrado con Ella. Había sido incapaz de mirarla a los ojos. ¿Por qué no había podido ser capaz de levantar la vista más allá de sus zapatos rojos?. Estaba enfurecido consigo mismo. Después de aquella noche.. en la que él había ido a buscarla. Había compartido con ella minutos llenos de lujuria. Había acariciado su piel de mil y una maneras, había experimentado infinidad de sensaciones placenteras. Ahora tan solo sentía repulsión hacia sí mismo. ¿Qué pensaría ella después de ver su comportamiento frío y austero? seguramente le rechazaría. Estaba muy enfadado consigo mismo. Nunca se había tomado tantas molestias por una mujer.  Nunca había pensado tanto en las consecuencias de sus actos. Por culpa de su propia furia, la había dejado sola ante el peligro. Aquello le dejó intranquilo. No sabía que hacer, tenía un debate consigo mismo. Su parte egoísta le decía que se quedase cuidando de los caballos. Su parte racional y emocional decía que la protegiese. En cierto sentido se odiaba. Lo pensó mucho. Incluso cepilló al mismo caballo dos veces seguidas, Ni siquiera se dio cuenta. Cuando las voces asustadizas y atormentadas dejaron de gritar, tomó una decisión. Subió a lomos del caballo y se dirigió a buscarla.
Cuando al final descubrió dónde se encontraba toda la corte, descendió del caballo. Tenía que ser cauto. No sabía cual podría ser el castigo por fisgonear, pero se imaginaba que no del todo agradable. La situación con la que se topó cuando encontró a Ella no le gustó demasiado. La muchacha había logrado entablar amistad con algunos de los nobles. La mayoría hombres. Las mujeres la miraban con una aire altivo y desagradable. No era de extrañar, Ella estaba impresionante, Stephano se quedó por unos momentos embobado mirándola. Algo llamó su atención. Un brillo que reflejaba el poco sol que había. El rey había descubierto la presencia de Ella. Sus ojos brillaban con la codicia más pura. El odio que sintió Stephano fue infinito. 

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Trotando hacia la corte

Se quedó atónita. Se esperaba un comité enorme. Cuando se adentró en la sala solo se encontró con un par de personas tomando el desayuno y charlando animosamente. El mayordomo la acompañó hasta ellos. Cuando percibieron su presencia se mostraron sorprendidos. Los hombres sonrieron enseguida. Las mujeres se mostraron algo más reacias a mostrar agrado. Ella se sentía muy incomoda. No la gustaba ser el centro de atención. Se sentó al otro lado de la mesa y con un asentimiento de cabeza, comenzó a tomarse el té que la había traído el mayordomo. Al principio estaban bastante interesados por la nueva invitada, pero viendo que ella intentaba pasar desapercibida, siguieron con sus asuntos.
Cuando terminó de desayunar el mayordomo la informó que toda la corte había salido a cazar. Ella detestaba la violencia, pero no la quedaba más remedio que aceptar la proposición. Se levantó y siguió a los demás. Se dirigieron hacia dónde estaban atados los caballos. De reojo vio a Stephano. La dio un vuelco al corazón. Esperaba algún tipo de señal. Estaba segura de que la había visto. Estaba ensillando su caballo.
Ni se inmutó. Estaba demasiado ocupado. El corazón se le rompió en mil pedazos. Cuando pasó por su lado ni siquiera la miró. Las lágrimas se agolparon en los ojos de Ella. Pero no podía dejar que saliesen de allí. No quería mostrarse vulnerable a sus desplantes. Si para él no había significado nada aquella noche, no le daría la satisfacción de demostrarle que para ella si. Sin dirigirle la palabra se montó en su caballo y salió veloz de allí. La daba igual dónde ir. Tan solo quería escapar lo más lejos posible.
Uno de los nobles la siguió y paró su caballo. Muy amablemente la indicó por dónde debía seguir el camino. Incluso se ofreció a acompañarla. Estuvieron trotando todo el rato. Avanzaban a bastante velocidad. Pronto Ella descubrió delante de sí una multitud de gente elegante. La entró miedo. Estaba acostumbrada a tratar con gente importante, pero no con la nobleza. Debía conseguir de alguna manera que la presentaran ante el rey. Suponía que era una tarea muy complicada. Debía intentarlo.

sábado, 5 de noviembre de 2011

Paseos

Cuando se despertó se encontró en un extraño estado. Estaba totalmente excitada. Miró a su alrededor, estaba sola en aquella enorme habitación. ¿Había sido un sueño?. Se zambulló entre las sábanas. No. Definitivamente no había sido un sueño. Entre los pliegues de su almohada encontró su olor. No podía haber sido un sueño. Su cuerpo todavía se estremecía. Habían sido miles las caricias. Increíbles las emociones. Una noche llena de sentimientos. En cuanto se acordó de cómo las manos de Stephano rodeaban su cintura, su cuerpo entero se estremeció. Todo había sido como un sueño. Ahora se encontraba en la soledad más absoluta. No entendía por qué había desaparecido. Quizás, para él solo había sido una noche más. No estaba segura de nada. La entraron miles de dudas. Quería acordarse solo de las cosas bonitas. No era posible. Las dudas la invadieron. La noche anterior las miradas ardientes la habían excitado hasta el infinito. Los rizos perfectos que enmarcaban la cara de Stephano la habían hipnotizado. La había tratado con tanto mimo, como si se tratase de una muñeca de porcelana. La había amado tan fervientemente,que había perdido la noción del tiempo. Le echaba de menos. No podía ceder a sus sentimientos. No de aquella manera.
Alguien tocó la puerta. Eso la devolvió a la realidad. Se levantó desorientada. Todo era tan confuso para ella que no sabía como aceptarlo. Abrió la puerta. Frente a ella se encontró una doncella.
-Buenos días mi señora- saludó la doncella con una educación exquisita- su criado Stephano nos ha comentado esta mañana que en el camino os atracaron y a su señora la robaron toda su vestimenta- comentó con sumisión.
-Sí si claro, por supuesto- contestó Ella mintiendo. Se apartó de la puerta para dejar entrar a la doncella. Detrás de ella aparecieron dos más. Ella estaba aturdida. No sabía que hacer con tanta gente en la habitación. Las doncellas actuaban como si fuesen autómatas. La desvistieron, bañaron, peinaron y volvieron a vestir. La dejaron impecable poniéndola un elegante vestido oscuro. Se sentía como sí la preparasen para la audiencia más importante de su vida.
-¿Dónde esta mi criado entonces?- procuró preguntar Ella con severidad. Tenía que mostrarse altiva.
-Creo que con los caballos, mi señora- contestó la criada y terminó de peinarla. Cuando quedó lista. La acompañaron a la puerta. La llevaron por unos pasillos muy estrechos hasta una puerta principal. Se encontraba sola y perdida. Tenía que calmarse. Respirar hondo. Por un momento se acordó de su amiga perdida. De su antepasada. Estaba prisionera en algún lado. Tenía que descubrir dónde. No sabía si de esta manera lo conseguiría. Se sintió angustiada por Ágata. Con paso decidido sus zapatos rojos la llevaron a adentrarse en esa sala. Su sangre se estremeció. Era una sala muy parecida a aquella en la que habían cogido a Ágata. Se sintió demasiado nerviosa para concentrarse y seguir mintiendo.






martes, 1 de noviembre de 2011

Noche bañada por la luna

-¿Qué haces aquí?- le preguntó extrañada.
-Vine a verte, nunca habíamos pasado tanto tiempo separados- contestó él.
- Es tarde- replicó Ella temblando. Se encontraba como una colegiala ante un gran reto.
- Sí quieres te canto una nana para que te duermas- se rió Stephano con ironía- ya que es tarde.. los dibujos acabaron hace horas-.
-Vaya, vaya.. estas gracioso- se molestó Ella justo en el momento que Stephano fue bañado por la luz de la luna. Los rizos se agolparon en su cara. Tenía la cabeza agachada. La levantó en un movimiento brusco. Dejó toda su cara al descubierto. La miraba fijamente. Ella se estremeció. Estaba demasiado cerca. Su corazón se empezaba a acelerar. No sería capaz de contenerse por mucho tiempo. ¿Qué era lo que quería en realidad? ¿por qué la castigaba con su presencia? la boca se la estaba resecando. El pulso cada vez lo tenía más rápido.
Stephano por su parte, estaba muy tranquilo parado a unos metros de ella. No dijo más. Tan solo la miraba con intensidad. Tampoco avanzó más. Estaba parado como una estatua. Sus ojos desprendían un calor infinito. Ella estaba con el corazón totalmente desbocado. No se dijeron nada. Apenas pasaron segundos. Parecieron eternas horas.
Stephano dio un paso hacia delante. Todo su cuerpo fue bañado por la luz de la luna. Tenía la camisa desabrochada. Se podía ver perfectamente su piel tostada por el sol. Los músculos firmes. No dijo nada. Tan solo la miró. Dio un paso más. Ella no se escondió. Seguía parada detrás de la cama. Nuevos segundos de incertidumbre. Cruce de miradas. Ella salió de su escondite. Ahora tan solo les separaba un metro de distancia. Stephano dio un paso más. El podía sentir la respiración de Ella en la nuca. Dio el último paso. Sus cuerpos chocaron. Stephano quería desatar su lado más salvaje. Sus instintos estaban descontrolados. Tenía que respirar hondo. Delante de sí tenía una muchacha de mirada tierna y piel delicada. Se agachó y se perdió en su cuello. Ella echó la cabeza para atrás. Se dejó llevar por las emociones.

jueves, 27 de octubre de 2011

Paseos nocturnos

El noble no se encontraba cómodo con Stephano mirándole todo el rato. Le mandó fuera. Stephano al no ser más que un criado, no podía sino hacer caso. Los minutos que pasó allí se le hicieron eternos. Tan solo esperaba que no se excediese en sus labores de entrevista.  Estaba impaciente andando de un lado hacia otro. Se sentía como un león en una jaula.
Poco tiempo después salió Ella. Tenía una sonrisa en la cara. Según pasó a su lado, le guiñó un ojo y le señaló que la acompañase. Formaron una fila, con el noble en cabeza. Anduvieron por unos pasillos muy largos y estrechos. Debían tener menor rango que los anteriores, porque estaban decorados de forma muy sencilla. Ella esperaba ver adornos y estancias pomposas, pero no era así. El noble los estaba llevando al otro ala del palacio. Allí es dónde se alojaría Ella durante su estancia en Versailles. Por su parte, Stephano se alojaría en un cuarto pequeño compartido con más sirvientes.
Cuando llegaron a la habitación, Ella se quedó impresionada. Estaba enteramente decorada de tonos dorados y verdes. El noble se despidió y la dijo que al día siguiente por la había planeada una cacería. Por el momento la dejaría descansar y tendría a su disposición una doncella si la necesitaba, ya que no la acompañaba ninguna. Miró con desprecio a Stephano y le dijo que le acompañase. Ella se quedó sola en la habitación con sus pensamientos. ¿Acaso podría aguantar aquella mentira durante mucho tiempo?, ¿tan malo era vivir de aquella manera? se sentía como una princesa. Alguien cuidaba de ella y la mimaba. ¿Acaso no era aquello lo que buscaban todas las personas románticas? Estaba demasiado confundida. Con todas aquellas preguntas se quedó dormida. Mentir tanto era muy sacrificado para ella. La dejaba agotada.
Por la noche escuchó ruidos. Se despertó sobresaltada. Alguien abría la puerta. Se agazapó detrás de la cama. Tenía miedo y estaba todo oscuro. Una silueta oscura se dibujó en el horizonte. Ella pegó un grito. El corazón la latía a mil por hora. Iba a salirse de su pecho. Tenía toda la tensión acumulada en su cuerpo. Respiró relajada cuando distinguió los rizos oscuros de Stephano. Pero.. ¿¿qué hacía allí??

lunes, 24 de octubre de 2011

Adentrándose en lo desconocido

Al día siguiente se prepararon para su presentación. Stephano por suerte entendía mucho de historia, así que se inventó una bastante creíble sobre quien era Ella. Se vistieron sin prisa, querían estar impecables. Stephano encontró en algún lugar, sería alguno de esos de los que no quería hablar a Ella, un traje bastante decente. Él se haría pasar por su mayordomo de una Dama de la alta sociedad francesa del sur. Probablemente la tomarían como una noble de provincia, pero era la única manera de entrar. Las nobles de París conocían muy bien a las que pertenecían a las provincias del norte. Solo tenían una oportunidad, tenía que aprovecharla al máximo.
Cuando salieron de allí, alquilaron un carruaje un poco más vistoso y más caro. Ella se sorprendía de dónde sacaba tanto dinero. Había intentado preguntárselo un par de veces, pero él siempre había contestado de manera muy violenta. Por eso había desistido. En realidad necesitaban aquel dinero y aquellas prendas. Se presentaron ante la puerta principal. Ella estaba muy nerviosa. Nunca se había hecho pasar por otra persona. Estaba temblando.
- Voy a ir delante para presentarte- la dijo Stephano cuando estuvieron a escasos minutos de su destino.
-Va va va vale- dijo Ella tartamudeando
-Tienes que estar segura de ti misma, presumida, altiva, como si fueses una noble de alta cuna- la regañó Stephano. Ella nunca se había sentido tan insegura. Normalmente era una persona que sabía lo que quería, cuando lo quería y cómo lo quería, pero allí estaba perdida.
Salió detrás de él, respiró hondo, empezó a caminar. Se la abrieron las puertas de par en par. Los guardias se la quedaron mirando boquiabiertos. Intentaron disimular, pero les fue complicado. Era la mujer más bella que habían visto desde la antigua amante del rey. Esta había muerto de una larga enfermedad crónica. Por lo menos esa había sido la versión oficial. Todos sabían que aquello no era cierto. Había enfermado misteriosamente después de una pomposa cena. Se creía que la habían envenenado con un derivado del cianuro. Definitivamente aquella joven que pasaba a su lado les había  cautivado.
Ella se sorprendió de la facilidad con la que había sido adentrarse en aquel magnífico palacio. Se adentró y esperó en una pequeña sala contigua. Stephano se acercó minutos después. No la pudo decir mucho, tan solo que esperase allí que iba a ser recibida por alguien. Este decidiría si podía pasar a la zona dónde estaban los demás nobles o no. Se sentía peor que en una entrevista de trabajo. Ante ella se presentó un hombre. La hizo mucha gracia su vestimenta. Era muy diferente a lo que estaba acostumbrada. El estilo pomposo de aquel hombre hacía que sus movimientos fuesen algo torpes. Se sentó en un canapé y la invitó a sentarse con él. Stephano se colocó a su lado, ni muy cerca ni lejos. Tenía miedo por ella. Iba demasiado despampanante.

jueves, 20 de octubre de 2011

Vestido nuevo

- ¿Sabes coser?- preguntó Stephano por detrás de los matorrales, a la mañana siguiente.
- De pequeña se me daba bien, ¿por?- preguntó Ella extrañada.
- Pues aquí te traigo cosas- y se mostró a la luz cargado con un vestido de tonos dorados y telas rojas- también tenemos un sitio para quedarnos. Una posada no muy lejos de aquí.. Reservé la habitación más alejada del resto y les pagué un extra para que  no nos molestasen- sonrió.
Los dos emprendieron el camino, por primera vez relajados. Ella se dio cuenta de que Stephano cojeaba un poco en la pierna en la que había sido mordido. Se lamentó por ello, sabía que no había sido su culpa, pero a pesar de ello, tenía remordimientos.  Cuando llegaron a la posada se sintió totalmente dichosa. Sobre todo después de darse un baño y sentirse libre de toda suciedad. Enseguida se puso manos a la obra para dejar aquel vestido dorado irreconocible. Pronto se dio cuenta de que si lo intentaba hacer como ella se había imaginado, el vestido aún quedaría reconocible. Por eso le pidió a Stephano que la trajese telas negras. Nunca lo hubiese pensado, pero aquel trabajo incluso la divertía. ¿Acaso estaba cambiando?, se miró al espejo, ¿debería cambiar también su aspecto? se quedó parada. Quizás sí, se parecía demasiado a Ágata, quizás alguien en la corte la pudiese reconocer.
Bajó con mucho cuidado, para no ser vista. Se fue hasta un campo cercano. Empezó a mirar a su alrededor. Esperaba tener una idea maravillosa. Se sentó en una piedra. Pasaron los minutos pero su cerebro seguía en blanco. ¿Acaso su ingeniosidad se había evaporado?, siguió mirando al horizonte. De repente se acordó de varias situaciones de su vida diaria. ¿Era su época una sociedad sin valores morales?, ahora todo lo veía más sencillo, se limitaba a sobrevivir. Antes de haber viajado hasta allí era una adicta a la tecnología, al igual que los demás.. ¿había perdido la inocencia de manera precoz? hizo un breve repaso a su vida. Justo en el momento que estaba llegando a su época de instituto se acordó de algo. Enseguida se levantó de la piedra. Sus zapatos rojos la llevaron hacia un lugar cercano lleno de camomila. Sonrió para sus adentros y la cogió.
Volvió corriendo a posada. Cogió los ingredientes que necesitaba. En el instituto había tenido una profesora de química que estaba loca. Además de ello, estaba obsesionada con la belleza y la edad, y una vez en el laboratorio les enseñó a elaborar un tinte casero. En aquella época pensó que aquello jamás la sucedería. ¿Acaso todo servía para algo?, por segunda vez en el día sonrió para sí.  Mientras tanto, volvió Stephano con las telas que ella necesitaba.  Le había preguntado como las había conseguido, pero él se limitó a decir que no quería que fuese cómplice de sus delitos. Sin más preguntas se sentó a terminar el vestido. Le pidió que la dejase sola, para estar más tranquila. Estaba demasiado ocupada con todo lo que tenía que hacer, como para que su presencia la distrajese. Tras cuatro horas de duro trabajo se tiñó el pelo y se puso el vestido. Miró al espejo y se sintió muy satisfecha. El corpiño rojo la sentaba como un guante. La falda del vestido era negro, contrastaba con su blanca piel. Con el pelo rubio se hizo un moño alto. Estaba preparada para hacer su presentación.



lunes, 17 de octubre de 2011

Llegada a palacio

Se cayó otro mechón de pelo en su cara. Stephano se dio cuenta otra vez. La cara de Ella ya estaba totalmente cubierta. Debía quitárselos de encima, tampoco quería que se ahogase o algo así. No sabía muy bien como funcionaba el cuerpo de una mujer, pero seguramente tener la cara cubierta aunque fuese con su propio pelo no era bueno. "Mujeres.. la sencillez de lo complejo" pensó para sus adentros. Tan fácil conquistarlas, y tan difícil de verlas interesantes para más de un mes. Con alguna había tenido una relación incluso de un año, pero había sido demasiado sencillo, vivían en polos opuestos del país. No se veían mucho, entonces no había habido problemas Por lo menos, esa había sido siempre su tónica. Esta vez sentía que era diferente y eso le asustaba.
Le apartó el primer mechón de los ojos. Parecía tan inocente dormida. La apartó un segundo mechón. ¿Acaso había maldad en aquella mujer?, ¿era posible ser tan bella?, había conocido a muchas mujeres guapas, pero eran eso, guapas. Ella al contrario era bella. Por primera vez en su vida se dio cuenta de la diferencia entre aquellas dos palabras. Con mucho cuidado se agachó. Se acercó a sus labios. Prestó atención. Seguía dormida, no habría peligro. Cerró los ojos y la besó. Fue tierno y delicado, como el beso de un niño inocente. Enseguida se apartó. Lo sintió demasiado puro, como si hubiese profanado algo sagrado.
El carruaje dio varios saltos. Parecía que ya estaban llegando a su destino. Ella se despertó. Miró a su alrededor extrañada, había tenido un sueño de lo más raro. No recordaba exactamente que era, pero estaba inquieta. Miró a Stephano, no la hizo ni el más mínimo caso. Su mirada ausente se perdía en el horizonte del paisaje verde.
-He pensado en un plan- la dijo de repente.
-¿A sí?- contestó educadamente Ella.
- Debemos adentrarnos en el palacio, saber sus entresijos, encontrar el engranaje perfecto para nuestra historia, para comprender que hacemos aquí y averiguar también donde está Ágata-
¿Y cómo lo vamos a hacer?- quiso saber Ella.
-Te harás pasar por una noble europea, todavía no se cómo lo haremos, pero lo tenemos que conseguir- dijo firmemente Stephano. Y dicho esto, saltó del carruaje y lo paró. Pagó el dinero acordado al cochero y la hizo descender a Ella también. Se adentraron en los jardines de Versailles. Tan bonitos como lo recordaba. Escondidos entre los setos iban avanzando. Deberían hacerse con un séquito, pero no tendrían tiempo para tanto. Después de mucho pensar, decidieron que tendrían que tomarlo prestado todo. ¿Acaso no es el sueño de toda niña vestirse como una princesa? se preguntó Ella a sí misma. Sonrió. Sabía que todo lo que les quedaba por delante era peligroso, sobre todo si les descubrían, pero por lo menos intentaría buscarle su lado bonito y romántico. ¿Cómo era posible que su destino estuviese tan enrevesado?. 

jueves, 13 de octubre de 2011

Camino a Versailles

Empezaron a caminar. Llegaron a una calle muy ancha. Tenían la esperanza de encontrar un medio de transporte. Sabían que era muy tarde, pero tenían fe en que a aquellas horas muchos hombres volvían a sus hogares. Sobre todo aquellos que habían pasado un par de horas en el burdel. Al pensar en aquello Ella se estremeció. No quería volver a vivir una experiencia parecida.
Después de esperar durante una hora más o menos, encontraron un carruaje. No era muy lujoso. Todo lo contrario, pero estaba dispuesto a llevarles hasta su destino. Ella se levantó un poco el vestido, y sus zapatos rojos procedieron a subir las escaleras. Dentro los sillones estaban rajados, pero era lo que menos la importa. ¿Acaso nunca iba a terminar aquella pesadilla? se dijo a sí misma. Stephano se sentó a su lado. No la miró en ningún momento. Sacó la cabeza y le gritó al cochero que ya estaban listos. El coche se puso en marcha. El suelo empedrado hizo que los pasajeros se moviesen con violencia. Ella se movía hacia los lados con mucha fuerza. Ni con eso Stephano hizo el más mínimo gesto. ¿Qué le estaba pasando?.
Faltaba poco para el amanecer. Ver París con la bruma mañanera era mágico. Ella se quedó hipnotizada con las calles, con todo lo que la rodeaba y con el leve murmullo del río. Stephano no escuchaba aquellas cosas. Tenía la cabeza en otras historias. Siempre había tenido una vida fácil. Nunca había tenido problemas que no pudiese solucionar con una buena sonrisa, o a lo malo un buen abogado. Esto se le había escapado de las manos. ¿Acaso no era capaz de cuidar de sí mismo? ¿Acaso no era capaz de cuidar de aquella mujer que le tenía loco?, estaba furioso consigo mismo. Sus pensamientos siempre acababan en el mismo tema. Cuando se quiso dar cuenta, Ella se había dormido y se había caído en su hombro. Aprovechó para sacar el  papel rojo de los pliegues de su vestido. La releyó muchas veces. Si de verdad había algún tipo de intriga palaciega, se tenían que adentrar en palacio. Tenía que pensar en alguna estrategia.

martes, 11 de octubre de 2011

Explicaciones de historia

El dolor de manos y rodillas de Ella era horrible. Llevaban tanto tiempo a gatas, que se le había echo eterno. Tenía la sensación que nunca saldrían de allí. La estaba empezando a entrar claustrofobia. Por su parte, Stephano no decía nada. Estaba serio y callado. Le notaba totalmente distante y carente de cualquier tipo de sentimiento. No estaba acostumbrada a aquello. 
Stephano tenía una conversación mental con si mismo muy seria. Por una parte el calor interno le producía molestias enormes. El calor interno de saber que tenía a aquella mujer que le volvía loco detrás. El frío de saber que si sucumbía a sus instintos perdería la concentración. En unos momentos así era lo que más necesitaba, concentración y cabeza fría para sacarles del problema en el que se habían metido.
Cuando llevaban ya tres horas de tránsito, el camino al fin cambio. Aparecieron unas escaleras que llevaban a la superficie. Con una meticulosidad extrema subieron e intentaron salir. Nada más pisar tierra una gran alegría invadió a Ella.  Se encontraban en los jardines de Louvre. Justo donde necesitaban llegar. Se sintió feliz, por fin la suerte les sonreía. A pesar de que todas las luces estaban apagadas, y no se veía nada. Se apresuraron a esconderse detrás de unos árboles. Se acercaron poco a poco. 
-Parece que no hay nadie- susurró Stephano.
- Ayer estaba lleno- le contestó Ella sorprendida.
-¿Qué mes es?- preguntó de repente él.
-Octubre-
- Entiendo- reflexionó Step- si no recuerdo mal, leí en algún libro que en Octubre toda la corte se traslada a Versailles, debemos ir hacia allí- volvió a susurrar- vamos allá-.
- ¿Por qué a Versailles?- se extrañó Ella.
-Es el lugar preferido del rey y en otoño hace muchas obras de teatro y espectáculos- la explicó brevemente- ahora tenemos que buscar un medio de transporte-

domingo, 9 de octubre de 2011

Minúsculo pasillo

Stephano se estaba desesperando. Había llegado al punto en el que no tenía cuidado con las cosas. Las tiraba por el suelo en busca de alguna puerta secreta. Parecía totalmente ido. Ella incluso tenía miedo decirle algo. Por su parte ella buscó con mucho ahínco en el lado contrario. No habían pasado muchos minutos, aunque la búsqueda se hacía eterna. La desesperación se apoderaba de Stephano. Ella no sabía mucho de historia, pero observando las reacciones de su compañero, la guardia del cardenal debía de ser muy peligrosa.
Se apoyó en la estantería más cercana. Necesitaba pensar, aclarar sus ideas. La llamó la atención uno de los libros que estaba en el segundo estante. Tenía bordado un hilo muy fino de color rojo. Se agachó para cogerlo. Según lo sacó de su sitio, un ruido se escuchó. Era un ruido leve, seco pero firme. Stephano la miró. Enseguida se acercó a ella y miró el espacio vacío que había dejado el libro. Había una pequeña palanca que se había quedado al descubierto. La tocó otra vez pero no sucedió nada. Empezaron a seguir su instinto. Por donde el recuerdo les decía que el ruido se había producido.
Salieron de la habitación y volvieron a la estancia principal. Miraron intensamente a su alrededor. Ella se dio cuenta de que la cómoda se había movido. Se acercó. Enseguida llamó a Stephano. Entre los dos retiraron la cómoda. Allí encontraron una entrada, y unas escaleras que conducían hacia abajo.
-Esto nos lleva hacia abajo-  dijo Stephano.
-¿Más abajo de lo que estamos?- preguntó Ella.
-Vamos, rápido, ellos se acercan-  la empujó hacia el agujero. Ella se metió sin más dilación. Mientras tanto, Stephano colocó las cosas tal y como estaban.
Ella llegó al fondo. No era muy profundo. Esperó pacientemente a Stephano. Se tenía que acostumbrar a la oscuridad. Cuando bajó su compañero se acercaron a una pequeña puerta. La abrieron. El espacio era pequeño, pero ya no tenían vuelta atrás. En el exterior se escuchó un ruido desmesurado. Los guardias ya habían llegado a la habitación. Stephano entró primero. Debían ir a gatas. No había más espacio.Se adentraron en lo desconocido, en la oscuridad. Los olores eran insoportables, pero no tenían otra opción.

jueves, 6 de octubre de 2011

Contratiempos

Antes de irse, investigaron todo lo que había en la guarida. Ella le mostró el papel que tenía escondido. Se mostró un poco reticente, tenía miedo de cómo pudiese reaccionar. No sabía por qué pero no la gustaba la actitud que había adoptado desde que se despertó. Frío y distante. Ella tenía la esperanza de que una vez pasado el susto las cosas fuesen más normales entre ellos. Pasó todo lo contrario. Se enfrió. Incluso notó como su mirada se había transformado en hielo. Procuró no pensar en ello.
Encontraron varios libros relacionados con la historia Francia. Los ojearon muy por encima. No había nada  que les pudiese servir. Al final encontraron un par de mapas. Eran de hace bastantes años pero quizás les pudiesen servir. Justo cuando iban a salir, se toparon con el hombre jorobado. Ella retrocedió atrás de un salto. El aspecto de aquel hombre era lamentable. Estaba lleno de heridas profundas. La sangre seca le cubría todo el rostro y un hueso le sobresalía por el codo. ¿Qué había pasado?, Ella sujetó a Stephano aterrada.
-Nos han tendido una emboscada, a mi ama la han matado y ahora vienen a por vosotros, debéis escapar- masculló el hombre- rápido.
-¿Quién nos persigue?- preguntó Stephano.
-La guardia del cardenal- contestó el hombre- herejes- añadió Antes de que pudiese decir más empezó a tener convulsiones muy violentas. Cayó al suelo, ya no tenía salvación. En pocos minutos se quedó fulminado. ¿Por qué les estaban persiguiendo? ¿les consideraban herejes? ¿por qué?.
A lo lejos escucharon como alguien estaba golpeando la piedra de entrada. La entrada estaba bloqueada. ¿Por dónde tenían que salir?, estaban muy confusos. Entraron en la habitación de al lado. Empezaron a revolverlo todo. Si la mujer había sido una especie de hechicera, probablemente tendría otra salida. Stephano se mostraba furioso, jamás le había visto tan violento. Mientras revolvían las cosas, Ella encontró unos zapatos rojos para cambiarse. Por fin un poco de luz entre la oscuridad. En cuanto se los cambió se sintió mejor. ¿Su fuerza se encontraba en llevar unos zapatos rojos? se rió de si misma por un segundo. No le duró mucho tiempo porque enseguida tuvo que volver a la realidad. Empezó a tocar todo lo que había cerca. Quizás encontrase algo que la llamase la atención. Tenía fe en la astucia de la anciana. ¿Existía su ansiado plan B?.

martes, 4 de octubre de 2011

Despertar

Se sentía mojada. Estaba en mitad de un océano. Sola y desamparada. Tensión y miedo era lo que sentía. Así se despertó Ella. El pecho de Stephano estaba empapado en sudor. Ahora estaba sudando mucho. Aunque al principio se asustó, vio que su color había mejorado. Ya no estaba tan pálido. Aquellos sudores entonces debían ser buena señal.  Se quedó mirándolo. No sabía cuanto tiempo pasó, pero al fin abrió los ojos.
Al principio Stephano estaba confundido. Había tenido sueños extraños durante varias noches. Unas veces el calor que tenía le llevaba a experimentar el viaje de Dante en el Inferno. Otras veces tenía tanto frío que se sentía como si fuese Robert Peary y acabase de conquistar el Polo Norte. Estaba algo confuso. No sabía donde estaba. Tan solo veía la cara soñolienta y sonriente de Ella. Aquello le bastaba para sentirse bien. Sentía calor en su cuerpo. Incluso excitación. No quería demostrarlo.
-Hola- le dijo Ella con un tono de voz muy musical.
-¿Dónde estoy?- la contestó Stephano con una voz seca. Al principio Ella se mostró molesta por la reacción. Sus ilusiones románticas se habían esfumado en tan solo un segundo. El hombre que tenía enfrente era tan frío y duro como una piedra. Se enfadó consigo misma, a pesar del calor que estaba desprendiendo su cuerpo. Todavía tenía el vestido roto y con la emoción de verle no se dio cuenta de que se veía mucha más piel de lo que ella quería.
- Estas en la guarida de una sanadora, amiga de Ágata- le comenzó a explicar Ella. Stephano no podía concentrarse en sus palabras. Su cuerpo se estaba desatando. Se sentía incómodo. Se repetía a si mismo que no debía mirar por debajo de la barbilla, pero sus ojos se desviaban sin su permiso. Se levantó violentamente. A pesar del mareo que sintió, procuró enderezarse. La pierna le ardió. Un dolor agudo recorrió todo su cuerpo. Escuchó a medias lo que le estaba contado Ella. No estaba muy seguro de lo que estaba pasando. Estaba en París si, pero en otra época. Había llegado allí desde su casa. Y luego le había atacado un perro. Si, ya las cosas le cuadraban. Ahora debían salvar a Ágata y desmontar alguna intriga palaciega en la que estaba metida la iglesia. Estaba convencido de que se había quedado con lo esencial. Estaban solos en aquel antro. Se levantó para cambiarse el vendaje. Debían empezar a arreglar las cosas.

sábado, 1 de octubre de 2011

Al otro lado del río

De pronto se paró. Se encontraba en un puente. Sus pensamientos se fueron con el suave circular del Sena. Miró hacia el suelo, una lejana luz hizo brillar sus zapatos. Aquellos zapatos rojos con los que estaba obsesionada toda su vida. Por lo menos había descubierto el misterio de su manía.  Por un momento se había acordado de aquel puente que estaba lleno de candados. Siempre le había parecido una cosa curiosa. Le encantaba ese puente. Otra vez deseó estar en su casa y mirar por su ventana como se encendía por la noche la Torre Eiffel.
Escuchó voces a lo lejos. Una voz conocida de hecho. Aquello la devolvió a la realidad. Eran los hombres de la función. Seguían buscándola. Ella se asustó. Se ajustó el vestido y empezó a correr. Tenía que llegar al refugio subterráneo lo antes posible. Sus zapatos rojos la llevaron a mucha velocidad a una zona segura. Corrió y corrió hasta que no sintió como sus zapatos cedían. Algo se había roto. Miró a su alrededor. Por suerte se encontraba cerca de su destino. Había multitud de casas impresionantes en aquel lado del río. Lo malo que eran similares, y que fuese de noche no ayudaba en absoluto. Andaba con todos sus sentidos alerta. Por un lado tenía que escapar de los hombres, por otro buscar su cobijo. Con el siguiente paso, se le rompió definitivamente el zapato. Tendría que continuar descalza. Por un momento se acordó de las pestes que sacudieron a Europa. Intentó desechar aquella idea atroz enseguida.
Cuando al fin encontró lo que buscaba se zambulló bajo tierra enseguida. En cuanto sus pies tocaron el  embarrado suelo, un ejército de escalofríos recorrió su cuerpo. En la vida había sentido repugnancia por algo. Escuchó el rápido correteo de algo. Procuró no imaginarse que eran ratas. Empezó a correr. En su vida había corrido tan rápido. Cuando llegó a la guarida no encontró a nadie. Se adentró buscando el canapé. Allí estaba Stephano, de su frente seguían cayendo gotas de sudor, pero por lo menos no se veía tan pálido. Se acercó temblando hacía él. Tenía miedo de perderle. En realidad estaba aterrada. Se acordó entonces de Ágata. Ella sola no podría salvarla. Le necesitaba. Y con ese pensamiento se durmió en su regazo.

jueves, 29 de septiembre de 2011

Viajar por los pensamientos

No respiró tranquila hasta que no salió por la puerta. En cuanto la cerró a sus espaldas, las lágrimas corrieron un triatlón en sus mejillas. No estaba acostumbrada a ese tipo de violencia. Tenía toda la falda rota, por no hablar de su corsé. Intentó taparse como pudo y salió corriendo. No la importaba mucho hacia dónde se dirigía. Tan solo quería volver a la calidez de su hogar. Las aventuras no eran para ella. ¿Por qué había sido elegida para esta misión?. No tenía aptitudes. No tenía conocimientos de aquella época. ¿Era acaso un castigo?. Estaba sumida en un torrente de pensamientos negativos.
No paró hasta que no se quedó sin aliento. Ni siquiera veía bien, sus ojos estaban llenos de lágrimas. Tan irritados que hasta la escocían. En aquel momento se acordó de su primer amor. Fue un desastre, pero a pesar de ello la hizo sonreír. Después en su mente apareció la imagen de Stephano. Tenía que encontrarlo. El debía cuidarme. No podía ser tan egoísta como para dejarla sola allí. Las imágenes volaron por su cabeza. Intentó serenarse. Miró a su alrededor. Aquella zona la era conocida. Avanzó un poco más. Se encontró en su jardín de tulipanes. Le dio un vuelco el corazón. Era lo que necesitaba. Algo conocido que la diese energías para seguir adelante. Respiró fuertemente y caminó con energía. La quedaba un largo camino hasta llegar a los jardines de Luxemburgo, pero ahora tenía el optimismo que necesitaba. ¿Debía luchar por aquello en lo que creía?, sí, definitivamente la respuesta era afirmativa, ¿pero en que creía? eso ya era mucho más complicado de contestar. ¿Eran sus valores los correctos? ¿Debía ser egoísta y pensar en su propio beneficio?, ¿quizás buscar la huida fácil?, ¿sacrificarse por un bien mayor que su propia vida? millones de preguntas asaltaron su cabeza. El camino era demasiado silencioso. Escuchaba con demasiada claridad las conversaciones de su mente. Sus manos estaban ocupadas, intentaba taparse como podía. En cambio, su mente estaba demasiado libre para viajar por el mundo de los pensamientos. Estaba sobrada de preguntas, pero escasa de respuestas. Aquel camino se la iba a hacer más duro de lo que pensaba.  Los ecos de su mente hablaban. Los pasos de sus pies susurraban. Sentía como se estaba volviendo loca a cada minuto que pasaba. Necesitaba de la seguridad de Stephano.

martes, 27 de septiembre de 2011

Casa de los placeres ocultos

De repente los segundos se hicieron horas.  Los hombres la estaban contemplando. Dijeron unas palabras entre sí que Ella no entendía. Sus sonrisas eran inquietantes y sus ojos desprendían fuego malicioso. Intentó soltarse pero no podía. Aquellas manos mugrientas la agarraban con fuerza. Una de las manos se acercó a su pecho. Ella se esperaba lo peor. La dieron arcadas cuando los dedos del hombre rozaron su piel. 
La rompieron todo el corsé y la estaban empezando a subir la falda. Ella sintió como todo su mundo se venía abajo. No tenían ningún tipo de respeto hacia ella. La veían como una mujer de compañía más. Intentó luchar con todas sus fuerzas, pero los tres hombres eran más fuertes que ella. Las lágrimas inundaban sus ojos. Les suplicó, pero ellos ya ni siquiera escuchaban. Estaban demasiado ocupados admirando lo que tenían enfrente. Los comentarios rudos de como se encontraban de calientes eran espinas para los oídos de Ella. Después empezaron a discutir quién sería el primero, mientras se aflojaban los pantalones. Ella se estaba volviendo loca. Para ella era la mayor de las torturas. Justo en el momento en el que se decidieron los turnos, una segunda mujer apareció. 
- Vamos caballeros, ¿los tres para una sola dama?- les replicó, colocándose entre Ella y los hombres. 
- Quita puta- dijo uno de ellos borracho y violento. 
- En vez de alguien experimentado como yo, ¿os aprovecháis de una pobre desgraciada? - comenzó a decir y a juguetear con ellos- Necesitáis una mujer, no una niña que no sabe lo que es el placer- 
- ¿Qué me ofreces? - dijo el segundo hombre bajándose los pantalones - ¿la pondrás contenta?- señaló a su miembro. 
- Estáis en la casa de los placeres ocultos mi señor- contestó la mujer agachándose. 
El hombre empezó a gritar de placer. Lo que llamó la atención de otros clientes. Una segunda mujer se acercó y se desquitó el vestido. Los otros dos hombres se abalanzaron sobre ella. Uno se colocó delante y otro detrás. La primera mujer aprovechó el momento para hacer un gesto con la mano a Ella.  Se levantó y se puso de espaldas al hombre. Ella se lo agradeció con la mirada. ¿Por qué la había ayudado aquella mujer?. Se apoyó contra la pared y empezó a moverse sigilosamente. No quería llamar la atención. Tenía que llegar a la puerta cuanto antes. 

sábado, 24 de septiembre de 2011

En el burdel

No quedaban lejos el conglomerado de calles. Procuró acelerar el paso. No quería quedarse atrás y dejarse atrapar por aquellos hombres. No quería ni pensar lo que le habrían hecho a Ágata.  Ahora debía salvar su vida para avisar a los demás y luego pensaría que podía hacer.  Se adentró en las calles oscuras. Después de mucho correr parece que había conseguido su objetivo. Despistó a los hombres. Se paró e intentó recuperar el aliento. Apoyó su cuerpo entero en una pared. Lo sentía dolorido y molesto. Cerró los ojos y se relajó. Intentó imaginarse situaciones positivas de su pasado para no caer en la tristeza.
Escuchó unos pasos a lo lejos. Su momento de equilibrio personal había acabado. ¿Por qué la perseguían?. No sabía donde esconderse, la calle que tenía enfrente era demasiado despejada. Repentinamente una puerta se abrió. De ella salió música a mucho volumen y un griterío alegre. Una sonrisa apareció en la  cara de Ella. Parecía que había encontrado algún tipo de taberna. Era perfecta para poder esconderse. Allí no la buscarían. Con pasos apresurados sus zapatos rojos la llevaron hacia la puerta. Sin siquiera mirar dentro se adentró y cerró tras de sí. Cuando se dio la vuelta los ojos se la abrieron como platos. Se había adentrado en un burdel. Por un momento se quedó paralizada. No sabía si quedarse allí o salir fuera y seguir huyendo de los hombres. ¿Qué situación era más peligrosa?, No se consideraba una monja, pero ver lo que había allí la escandalizó. En una mesa cercana, se estaban montando literalmente una orgía. Definitivamente se dio la vuelta dispuesta a salir. No quería formar parte de aquello. Justo en el momento que iba a darse la vuelta un hombre la cogió por la espalda.
- ¿Dónde vas bonita?- la preguntó- date la vuelta para mi que a ti todavía no te he probado- y un fuerte brazo la dio la vuelta y la golpeó fuertemente contra una pared. Se quedó un poco aturdida, pero en cuanto focalizó bien su vista se estremeció. Un hombre lleno de mugre y con los dientes negros la estaba desnudando con la mirada. Se escandalizó e intentó quitárselo de encima.  Gritó pidiendo ayuda, pero en vez de eso otros dos hombres igual de repugnantes que el primero se acercaron a Ella. ¿Qué podía hacer?, la entró pánico.
-Vaya, vaya, esta es nueva, jamás la he visto por aquí- masculló el segundo hombre con una sonrisa repulsiva. La cogió de un brazo y la inmovilizó. Con la otra mano sacó un cuchillo pequeño y la rajó todo el corsé. Ella intentó luchar para liberarse. Los hombres encontraron aquella lucha muy divertida y excitante. El tercer hombre se acercó a ella y comenzó a manosear el corsé hasta dejarlo abierto de par en par. Ella estaba aterrada. Su pecho estaba al descubierto y aquellos hombres la miraban con lascivia salvaje.

jueves, 22 de septiembre de 2011

Corriendo hacia la puerta

Eran momentos de desesperación. Ahora tenían a cuatro guardias corriendo detrás de ellas. Los invitados se quedaron tan sorprendidos que ni se movieron. Cuando se les pasó el susto algunos empezaron a aplaudir. Quizás pensasen que seguía siendo parte de la función. Mientras tanto, Ella estaba al borde de un ataque de nervios.  La estaban pisando los talones y la puerta seguía estando muy lejos. O sucedía un milagro o las atraparían. No quería ni pensar lo que podría pasar en ese caso. La mazmorra en la que estuvo probablemente la parecería un cuento de hadas.
Los segundos pasaban y su situación empeoraba. Ella intentaba mirar a los lados, pero no había otra alternativa. Repentinamente Ágata se tropezó. Cayó de bruces al suelo. Ella mantuvo el equilibrio porque dio un salto. Se dio la vuelta para ayudarla.
-Corre, sálvate, si nos cogen a las dos no tendremos ninguna opción- gritó Ágata.
Ella se quedó sin saber que hacer. Miró a su compañera. Quería ayudarla pero volvió a gritarla otra vez lo mismo. Con todo su pesar siguió corriendo hacia la puerta. Los guardias se entretuvieron con la caída de Ágata. Ella pudo alcanzar la puerta. Miró una última vez atrás y salió de allí. Se encontró en una gran sala. Estaba decorada con un gusto impecable. Intentó despertar de aquel sueño momentáneo.  Buscó una ventana. La distancia hasta abajo era mayor de lo que esperaba. Tenía que saltar. Abrió la ventana con mucha dificultad. Saltó con dificultad. Fue a parar a unos matorrales que amortiguaron la caída. Salió corriendo hacia la oscuridad. Escuchó gritos detrás de ella.

martes, 20 de septiembre de 2011

L'École des femmes (La escuela de las mujeres)

Cuando llegamos a nuestro destino, su corazón latía a mil por hora. Era una sensación muy rara. Se sentía extranjera paseando por los sitios que tantas veces había visitado. Cada pisada que daba era a la vez nueva y vieja.  Se encontró en el centro de un gran acontecimiento. Por un lado había elegantes damas de la mano de apuestos caballeros. Por otro lado devotos y beatos gritaban a pleno pulmón que era una obra obscena e irreligiosa.  Ella buscó en los archivos de su memoria. Recordó que a este dramaturgo siempre le consideraron libertino. Esbozó una sonrisa. Sabía más detalles de lo que pasaría después de lo que los asistentes sabrían jamás.
Ágata se dio prisa en coger unos asientos adecuados. Quería tener la visión perfecta de todo lo que acontecía. Mucho antes de que empezase la obra, todo el mundo ocupaba sus posiciones. El primer acto me absorbió por completo en la historia. En la segunda parte de la obra mi compañera comenzó a hablarme. Me mostró quienes eran los nobles de más importancia. Cuales lo de menor rango. Quién tenía influencia sobre el rey, y quien no. Las presentaciones eran muy divertidas. Cuando acabó la obra todos se retiraron. Ya que el rey no pudo asistir, organizó una fiesta en honor del artista. Todos los nobles se regocijaban de estar invitados. Ellas no eramos tan afortunadas. Tenían que volver. Pero antes de eso, Ágata habló con una de las criadas. Al parecer podría colarla en la fiesta. A cambio quería una joya de gran valor. Después de vacilar unos segundos, se la dio.
Con mucho sigilo se adentraron en una gran sala. Era tan ostentosa que parecía irreal. No podían estar allí mucho tiempo sin llamar la atención, por lo que tenían que actuar deprisa. No dio ningún tipo de explicación, así que Ella estaba bastante perdida. Le pareció ver al rey al final de la sala. Se quedó impresionada por su presencia y por la gran peluca que portaba. Mirarle era entender lo que era la majestuosidad.
Mientras soñaba, notó un fuerte tirón en la manga. Ágata por fin había encontrado lo que estaba buscando. La obligó a mirar a la derecha. Allí observó a un alto clérigo. Andaba con aires de superioridad y daba órdenes a todos los que se cruzaban en su camino. Según la explicó más tarde, aquel hombre era el que estaba preparando la conspiración contra el rey. Ellas debían evitarlo, aunque no tenían la menor idea de como. El hombre se dio cuenta de que estaba siendo observado. Al ver a Ágata sus ojos estallaron en furia. En seguida llamó a gritos a los guardias. Ella empezó a correr detrás de su compañera. Detrás se escuchaban gritos de "herejía".

sábado, 17 de septiembre de 2011

Un disfraz

De repente Ágata se levantó y desapareció por la puerta. La dejó sola con la anciana y el jorobado. Era una situación tensa. Seguía sin confiar en ellos. Sabía que intentaban cuidar de Stephano, pero aún así había algo en ellos que no la convencía. Quizás las intenciones ocultas de por que les ayudaban. Dado que no tenía mucho que hacer, rebuscó entre los papeles algo que pudiese ser válido para atar cabos.  Encontró varios escritos que estaban relacionados con el rey, la corte y las fiestas. También encontró un libro lleno de diminutas ilustraciones. Estaba en latín y aunque no entendía nada, por las ilustraciones dedujo que se trataba de un libro religioso. Intentaba no mirar a Stephano. Cada segundo que pasaba y él no reaccionaba su cuerpo se quedaba sin aliento.  ¿Podían estar el amor y el odio unidos eternamente?, ¿podían caminar de la mano y ser un sentimiento tan real como el respirar?, las mismas preguntas rondaban por su mente una y otra vez.
Pasaron horas hasta que volvió Ágata. Cuando por fin escuchó sus pasos, fue corriendo a su encuentro. Llevaba un gran saco, la ayudó a llevarlo. Lo pusieron encima de la mesa y sacaron de allí dos vestidos. Tenían un acabado majestuoso. El corsé llevaba pliegues dorados y había puntadas de hilo rojo oscuro. Eran los vestidos más impresionantes que Ella había visto en su vida.
-Vamos a ir a ver la obra "La escuela de las mujeres", debemos ir presentables- la comunicó.
-¿Te refieres a la obra de Molière?- preguntó Ella impresionada.
-Sí, hoy es el estreno- la contestó sin mucho entusiasmo- va a ir allí toda la corte y es preciso que te ponga en aviso quién es quién y te explique la situación-.
-¿Qué va a pasar con él?- dijo Ella preocupada mirando a Stephano.
-De momento no puede ir a ningún lado- contestó la anciana- no os sirve para nada en este estado-.
Aquel comentario la ofendió. Lo había dicho con tanta despreocupación, que tenía dejarle allí. Sentía que no tenía otra opción. Se fue a otra estancia y se cambió de ropa. Ágata tuvo que ayudarla con todos los cordones y diferentes estructuras que había. Cuando nadie estaba mirando, se escondió la carta del papel rojo entre la falda. No sabía cuando podría ser útil aquella información.  Una hora después, salieron allí. Un carruaje las estaba esperando a unos metros de la salida. Se adentraron y los caballos empezaron a trotar. La emoción invadía a Ella.

jueves, 15 de septiembre de 2011

El contenido de la carta

Sacó el papel rojo del sobre. El sello real se representaba en todo su esplendor. Cuando lo miró fijamente se dio cuenta de que era una carta. No entendía muy bien lo que ponía. Los trazos de la letra eran tan elaborados que resultaba complicado leerlo. Empezaba como una carta de amor, para después convertirse en un relato de conspiraciones varias.
Hablaba del amor que alguien de la realeza procesaba a una campesina. Después algunos intentos fallidos de envenenamientos. Por último la traición del clero. Había palabras que daban a entender la gran ambición que tenían algunos miembros en hacerse con el poder no solo de la iglesia francesa, sino de influir en las decisiones del rey. Era todo una telaraña de malos propósitos y frases a medio decir. Parecía que las intrigas palaciegas estaban a la orden del día en lo que a problemas se refería.
Cuando estaba acabando la carta una ráfaga de viento agitó su pelo. Se dio la vuelta, era imposible que en una cueva existiese viento. Miró por todos lados pero nada la llamó la atención. Sin soltar aquella carta buscó a la anciana y a su ayudante. No estaban allí. Aprovechó para acercarse a Stephano. Yacía inmóvil en el diván. Se agachó para mirarle más de cerca. ¿Por qué no se despertaba?.
-Aguanta mi niño-  le dijo con dulzura acercándose a su pecho para escuchar su respiración- podremos con esto juntos, ya lo verás- apartó los rizos rebeldes de su cara, pero él no se movió.
Se quedó a su lado, mientras se sumía en un profundo sueño. Su mente se relajó y la hormona de la felicidad buscó un hueco en su mente para liberarse. Bailes de máscaras venecianas pasaron por su mente, una mirada misteriosa de ojos negros que la perseguía. Imágenes agradables la hicieron relajar todos sus músculos por primera vez en todo aquel viaje. Pero cuando estaba en la cúspide de su felicidad todo cambió. Los asistentes al baile perdieron sus máscaras. La angustia invadió su cuerpo. En vez de humanos, hienas aparecieron ante ella. Salió corriendo por un pasillo largo, pero los animales la siguieron. Cuando miró atrás vio que pronto la alcanzarían. Instó a sus zapatos rojos a que corriesen a más velocidad. Repentinamente apareció una puerta ante ella. La abrió con fuerza y se abalanzó dentro. Con las prisas no se dio cuenta de que delante de ella había un gran agujero. Se precipitó en una caída sin límites. En aquel momento se despertó sobresaltada. Stephano tenía convulsiones. Estaba empeorando. Buscó a la anciana. La llamó a gritos. Apareció minutos después y la gritó que había hecho. ¿Qué estaba sucediendo?, intentó no ponerse histérica. Se concentró en la carta nuevamente.

lunes, 12 de septiembre de 2011

Nuevas hojas rojas

El sonido de otro roedor la erizó el vello. Era tal el sentimiento de repulsión hacia aquella especie animal que aceleró el paso. ¿Dónde estaba su cómoda vida?, ¿Se había evaporado?, ¿Volvería a su hogar?. Buscaba a Ágata por todos lados, pero ni rastro de ella. Después de unos metros, al fin vio la luz.  Al principio, estaba totalmente cegada. Tardó mucho en recuperar la visión. Cuando abrió los ojos, se encontró en una amplia sala. Estaba llena de tarros de todos los colores. A lo lejos, había una gran mesa de madera. Era oscura y estaba llena de papiros de todo tipo. ¿Acaso era algún tipo de bruja?. Se acercó a la mesa y allí encontró a Ágata. Estaba tan concentrada en los papeles que tenía entre manos, que ni se dio cuenta de su presencia. Ella decidió que no la iba a molestar.
Miró los frascos que tenia a cada lado. Algunos tenían animales en su interior, otros tenían frutos secos nadando e incluso algunos tenían trozos de raíces.  Ruidos cercanos la devolvieron al mundo real. El hombre jorobado acercó a Stephano. Lo dejó en un diván cercano. Ella se acercó corriendo, pero la anciana la adelantó por un paso y se lo impidió. La empujó hacia la mesa y empezó a correr de un lado a otro. Abrió varios de los tarros y se untó las manos con ellos. Luego le aplicó esos ungüentos a Stephano. En pocas palabras me dijo que su sangre estaba envenenada. Algo extraño tenía aquel perro que le mordió.  Ella esta muy asustada.
Se acercó a Ágata, pero ésta no la hizo caso.  Miró los papeles que había encima de la mesa. La llamó la atención una pequeña esquina que sobresalía por un lado. Era papel rojo, y se encontraba debajo del todo. Cuando lo sacó se quedó con la boca abierta. Era el mismo tipo de papel que llevó a aquel anticuario de Montmartre. En una de las esquinas, aparecía el símbolo del ojo. Le dio la vuelta, allí encontró un mapa. Se lo enseñó a Ágata. Lo cogió con entusiasmo y empezó a estudiarlo. Dado que la dio la espalda, Ella se distrajo con los demás papeles. Todos estaban escritos en latín. 
Se zambulló en aquella mesa. Intentaba estar distraída para no pensar en Stephano. Le miró, seguía sin dar señales de vida. ¿Por qué le importaba tanto ese hombre?, sacudió la cabeza. Volvió a concentrarse en la mesa.  Un sobre caído la llamó la atención. Estaba a cierta distancia de donde se encontraba ella. Se acercó a cogerlo. Era de color verde, ¿otra coincidencia? se preguntó a sí misma. Sacó una nueva hoja roja. Esta vez vio un sello real al lado del dibujo del ojo negro.

sábado, 10 de septiembre de 2011

Un pasillo oscuro

Cogieron a Stephano por los brazos y los pies. Le llevaron hasta el final de la calle. Allí les esperaba un hombre con un carro. Cuando le miró Ella, sintió una punzada en el pecho. Era un hombre pequeño y jorobado. Cuando la miró, todos sus sentimientos se entremezclaron. Tenía la mitad de la cara quemada. Parecía envejecido y arrugado. No sabía si sentía temor o compasión.
Aquel hombre se acercó a Stephano y lo colocó en el carro. No tuvo ningún tipo de delicadeza. Los vendajes que tenía en la pierna se le tiñeron de sangre.  Se sentía totalmente hundida. ¿Qué iba a hacer ella si aquel misterio de pelo negro y rizado no sobrevivía?. Corrió hasta el carro olvidándose de todo lo demás. Le agarró con fuerza. Intentó reanimarle presa de la desesperación. Las lágrimas resbalaron por sus mejillas.
El hombre tiró violentamente del carro. Ella perdió el equilibrio y cayó al suelo bruscamente. Ágata la cogió del brazo y la ayudó a levantarse. La anciana  la miró con desprecio y comenzó a caminar detrás del carro. Pasaron por varias calles paralelas a la Bastilla. Según la comentó Ágata, iban camino del Jardín de Luxemburgo. Ella no lo entendía muy bien, aquella zona era demasiado lujosa para la anciana. A pesar de ello no hizo ningún comentario. Iban caminando en silencio, por calles secundarias para no llamar la atención. Aquella ciudad estaba muy distinta de lo que Ella conocía. Las calles estaban más abandonadas, la basura tirada por todos lados. Los olores fuertes se mezclaban unos con otros.
Cuando por fin llegaron a su destino, Ella se quedó petrificada. Se pararon delante de una lujosa casa. La estuvieron observando unos instantes. Parecía que nadie estaba en ella. ¿Acaso la anciana vivía allí?, enseguida desechó esa pregunta de su cabeza. Era algo imposible. No se equivocaba, prosiguieron su camino, pero, no avanzaron mucho cuando la anciana se paró nuevamente. Estábamos en los límites de la casa señorial. El hombre jorobado tocó unas piedras del suelo y las levantó. Ante ellos se abrió un gran agujero, apenas iluminado por unas velas gastadas.  Unas escaleras empinadas hacían las veces de entrada. Ella miró a Ágata con cara de interrogación. Esta hizo un gesto de afirmación y comenzó a bajar las escaleras. Ella esperó unos segundos. Después miró a la anciana desconcertada. La dijo unas palabras que no comprendió y la señaló las escaleras. Ella se acercó y comenzó a bajarlas.
Numerosos ruidos retumbaron en sus oídos. Estaba asustada. Cuando bajó, se encontró con un pasillo muy largo. Una gran rata pasó a su lado. Ella gritó con todas sus fuerzas. Se apresuró a adentrarse en aquel pasillo. Las velas consumidas mostraban sombras extrañas en las paredes. Cuanto más se adentraba en aquel sitio más humedad sentía en sus huesos. Las velas en esta parte eran más grandes. Podía ver mejor lo que la rodeaba. Se encogió aún más. Se sentía como en una película de terror.

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Los ropajes de una anciana

Ella se agachó enseguida para intentar reanimarle. Se quedó paralizada cuando vio que no se movía. No sabía que hacer. Ágata se estaba poniendo nerviosa por momentos. Si se quedaban mucho más tiempo allí, llamarían demasiado la atención.  Buscó rápidamente un lugar donde se pudiesen esconder.  Encontró un callejón no muy lejos. Volvió corriendo hacia donde estaba Ella con el cuerpo. Lo cogieron de los brazos y lo arrastraron hacia aquel lugar.  Según le movían la pierna se llenaba de polvo. Ella se arrancó un trozo de su vestido, y le vendó todo. Aún así el vendaje se empapó de sangre. Stephano seguía inconsciente.  A Ella le hirvió la sangre por verle así. 
Cuando le arrastraron se agachó y le colocó la cabeza sobre su regazo con delicadeza. Mientras tanto, Ágata intentó cubrirlos con trozos de madera que había encontrado. De esta manera no serían tan visibles. Aquello era un contratiempo con el que no contaba. Estaba muy nerviosa andando de un lado hacia otro. Estaba segura de que el muchacho se pondría bien, pero debía idear un plan. Quería aprovechar la muchedumbre para deslizarse por las calles de París. 
-Acabo de tener una idea- gritó repentinamente Ágata- pero os tengo que dejar aquí solos bastante tiempo-.
-¿Dónde vas?- la preguntó Ella asustada.
-Voy a buscar a una amiga, volveré- dijo rápidamente y desapareció entre las sombras.
Ella se quedó con la palabra en la boca. Por un momento sintió que todo era una pesadilla. ¿Acaso estaba viviendo un sueño?. Se sentía totalmente despierta, pero aún así, todo era demasiado confuso. Las voces de la muchedumbre se oían a lo lejos. ¿Cómo era posible que las personas disfrutasen con aquel espectáculo tan macabro?.
Intentó cambiar el vendaje. Era algo complicado, tenía miedo de tocarle y hacerle daño. Miró al cielo, se estaba haciendo de noche. Habían pasado muchas horas desde que Ágata desapareció. Ella intentó moverse un poco, tenía todo el cuerpo entumecido. Stephano parecía dormido. Respiraba profundamente, pero no había manera de despertarle. 
Cuando estaba a punto de desfallecer debido al agotamiento. Escuchó unas voces que se acercaban. Miró a lo lejos pero no era capaz de distinguir nada. Se tranquilizó cuando escuchó la voz de Ágata. Alguien la acompañaba. Cuando se acercó, vio a una anciana. Ella se quedó estupefacta. Parecía una indigente. Toda su ropa estaba rasgada y parecía sucia. ¿De que manera iba a poder ayudarles?. desconfió de ella.

lunes, 5 de septiembre de 2011

Amigo de lo ajeno

-Este es el momento perfecto, mejor imposible- se alegró Ágata.
-¿Es el momento perfecto para qué?-  preguntó Ella.
-Todos están ocupados, yo no tenía ropajes de hombres, puede entrar a cualquier casa aquí para coger algo. De lo contrario no pasaremos desapercibidos- y le hizo unos gestos con la mano para que entrase en una casa cercana. Stephano al principio se negó, pero viendo que no tenía otra opción, se fue refunfuñando. Nunca había robado, se sentía mal. Intentó pensar que lo hacía por una causa mayor. Ella había sido elegida para algo importante. Él estaba allí con ella, así que, él estaba incluido en el plan. Sus argumentos no eran muy convincentes, pero por lo menos le sirvieron para coger el coraje necesario.
Cuando entró en la casa, la quietud le rodeó con los brazos abiertos. Se encontraba en una habitación sencilla. No había ningún tipo de ropa allí, tan solo cajones vacíos. Se acercó a la puerta y la abrió con cuidado. Escuchó atentamente. Ningún ruido. Prosiguió su camino. Por un momento se quedó paralizado. Estaba en mitad de un lujoso salón. La belleza de aquel sitio era indescriptible. ¿Acaso las personas de aquella época se esforzaban por mostrar su poder material?. Intentó no distraerse y proseguir en su búsqueda. Pasaron minutos que se le hicieron eternos, pero al final encontró ropa. Cogió unos pantalones que le parecieron un tanto excéntricos y lo que supuso que sería la camisa. Tan acostumbrado estaba a los vaqueros, que para él era algo totalmente nuevo. Abrió la puerta, pero notó una extraña pesadez en ella. Miró a los lados, pero llegó a la conclusión de que no tenía tiempo para investigar. Debía salir de aquella casa lo antes posible. Cuando se adentró nuevamente en el salón, percibió un olor a carne podrida. Se le revolvió el estómago. No le gustaba aquella sensación. Apresuró el paso. Abrió la puerta que daba a la salida. Estaba a punto de dar su último paso cuando la puerta se cerró súbitamente. Un enorme perro apareció delante de él. Había surgido de la nada, pero no parecía dispuesto a darle tregua. Le enseñó sus enormes dientes. Se fue hacia la derecha para intentar despistarlo. El perro le siguió enseguida. Iba a ser complicado salir de aquella situación. Se giró hacia la izquierda, el perro le imitó enseguida. Cuando se giró al otro lado, no consiguió esquivarle. Sintió una punzada de dolor que le traspasó todos los sentidos. Miró al suelo, tenía un gran desgarro en la pierna.
De repente, se escuchó un silbido desde otra zona de la casa. Aquello distrajo al perro y Stephano aprovechó la ocasión para traspasar la puerta y cerrarla tras de sí. Tuvo que forcejear, el perro tenía mucha fuerza. Por suerte, consiguió cerrarla.  A duras penas salió por la ventana. Las dos mujeres le estaban esperando. Según las vio, oscuridad. Cayó al suelo.

viernes, 2 de septiembre de 2011

Cambios de vestuario

La mujer cogió la piedra de Ella y la acercó a las suyas. Las dejó a poca distancia y se alejó. Esperó pacientemente. Pocos minutos después un destelló apareció en una de las piedras. Esta se empezó a mover hacia la otra. Cuando se juntaron, una nueva chispa surgió. En la piedra de Ella se produjo una pequeña rotura. En la piedra de la mujer creció un fino saliente. Las dos se entrelazaron y se produjo un gran estallido de luz. Inundó toda la estancia y cegó a los presentes.
- Las piedras se han reconocido, eso es buena señal. Ahora somos hermanas de la misma causa- sonrió la mujer mirando hacia Ella- por cierto, mi nombre es Ágata. Con paso acelerado salió un momento de la habitación.
-¿Tú entiendes algo?-preguntó Ella a Stephano, el cual negó con la cabeza.
Sin tiempo para más, Ágata regresó con una gran caja entre manos. La abrió y sacó un vestido igual que el suyo. Lo puso encima de mesa. Hizo salir al hombre de la cicatriz. Cuando salió, se quedaron los tres en silencio.
-Hay ciertos rumores en palacio- empezó a hablar Ágata- hasta ahora no le daba mucha importancia. Tu visita, ha cambiado mucho las cosas- respiró profundamente- eres la mensajera. El problema es que no sabes que mensaje tenías que transportar-.
Se quedó pensativa. Stephano y Ella seguían callados. ¿Acaso era verdad que habían llegado a otra época para solventar un problema?, ¿ese era el destino turbulento que la esperaba a Ella?. Por un momento pasaron por su mente momentos de lo que consideraba su transición. Cuando aquella mujer extraña le dio las piedras, el pequeño hombre que la avisó para que tuviese cuidado. Las cosas parecían tener más concordancia. Cogió el vestido y entró en otra habitación para ponérselo. Tenía demasiadas capas, y un corsé ajustado. Tuvo que pedir ayuda a Ágata. No tenía muy claro que la esperaba, pero no tenía otra opción.  Cuando salió Stephano comenzó a mirar al suelo. Ella sonrió, la gustaba aquella sensación. Se recogió el pelo, y se adentró en el nuevo siglo.
Cuando estuvieron listos salieron de aquella casa. Llegaron hasta la orilla del río Sena. Esta vez, no podían atravesar la ciudad de forma subterránea. Los vestidos eran demasiado elaborados y unos disfraces perfectos para pasar desapercibidos. No podían arriesgarse a estropearlos.
Tuvieron que esperar mucho hasta que llegó un carruaje. Ágata se estaba empezando a poner nerviosa. Miraba constantemente al cielo y decía que se estaba haciendo tarde. En cuanto subieron al carruaje, le dio una bolsa de monedas al cochero para que fuese lo más deprisa posible. Supieron que estaban cerca de su destino cuando un griterío inundó sus oídos.
-Vamos, tenemos que bajar o nos perderemos la ejecución- dijo Ágata con naturalidad.
-¿Qué? - preguntó Ella con el terror dibujado en los ojos. Miró a su alrededor, estaba en una Plaza de la Bastilla a rebosar. En el centro, una gran plataforma de madera con una persona en el centro. Tenía la cabeza cubierta por una  tela negra. Una lágrima resbaló por la mejilla de Ella.



miércoles, 31 de agosto de 2011

El origen

Ella estaba sentada y magullada. Miró a Stephano, tenía una cara impasible. En un primer momento, se alegró mucho de verle. Incluso él parecía contento. Pero al segundo le cambió la cara, se volvió frío como una piedra. Se acercó a ella y la dio la mano. Se la estrechó con fuerza.
-Hola, me alegra verte a salvo- la dijo secamente. Aquello la mató. No entendía nada. Hacía días la había llevado a su casa, estando ella inconsciente. Había sido desagradable y la había tratado con rudeza. En cambio, tenía fuego en la mirada cuando sus ojos se cruzaban. Lo había dado por imposible. Justo cuando cogió aire para responder, la puerta se abrió. La mujer entró.
Ella se quedó totalmente petrificada. Las dos eran idénticas. Pequeños detalles las diferenciaban. Ella tenía   la piel menos bronceada y el pelo más claro que la mujer, pero todo lo demás era similar. Los ojos de Ella fueron a parar al suelo. La mujer comprendiendo el gesto se levantó un poco el vestido. Dejó sus pies al descubierto. Sus pequeños zapatos rojos se asomaron al instante. Al ver la cara de asombro de sus invitados sonrió, y se levantó más la falda. Dejó al descubierto su pequeño tatuaje. Enseguida Ella se llevó la mano a la espalda. Su tatuaje la empezó a picar.
- Sí las dos llevamos los mismos rasgos distintivos- empezó a hablar la mujer- pertenecemos a la misma orden- y se acercó a Ella- yo soy tu antepasada, y al igual que tú, soy una mensajera- la dijo con mucha  calma.
-¿Cómo hemos llegado hasta aquí?- preguntó Ella.
-Las mensajeras solo podemos viajar en el tiempo cuando alguien nos necesita- dijo preocupada la mujer- y tal solo hacia épocas pasadas, que estés tu aquí no presagia nada bueno- reflexionó- por lo que veo se sigue conservando la manía por el color rojo- sonrió intentando quitar un poco de dramatismo a la conversación.
A continuación sacó de un bolsillo escondido un trozo de ámbar. Lo puso encima de la mesa. De otro bolsillo extrajo una piedra de cuarzo rosa. También lo puso sobre la mesa y sonrió. Ella seguía con la boca abierta. Rebuscó en los bolsillos. Sacó sus propias piedras. Ante su asombro su pequeño cuarzo ya no estaba partido.
-Todo estaba predestinado- la guiñó un ojo la mujer.

lunes, 29 de agosto de 2011

Reencuentro

Los pies le pesaban, pero había visto un destello a lo lejos. Tenía la esperanza de que fuese la salida. El aire estaba demasiado cargado y aquello era difícil de llevar. Cuando llegó al final de aquel túnel, le llenó una esperanza renovada.  Miró a su alrededor, se encontraba en la orilla del río Sena.  Miró algo confundido. No sabía exactamente en que parte se encontraba. Las cosas eran muy diferentes en la época en la que él vivía y en la que se encontraban actualmente. Intentó no quedarse atrás, para no perderse. Siguió a la mujer, y, subió unas escaleras muy empinadas. Se encontró enfrente de una zona muy marginal. Más incluso que la anterior. Apretó el paso. Se metió en uno de los edificios. Subió unas escaleras y se adentró en una casa. La mujer le indicó que se sentase y le dio al hombre de la cicatriz una joya. Stephano no sabía muy bien que pensar de todo aquello. Se sentó e intentó quedarse tranquilo.
-Hemos ideado un plan para intentar salvar a Ella- le empezó a explicar la mujer - no sabemos si saldrá adelante- y después de un largo suspiro añadió- esperemos que sí, si no, estamos perdidos-.
-¿Cómo hemos llegado hasta aquí? y ¿por qué te pareces tanto a Ella?- preguntó Stephano.
- Vamos a dejar las explicaciones para más adelante ¿de acuerdo?- le dijo la mujer- ahora descansa un poco, que no sabemos lo que nos van a deparar las próximas horas- le dijo y le dejó solo en la habitación.
Las horas siguientes se le hicieron eternas. El sol estaba en lo más alto. Sus pensamientos divagaban por todas las direcciones posibles. Se despertó de su trance cuando escuchó un ruido. Debía ser la puerta principal al cerrarse bruscamente. Se levantó de la silla en la que estaba sentado. Corrió a la puerta y la abrió.
Su pulso se aceleró. Enfrente estaba Ella. Magullada y muy sucia pero igual de bella que siempre. Definitivamente estaba enfadado con ella. Pero se perdió en sus ojos. Aquello no le gustaba, le daba miedo. Siempre había conseguido la mujer que había querido. Nunca se había implicado emocionalmente. Simplemente cogía lo que le interesaba, se lo pasaba bien y tan rápido como empezaba acababa. La imagen de Ella le mataba, la sangre le hervía. La odiaba.

sábado, 27 de agosto de 2011

Pasadizos a oscuras

Se encontró con la mujer bajando las escaleras. Sintió un alivio repentino. Bajaba con un hombre. Era muy grande y con una apariencia muy fiera. Cuando le dio la luz en la cara, las cicatrices aparecieron en su cara.   Unos ojos fríos y calculadores se detuvieron en Stephano.
-Debemos pagarle una buena cantidad, pero ha aceptado el trato- le informó la mujer.
-¿Qué trato?, ¿por qué tenemos que pagarle?, no entiendo nada- replicó Stephano.
-No tengo tiempo para explicaciones ahora, Ella está en las mazmorras y debemos liberarla antes de que la ejecuten- contestó bajando las escaleras a toda prisa y perdiéndose entre la multitud de la calle.
A Stephano se le heló la sangre y se quedó paralizado. Pensar que Ella podría estar en peligro hacía que sintiese una desesperación en su interior. Era algo superior a sus fuerzas. Cuando realmente fue consciente de la magnitud de la situación, un volcán estalló en su interior. La furia se apoderó de él. Reaccionó rápido y salió corriendo a la calle. No quería perder de vista a la mujer. Tenían que salvar a Ella.
Esta vez caminaron por calles muy estrechas. En alguna ocasión, los edificios estaban tan juntos que tenían que voltearse para poder pasar entremedias. El escaso espacio dificultaba mucho el avance. No había manera de ver el final. Los pasos que tenían que dar cada vez eran más pequeños por las poblaciones de roedores que corrían de un lado hacia otro. Aquella zona de París debían ser los suburbios más grandes de la época. Repentinamente la mujer se paró por completo y se agachó. Abrió una puerta en el suelo. Estaba tan bien oculta que Stephano se sobresaltó cuando vio un agujero salido de la nada. Con mucha agilidad, la mujer saltó dentro. El hombre de las cicatrices la siguió, y a Stephano no le quedó más remedio que hacer lo mismo. ¿Hacia dónde le estaban llevando?. Cada vez entendía menos la situación a su alrededor.
Cuando saltó, notó como bajo sus pies crujieron multitud de huesos. Muy a su pesar unas náuseas muy molestas poblaron todo su ser. Intentó ignorarlas y se adentró en el túnel que tenía enfrente. Estaba iluminado con muy pocas antorchas, así que apenas se veía. Estuvo corriendo mucho tiempo, no sabía cuanto. Fácilmente podrían ser horas, estaba totalmente agotado y la humedad le estaba calando los huesos. Nada le importaba, su voluntad era inquebrantable. Todo por Ella.

jueves, 25 de agosto de 2011

Encuentro desafortunado

Llegaron al portal de una casa muy pequeña. Tenía tres pisos, pero el miedo al derrumbe era patente. Stephano miró a su alrededor, las demás construcciones eran iguales. No sabía en que zona de la ciudad se encontraba, todo le resultaba demasiado extraño. Parecía que había llegado a una época totalmente diferente.
La mujer le indicó que se quedase un momento en las escaleras. Él obedeció sin decir palabra, mientras ella subía a mucha velocidad. Observó cada detalle. Las humedades se extendían por todos lados. Los malos olores invadían cada rincón. Estaba tan absorto en sus pensamientos que se sobresaltó cuando alguien le tocó la espalda. Se dio la vuelta y una cortesana apareció. Iba con un vestido azul celeste y unas cintas amarillas. Intentó ofrecerle sus servicios. Él se apartó, pero se le acercó otra cortesana. Esta llevaba un vestido granate, pero también tenía cintas amarillas. Entre las dos intentaron llevarle a un lugar más oscuro. Le movieron un par de metros, pero no dejó que le llevase más allá. Miró hacia la esquina y vio el resplandor de un metal. Parecía un cuchillo. Alguien le estaba esperando allí.
Se deshizo de las cortesanas, y volvió sobre sus pasos. Un hombre salió corriendo con un gran cuchillo en las manos. La sorpresa paralizó unos segundos a Stephano y el hombre adelantó posiciones. Cuando se quiso dar cuenta estaba tan solo a un metro. Aquel hombre se movía demasiado rápido. Su cara destrozada por multitud de quemaduras y su cuerpo mutilado desvelaban sus años de penurias. Estaba claro que le quería robar. ¿Cómo podía un hombre llegar a tal estado de desesperación? . Stephano escapó por pura suerte. Se adentró en el edificio que estaba a sus espaldas y subió las escaleras a toda prisa. Rezaba por encontrar a la mujer que le había llevado hasta allí. Necesitaba una explicación de todo lo que estaba pasando. ¿Encontraría a Ella?, ¿acaso estaba en peligro?.

martes, 23 de agosto de 2011

La senda de los tatuajes

-Ya es hora de que salgamos de aquí mi señor- le dijo una voz a Stephano. Aquello le hizo sobresaltar y darse la vuelta enseguida. Sus ojos se abrieron como platos, allí estaba Ella. Su voz sonaba diferente, y el color de su pelo era más oscuro, pero tenía que ser ella.
-Te he estado buscando, ¿que te ha pasado?- la preguntó cogiéndola del brazo con fuerza.
-Vuestra amiga necesita ayuda. No soy la persona que buscáis, pero debemos darnos prisa. Mañana por la mañana la quieren quemar en la plaza pública- aclaró la mujer.
-No entiendo nada, ¿donde estoy?, ¿quién eres tú?- pero no había tiempo para más explicaciones. Terminó de ponerse la ropa que tenía encima de la cama y salió corriendo detrás de aquella mujer. Bajaron deprisa unas escaleras secundarias y entraron en otro pasillo. La mujer se levantó el vestido para no arrastrarlo por el suelo y así poder correr mejor. Al igual que Ella, llevaba unos zapatos rojos. Stephano se quedó boquiabierto. Intentó poner sus pensamientos en orden. Algo importante estaba sucediendo y él no era capaz de comprender nada. Algo reclamó su atención e inconscientemente giró su cabeza hacia abajo. Miró el tobillo de la joven. Sus ojos se agrandaron hasta el infinito, allí había un pequeño tatuaje. Era idéntico que el que tenía Ella en la espalda.
Salieron al exterior. La majestuosidad del Louvre le dejó atónito,pero no tenía tiempo para admirarlo. Cruzó el río Sena y se adentró en un laberinto de calles. Todas eran muy estrechas y mal olientes. El calor del día anterior hacía mella en la putrefacción de los alimentos. Un hombre con un tatuaje se cruzó conmigo, después otro y más tarde uno nuevo. Sus caras estaban demacradas. No estaba acostumbrado a aquel tipo de paisaje. Intentó ocultar su rosto detrás de su brazo para no mostrar su repulsión. ¿Dónde le llevaba aquella mujer?.

sábado, 20 de agosto de 2011

El primer viaje de Stephano

Cuando la figura se materializó del todo, la vio a Ella. Pero el pelo era diferente, grandes tirabuzones de un color rojizo más oscuro.  Su vestido era de una época diferente. Se encontraba muy confundido. Miró a su alrededor y se pellizcó, por si estaba dormido. Volvió a mirarla, era Ella si. Se acercó con paso decidido. Parecía confusa.
-Tienes que venir, tienes que ayudarme- le suplicó. Stephano se quedó hechizado por sus palabras. Dio un par de pasos y se adentró en el círculo. Sintió como su cuerpo se desintegraba. Un dolor profundo le resquebrajaba la columna vertebral. Gritó con todas sus fuerzas, pero no consiguió ningún alivio. Le traspasó el cerebro y sintió como todo su ser estallaba en millones de células. 
Perdió el conocimiento. Todo lo que paso después, era como una telaraña de sensaciones lejana. Se despertó en una cama extraña. Miró a su alrededor y no vio nada familiar. Pensó que se había dado un golpe muy fuerte en la cabeza y tenía alucinaciones. Se sentó encima de la cama y observó todo detenidamente. Estaba rodeado por muebles recargados, con incrustaciones de pan de oro. No muy lejos de allí se encontraba una sala de baño. Nunca había visto nada semejante. 
Se levantó y se encontró con que había una nota escrita en papel rojo.  La cogió y leyó atentamente "Aseaos y cambiaos de ropa mi señor, hablaremos más tarde".  Se quedó boquiabierto. No comprendía nada.

jueves, 18 de agosto de 2011

Una visita para Stephano

En vez de volver a la fiesta la siguió de lejos. Stephano no quería dejarla sola pero tampoco se atrevía a estar a su  lado todo el rato. No le gustaba la sensación de estar poseído por la idea del roce de su piel. Aquella locura le estaba taladrando la cabeza. Se despistó un momento y la perdió de vista. No podía haber ido muy lejos. Se apresuró para ir tras sus pasos. Se fijó en que había  luz debajo de una de las puertas. La abrió bruscamente y se encontró con una puerta circular reluciente. Ella estaba cerca del interior. La gritó, Ella se dio la vuelta pero no fue hacia él. Titubeó un poco y se metió dentro de aquella masa extraña. Desapareció al instante. Stephano corrió hacia la puerta. Intentó atravesarla tal y como había  hecho ella. Le fue imposible, una fuerza invisible le impedía avanzar. Lo intentó varias veces, pero cada una de ellas se dio contra aquel muro. Lo único que consiguió fue magulladuras en su hombro izquierdo. 
Se sentó a esperar por si volvía Ella. Estuvo horas allí, pero no sucedía nada. La puerta seguía reluciente y con aquella masa extraña en el interior. 
Pensó en la fiesta. Ya debía de haber concluido y él que era el anfitrión no estaba para despedir a sus huéspedes. Quizás el champagne les haría olvidar aquel pequeño detalle. Sonrió para sus adentros. Cogió su pequeño amuleto de ámbar verde y lo estrujó entre sus dedos. No sabía que tenía aquella piedra pero era muy especial para él. Nunca se había separado de ella. Mientras su concentración estaba puesta en su mano, la puerta empezó a lanzar chispas. Se levantó de un salto. Una figura estaba apareciendo poco a poco.

martes, 16 de agosto de 2011

Una habitación silenciosa

Mucha gente hablaba en susurros. Ella no entendía nada. Pero no la importaba, intentaba no moverse en absoluto, para que la diesen por muerta. Iba chocando contra objetos que no reconocía. Se movía hacia un lado y hacia otro lado.  Aquel hombre no era nada cuidadoso con ella. Pero cualquier cosa era mejor que acabar en la hoguera o en cualquier otro sitio. No parecía estar en un sitio muy civilizado.
Sintió todo tipo de olores. La mayoría eran muy fuertes y confusos. La llenaban las fosas nasales y revolvían el estomago. Esperaba salir pronto de ahí, no podría contener su malestar durante mucho tiempo. Cuando sintió que los brazos que la sostenían se relajaban sintió como una ola de tranquilidad se apoderó de ella. Empezaron a subir unas escaleras que parecían muy empinadas. El murmullo ya había cesado. Un inquietante silencio se apoderó de todo. Abrió los ojos lentamente y se encontró en una pequeña habitación. Sus ojos se tenían que acostumbrar a la luz, pero no parecía que hubiese muchos muebles.
Levantó la mirada, pero no vio al hombre, era muy alto. La sombra se proyectaba sobre su cara. No podía verle, eso no me gustó. Intenté soltarme, pero sus brazos la agarraban con fuerza. Como si fuese una muñeca la depositó encima de una mesa.                                          

viernes, 12 de agosto de 2011

En brazos de un desconocido

La puerta se abrió bruscamente. El chorro de luz que iluminó la estancia hizo que todos se quedasen ciegos por un momento.  Se sintió mareada y se desmayó. Sintió como alguien la cogía en brazos. Vio algo de luz, pero luego la oscuridad se cernió sobre Ella. Cuando se despertó, sintió como unos brazos fuertes la sostenían. Por más que miraba, no podía ver lo que había a su alrededor, había demasiada luz.
-Estás muy pálida- le dijo una voz masculina- hazte la muerta o no saldremos de aquí-.
Hizo caso de cada palabra que la dijo aquel hombre. No sabía quien era, pero seguramente su destino no fuese peor que el de quedarse en aquella mazmorra. A pesar de que sus ojos estaban cerrados, en todo momento fue consciente donde estaba. Sus demás sentidos estaban a pleno funcionamiento. Se cruzaron con muchas personas. Por el olor corporal dedujo que todos eran hombres. Bajaron por muchas escaleras, allí el alboroto estaba mucho más presente.
Notó el aire fresco de alguna especie de espacio abierto. No estaba del todo segura. Algunas personas le rozaron los pies, pero la mayoría se apartaban a su paso. Notaba como su piel fría se apretujaba contra aquel hombre desconocido. Sin haberle visto nunca, tenía confianza en él.




martes, 9 de agosto de 2011

Prisionera

Sintió un suelo húmedo y frío bajo su cuerpo. Intentó levantarse, pero su cuerpo estaba totalmente dolorido. Intentó por lo menos sentarse. Cerró los ojos y se mordió el labio. Notó como una huesuda mano intentaba tocar su brazo. Se asustó, no la gustaba ese sitio. Era húmedo, oscuro y sucio.  Se recostó sobre la pared. Escuchó unos pequeños pasos, intentó no imaginarse nada. La sola idea de que hubiese ratas, la hizo tener náuseas.
Pasados unos minutos, la mano huesuda se acercó nuevamente a su brazo. Esta vez Ella no se dio cuenta a tiempo y la mano entera se puso encima de su hombro. Pegó un grito que retumbó entre las paredes. Miró a su derecha y vio la cara demacrada de una anciana. Estaba llena de arrugas y con moho en la cabeza.  Una nueva tanda de náuseas recorrió su cuerpo.
-Demasiado bonita para estar aquí- dijo la anciana con una voz muy ronca. Parecía cansada y deprimida. Me daban escalofríos solo de mirarla.  No la contesté. Quería evitar su mirada.  En aquel momento la puerta se abrió y apareció el guardia.
-Tienes un día para pensar en tus pecados, mañana al alba acabaremos con el sufrimiento de tu alma- y acto seguido cerró la puerta.
¿Qué pecados? ¿Qué sufrimiento?, no entendía nada. Estaba en una situación que no entendía. Tan solo tenía preguntas y estaba encerrada en una mazmorra.

domingo, 7 de agosto de 2011

Manos de hollín

-¿Quién eres? - la preguntó el hombre con un tono inquisidor.
- Soy la nueva sirvienta- dijo ella tartamudeando, intentando buscar alguna salida a su alrededor. Demasiadas mesas la rodeaban, llenas de enormes cazuelas hirviendo. No tenía posibilidad alguna de salir de ahí. Intentó relajarse y hablar más pausadamente para que no se notase su miedo. ¿Cómo había llegado hasta allí?, no tenía respuesta para aquella pregunta.
-Tus ropajes son muy extraños- la dijo y la cogió fuertemente del brazo. Zarandeó con ella como si fuese un peso muerto y la llevó arrastrándola por el suelo.  Sus quejidos no sirvieron de nada. El la trataba como si fuese nada.  Sus gritos llamaron la atención de algunos sirvientes. Una de ellas prestó especial atención en Ella. Les siguió con cautela para que aquel soldado lleno de arrogancia no la descubriese.
La llevó hacia una sala llena de mujeres, la empujó hacia el centro y se dio la vuelta. Las mujeres la manosearon y le rompieron su vestido por todos lados. Nunca se había sentido tan expuesta, toda su intimidad estaba siendo descubierta y ella no tenía como protegerse. Forcejeó con ellas, pero la fue en vano. Eran demasiadas. Estaban muy sucias y tenían las manos llenas de hollín. La pusieron ropas igual de sucias que las suyas. Lo único que la dejaron puesto eran sus zapatos rojos.
Cuando estuvo lista, el soldado se dio la vuelta y otra vez la cogió a la fuerza. La arrastró hacia la cocina y llamó al jefe de cocina. Estuvo hablando con el unos minutos y después de que el cocinero negase con la cabeza, se acercó a ella otra vez.
-No saben quien eres, nunca te han visto, a las mazmorras vas, sucia mujerzuela- la gritó y golpeó en la mejilla. Ella intentó librarse, pero la fue imposible. Aquel hombre era demasiado fuerte para aguantar sus envestidas. No estaba acostumbrada a aquel maltrato, perdió el conocimiento por unos segundos. El hombre la empezó a arrastrar por el suelo del brazo, mientras se quitaba algunos cabellos de su víctima. Lo que no vio es que unos ojos no dejaban de vigilarle.