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sábado, 1 de octubre de 2011

Al otro lado del río

De pronto se paró. Se encontraba en un puente. Sus pensamientos se fueron con el suave circular del Sena. Miró hacia el suelo, una lejana luz hizo brillar sus zapatos. Aquellos zapatos rojos con los que estaba obsesionada toda su vida. Por lo menos había descubierto el misterio de su manía.  Por un momento se había acordado de aquel puente que estaba lleno de candados. Siempre le había parecido una cosa curiosa. Le encantaba ese puente. Otra vez deseó estar en su casa y mirar por su ventana como se encendía por la noche la Torre Eiffel.
Escuchó voces a lo lejos. Una voz conocida de hecho. Aquello la devolvió a la realidad. Eran los hombres de la función. Seguían buscándola. Ella se asustó. Se ajustó el vestido y empezó a correr. Tenía que llegar al refugio subterráneo lo antes posible. Sus zapatos rojos la llevaron a mucha velocidad a una zona segura. Corrió y corrió hasta que no sintió como sus zapatos cedían. Algo se había roto. Miró a su alrededor. Por suerte se encontraba cerca de su destino. Había multitud de casas impresionantes en aquel lado del río. Lo malo que eran similares, y que fuese de noche no ayudaba en absoluto. Andaba con todos sus sentidos alerta. Por un lado tenía que escapar de los hombres, por otro buscar su cobijo. Con el siguiente paso, se le rompió definitivamente el zapato. Tendría que continuar descalza. Por un momento se acordó de las pestes que sacudieron a Europa. Intentó desechar aquella idea atroz enseguida.
Cuando al fin encontró lo que buscaba se zambulló bajo tierra enseguida. En cuanto sus pies tocaron el  embarrado suelo, un ejército de escalofríos recorrió su cuerpo. En la vida había sentido repugnancia por algo. Escuchó el rápido correteo de algo. Procuró no imaginarse que eran ratas. Empezó a correr. En su vida había corrido tan rápido. Cuando llegó a la guarida no encontró a nadie. Se adentró buscando el canapé. Allí estaba Stephano, de su frente seguían cayendo gotas de sudor, pero por lo menos no se veía tan pálido. Se acercó temblando hacía él. Tenía miedo de perderle. En realidad estaba aterrada. Se acordó entonces de Ágata. Ella sola no podría salvarla. Le necesitaba. Y con ese pensamiento se durmió en su regazo.

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