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martes, 4 de octubre de 2011

Despertar

Se sentía mojada. Estaba en mitad de un océano. Sola y desamparada. Tensión y miedo era lo que sentía. Así se despertó Ella. El pecho de Stephano estaba empapado en sudor. Ahora estaba sudando mucho. Aunque al principio se asustó, vio que su color había mejorado. Ya no estaba tan pálido. Aquellos sudores entonces debían ser buena señal.  Se quedó mirándolo. No sabía cuanto tiempo pasó, pero al fin abrió los ojos.
Al principio Stephano estaba confundido. Había tenido sueños extraños durante varias noches. Unas veces el calor que tenía le llevaba a experimentar el viaje de Dante en el Inferno. Otras veces tenía tanto frío que se sentía como si fuese Robert Peary y acabase de conquistar el Polo Norte. Estaba algo confuso. No sabía donde estaba. Tan solo veía la cara soñolienta y sonriente de Ella. Aquello le bastaba para sentirse bien. Sentía calor en su cuerpo. Incluso excitación. No quería demostrarlo.
-Hola- le dijo Ella con un tono de voz muy musical.
-¿Dónde estoy?- la contestó Stephano con una voz seca. Al principio Ella se mostró molesta por la reacción. Sus ilusiones románticas se habían esfumado en tan solo un segundo. El hombre que tenía enfrente era tan frío y duro como una piedra. Se enfadó consigo misma, a pesar del calor que estaba desprendiendo su cuerpo. Todavía tenía el vestido roto y con la emoción de verle no se dio cuenta de que se veía mucha más piel de lo que ella quería.
- Estas en la guarida de una sanadora, amiga de Ágata- le comenzó a explicar Ella. Stephano no podía concentrarse en sus palabras. Su cuerpo se estaba desatando. Se sentía incómodo. Se repetía a si mismo que no debía mirar por debajo de la barbilla, pero sus ojos se desviaban sin su permiso. Se levantó violentamente. A pesar del mareo que sintió, procuró enderezarse. La pierna le ardió. Un dolor agudo recorrió todo su cuerpo. Escuchó a medias lo que le estaba contado Ella. No estaba muy seguro de lo que estaba pasando. Estaba en París si, pero en otra época. Había llegado allí desde su casa. Y luego le había atacado un perro. Si, ya las cosas le cuadraban. Ahora debían salvar a Ágata y desmontar alguna intriga palaciega en la que estaba metida la iglesia. Estaba convencido de que se había quedado con lo esencial. Estaban solos en aquel antro. Se levantó para cambiarse el vendaje. Debían empezar a arreglar las cosas.

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