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sábado, 10 de septiembre de 2011

Un pasillo oscuro

Cogieron a Stephano por los brazos y los pies. Le llevaron hasta el final de la calle. Allí les esperaba un hombre con un carro. Cuando le miró Ella, sintió una punzada en el pecho. Era un hombre pequeño y jorobado. Cuando la miró, todos sus sentimientos se entremezclaron. Tenía la mitad de la cara quemada. Parecía envejecido y arrugado. No sabía si sentía temor o compasión.
Aquel hombre se acercó a Stephano y lo colocó en el carro. No tuvo ningún tipo de delicadeza. Los vendajes que tenía en la pierna se le tiñeron de sangre.  Se sentía totalmente hundida. ¿Qué iba a hacer ella si aquel misterio de pelo negro y rizado no sobrevivía?. Corrió hasta el carro olvidándose de todo lo demás. Le agarró con fuerza. Intentó reanimarle presa de la desesperación. Las lágrimas resbalaron por sus mejillas.
El hombre tiró violentamente del carro. Ella perdió el equilibrio y cayó al suelo bruscamente. Ágata la cogió del brazo y la ayudó a levantarse. La anciana  la miró con desprecio y comenzó a caminar detrás del carro. Pasaron por varias calles paralelas a la Bastilla. Según la comentó Ágata, iban camino del Jardín de Luxemburgo. Ella no lo entendía muy bien, aquella zona era demasiado lujosa para la anciana. A pesar de ello no hizo ningún comentario. Iban caminando en silencio, por calles secundarias para no llamar la atención. Aquella ciudad estaba muy distinta de lo que Ella conocía. Las calles estaban más abandonadas, la basura tirada por todos lados. Los olores fuertes se mezclaban unos con otros.
Cuando por fin llegaron a su destino, Ella se quedó petrificada. Se pararon delante de una lujosa casa. La estuvieron observando unos instantes. Parecía que nadie estaba en ella. ¿Acaso la anciana vivía allí?, enseguida desechó esa pregunta de su cabeza. Era algo imposible. No se equivocaba, prosiguieron su camino, pero, no avanzaron mucho cuando la anciana se paró nuevamente. Estábamos en los límites de la casa señorial. El hombre jorobado tocó unas piedras del suelo y las levantó. Ante ellos se abrió un gran agujero, apenas iluminado por unas velas gastadas.  Unas escaleras empinadas hacían las veces de entrada. Ella miró a Ágata con cara de interrogación. Esta hizo un gesto de afirmación y comenzó a bajar las escaleras. Ella esperó unos segundos. Después miró a la anciana desconcertada. La dijo unas palabras que no comprendió y la señaló las escaleras. Ella se acercó y comenzó a bajarlas.
Numerosos ruidos retumbaron en sus oídos. Estaba asustada. Cuando bajó, se encontró con un pasillo muy largo. Una gran rata pasó a su lado. Ella gritó con todas sus fuerzas. Se apresuró a adentrarse en aquel pasillo. Las velas consumidas mostraban sombras extrañas en las paredes. Cuanto más se adentraba en aquel sitio más humedad sentía en sus huesos. Las velas en esta parte eran más grandes. Podía ver mejor lo que la rodeaba. Se encogió aún más. Se sentía como en una película de terror.

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