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sábado, 17 de septiembre de 2011

Un disfraz

De repente Ágata se levantó y desapareció por la puerta. La dejó sola con la anciana y el jorobado. Era una situación tensa. Seguía sin confiar en ellos. Sabía que intentaban cuidar de Stephano, pero aún así había algo en ellos que no la convencía. Quizás las intenciones ocultas de por que les ayudaban. Dado que no tenía mucho que hacer, rebuscó entre los papeles algo que pudiese ser válido para atar cabos.  Encontró varios escritos que estaban relacionados con el rey, la corte y las fiestas. También encontró un libro lleno de diminutas ilustraciones. Estaba en latín y aunque no entendía nada, por las ilustraciones dedujo que se trataba de un libro religioso. Intentaba no mirar a Stephano. Cada segundo que pasaba y él no reaccionaba su cuerpo se quedaba sin aliento.  ¿Podían estar el amor y el odio unidos eternamente?, ¿podían caminar de la mano y ser un sentimiento tan real como el respirar?, las mismas preguntas rondaban por su mente una y otra vez.
Pasaron horas hasta que volvió Ágata. Cuando por fin escuchó sus pasos, fue corriendo a su encuentro. Llevaba un gran saco, la ayudó a llevarlo. Lo pusieron encima de la mesa y sacaron de allí dos vestidos. Tenían un acabado majestuoso. El corsé llevaba pliegues dorados y había puntadas de hilo rojo oscuro. Eran los vestidos más impresionantes que Ella había visto en su vida.
-Vamos a ir a ver la obra "La escuela de las mujeres", debemos ir presentables- la comunicó.
-¿Te refieres a la obra de Molière?- preguntó Ella impresionada.
-Sí, hoy es el estreno- la contestó sin mucho entusiasmo- va a ir allí toda la corte y es preciso que te ponga en aviso quién es quién y te explique la situación-.
-¿Qué va a pasar con él?- dijo Ella preocupada mirando a Stephano.
-De momento no puede ir a ningún lado- contestó la anciana- no os sirve para nada en este estado-.
Aquel comentario la ofendió. Lo había dicho con tanta despreocupación, que tenía dejarle allí. Sentía que no tenía otra opción. Se fue a otra estancia y se cambió de ropa. Ágata tuvo que ayudarla con todos los cordones y diferentes estructuras que había. Cuando nadie estaba mirando, se escondió la carta del papel rojo entre la falda. No sabía cuando podría ser útil aquella información.  Una hora después, salieron allí. Un carruaje las estaba esperando a unos metros de la salida. Se adentraron y los caballos empezaron a trotar. La emoción invadía a Ella.

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