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lunes, 5 de septiembre de 2011

Amigo de lo ajeno

-Este es el momento perfecto, mejor imposible- se alegró Ágata.
-¿Es el momento perfecto para qué?-  preguntó Ella.
-Todos están ocupados, yo no tenía ropajes de hombres, puede entrar a cualquier casa aquí para coger algo. De lo contrario no pasaremos desapercibidos- y le hizo unos gestos con la mano para que entrase en una casa cercana. Stephano al principio se negó, pero viendo que no tenía otra opción, se fue refunfuñando. Nunca había robado, se sentía mal. Intentó pensar que lo hacía por una causa mayor. Ella había sido elegida para algo importante. Él estaba allí con ella, así que, él estaba incluido en el plan. Sus argumentos no eran muy convincentes, pero por lo menos le sirvieron para coger el coraje necesario.
Cuando entró en la casa, la quietud le rodeó con los brazos abiertos. Se encontraba en una habitación sencilla. No había ningún tipo de ropa allí, tan solo cajones vacíos. Se acercó a la puerta y la abrió con cuidado. Escuchó atentamente. Ningún ruido. Prosiguió su camino. Por un momento se quedó paralizado. Estaba en mitad de un lujoso salón. La belleza de aquel sitio era indescriptible. ¿Acaso las personas de aquella época se esforzaban por mostrar su poder material?. Intentó no distraerse y proseguir en su búsqueda. Pasaron minutos que se le hicieron eternos, pero al final encontró ropa. Cogió unos pantalones que le parecieron un tanto excéntricos y lo que supuso que sería la camisa. Tan acostumbrado estaba a los vaqueros, que para él era algo totalmente nuevo. Abrió la puerta, pero notó una extraña pesadez en ella. Miró a los lados, pero llegó a la conclusión de que no tenía tiempo para investigar. Debía salir de aquella casa lo antes posible. Cuando se adentró nuevamente en el salón, percibió un olor a carne podrida. Se le revolvió el estómago. No le gustaba aquella sensación. Apresuró el paso. Abrió la puerta que daba a la salida. Estaba a punto de dar su último paso cuando la puerta se cerró súbitamente. Un enorme perro apareció delante de él. Había surgido de la nada, pero no parecía dispuesto a darle tregua. Le enseñó sus enormes dientes. Se fue hacia la derecha para intentar despistarlo. El perro le siguió enseguida. Iba a ser complicado salir de aquella situación. Se giró hacia la izquierda, el perro le imitó enseguida. Cuando se giró al otro lado, no consiguió esquivarle. Sintió una punzada de dolor que le traspasó todos los sentidos. Miró al suelo, tenía un gran desgarro en la pierna.
De repente, se escuchó un silbido desde otra zona de la casa. Aquello distrajo al perro y Stephano aprovechó la ocasión para traspasar la puerta y cerrarla tras de sí. Tuvo que forcejear, el perro tenía mucha fuerza. Por suerte, consiguió cerrarla.  A duras penas salió por la ventana. Las dos mujeres le estaban esperando. Según las vio, oscuridad. Cayó al suelo.

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