No sabía como aquella mujer había llegado hasta las ruinas. No debería dejarla vivir, pero por otro lado quería cogerla y desgarrar su ropa. Su cabeza era un remolino de ideas. La Orden a la que pertenecía no iba a apoyar sus actos si se enteraban. No podía dejarla libre, pero tampoco mantenerla como su prisionera para siempre. Tenía la vista nublada. Fue corriendo a coger su moto. Se sentó en ella y la hizo rugir con toda su potencia. Era tan elegante y tan fiera como su dueño. Salió del garaje a una velocidad vertiginosa.
Mientras tanto, Ella se había quedado paralizada. No estaba acostumbrada a que alguien la tratase con tanto desprecio. Si no la quería allí, la solución era muy fácil. Podía soltarla, ella no diría nada. ¿Acaso aquel hombre estaba furioso con ella? Había algo que no encajaba en aquella situación, pero de una manera o de otra lo iba a descubrir. Sus zapatos rojos la llevaron hasta la puerta. El sirviente la estaba esperando para llevarla de nuevo a sus aposentos. Con la mirada perdida abandonó aquellas estancias.
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