Como el hombre tardaba demasiado en venir se sentó en un pequeño taburete de madera de cerezo. Desde su posición privilegiada veía toda la sala, así que empezó a contemplar cada uno de los objetos. Por fin, pasadas dos horas el hombre regresó con una sonrisa en los labios y con la mirada desconcertada. Sin reparar en su presencia, se dirigió hacia unos clientes y les pidió que abandonasen la tienda. Cuando se fueron, cerró la puerta con llave. Ella no se movió a la espera del siguiente paso.
El hombre se quedó unos segundos más al lado de la puerta, con la mirada puesta en el gran ventanal. Violentamente se dio la vuelta y se dirigió hacia Ella. La hizo un gesto con la mano para que le siguiese y los dos se dirigieron hacia la puerta misteriosa. Cuando entraron lo único que vio fue un pasillo muy largo en penumbra. Atravesaron todo el pasillo hasta llegar a unas escaleras muy estrechas que descendían a un sótano. A pesar de sus sentimientos de terror, el sonido de sus zapatos rojos al andar denotaba seguridad.
Cuando descendieron todas las escaleras, llegaron a una nueva habitación. Ella se quedó totalmente impresionada al ver aquella imagen. Había numerosos objetos de coleccionista de las culturas celta y egipcia. También había espadas medievales en las paredes. Era una estancia bastante amplia, y en una de sus paredes había una gran biblioteca con libros muy antiguos. El hombre se acercó a aquella biblioteca y cogió un par de libros. Nuevamente la hizo un gesto con la mano, y ambos se sentaron en una gran mesa redonda.
-¿No sabes lo que tienes entre manos verdad?- la preguntó al cabo de unos instantes de silencio absoluto.
-No- contestó ella inquieta. El hombre la miró con incredulidad. Cogió uno de los libros, lo abrió y se lo mostró a Ella. Allí había un antiguo dibujo en el que aparecía el mismo papel rojo.
¿Era el mismo papel? , se preguntó a si misma
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